Alguien dijo en alguna ocasión que el arte contemporáneo suele ser refugio de artistas mediocres. Esto es cierto, no lo dudo, sobre todo si lo aplicamos específicamente a las artes plásticas. Por supuesto, no quiero generalizar, estoy seguro que dentro de este contexto habrá más de una honrosa excepción.
Cierto es que no soy experto en pintura ni en escultura, la arquitectura es un asunto aparte así que, aunque es de las artes plásticas, no la involucro en estas reflexiones. Pues bien, respecto a esto, simplemente sé si algo me gusta o no, así, sin mayor conocimiento de causa.
Me gusta pararme ante un cuadro, un mural, una escultura que me invite a contemplarla durante varios minutos sin cansarme, a cambiar mi ubicación para apreciar la obra en cuestión desde distintos ángulos, que me haga recrearme en su contemplación, no me importa si es una obra barroca, renacentista, si es impresionista o contemporánea, me da igual si es una obra con imágenes definidas, reales, o si son producto de la más atrevida abstracción, no me importa, lo que me interesa es que me invite a quedarme ahí, contemplando la obra en toda su belleza, o incluso, en toda su fealdad, pero visitar la obra de Daniel Buren, no me sedujo, no me invitó a permanecer en el Museo Espacio más de 15 o 20 minutos, siendo muy complaciente, la verdad es que estuve más tiempo en la tienda del museo curioseando con lo que ahí se vende que lo que pasé en las salas intentando descubrir de qué se trata jugar como un niño. Recuerdo que pasé más tiempo contemplando un solo cuadro de Dalí, cuando la obra de este surrealista catalán visitó la Ciudad de México en 1990, que lo que tardé en recorrer las inmensas salas del Museo Espacio. De hecho, me llamó mucho más la atención contemplar la enorme estructura que en poco tiempo se convertirá en una sala de conciertos, presuntamente, la nueva casa de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes.
Y así, sin más comentarios, regresamos al auto, ya de regreso, mi esposa me preguntó: “¿Te gustó?”, yo le contesté que no y ya no quiero entretenerme más con esto, finalmente, si no hay nada bueno que decir de algo, es mejor guardar silencio.
Bien, pero regresando al tema del arte contemporáneo y abordando lo que creo que entiendo un poco más, la música, me queda claro que las expresiones contemporáneas del arte de Euterpe, la Musa del buen ánimo, deidad griega de la música, lejos de ser un refugio de mediocres limitados en sus posibilidades musicales, en todo caso eso sería para los que tocan reggaetón, banda o grupera, la música contemporánea es un lenguaje musical, sí, es verdad, muy complicado, diseñado para oídos más sensibles y educados, pero es una expresión muy elaborada y altamente ambiciosa cuya creatividad no está puesta en tela de juicio.
En la música contemporánea no se trata de complicar las cosas sólo por el gusto de hacerlo, o bien, peor aún, para esconder las limitantes de los presuntos artistas. No es una trinchera ni un refugio para que los artistas, indignados con nuestra desfachatez de criticar su obra, nos señalen con dedo acusador diciendo que no entendemos y que son artistas incomprendidos y luego se rasgan las vestiduras. En lo personal me gusta que el artista, en cualquiera de las ramas de las bellas artes, se comprometa con su obra y diga lo que es, lo que pretendió pintar, y no se evada diciendo, sobre todo en la pintura, que es lo que tú quieras interpretar, me parece una posición muy cómoda y sin el menor compromiso.
En su extraordinario libro Cómo escuchar la música, muy recomendable, indispensable para todo melómano, Aaron Copland dedica un capítulo entero a la música contemporánea. Ahí nos dice que no es posible asistir a un concierto de música contemporánea sin saber exactamente de qué se trata el asunto, y debemos condicionar nuestra disposición de ánimo para lo que vamos a escuchar; no puedo ocupar mi butaca en la sala de conciertos si lo que voy a escuchar es música de, por ejemplo, Karlheinz Stockhausen o Erik Satie, con la disposición que tendría si voy a escuchar música de Bach, Beethoven o Brahms, de la misma forma que tampoco puedo asistir a una exposición de pintura de alguno de los contemporáneos si lo que espero son cuadros de Rembrandt, Da Vinci o Renoir, sin duda saldré decepcionado.
Pues bien, asistir al Museo Espacio me hizo reflexionar un poco acerca del arte contemporáneo, y cuando regresé a casa me puse a escuchar música contemporánea y la encontré mucho más amable, más amistosa y más expresiva que lo que acababa de ver en el museo; repasé el Cuarteto para el fin de los tiempos de Oliver Messian, The Perfect Stranger de Frank Zappa con el ensamble Intercontemporáneo dirigido por el gran Pierre Boulez. Tampoco se me escapó el muy apreciado quinteto Onix de México a quienes fui a ver al Teatro Morelos en una feria de San Marcos, en el teatro no éramos más de 30 personas, normal si consideramos que se trataba de música contemporánea, era viernes de feria y en la televisión transmitían un juego entre Cruz Azul y América. De todo esto, sin duda, elegí la mejor opción y disfruté el concierto como si me lo mereciera.
En fin, sólo quería decirte, en pocas palabras, que me aburrió la exposición de Buren, pero ve a verla, no te dejes condicionar por lo que te comento, finalmente no es más que mi opinión.