Everything is going to be fine in the end.
If it’s not fine it’s not the end.
Oscar Wilde
El mundo tal y como lo conocemos está por acabarse. El hecho no es nuevo, quiero decir, que se acabe un mundo. Enseguida, dos ejemplos.
El fin del mundo natural
Transcurrida ya la mayor parte de su existencia genérica -por ahí del 94 por ciento de lo que va hasta ahora-, los seres humanos empezaron a construir su propio mundo. Hasta entonces, los sapiens, todos sus antepasados homínidos y demás especies de humanos se habían limitado a adaptarse al entorno. Hoy tenemos pruebas arqueológicas de que hace 12 mil años algunos hombres y mujeres comenzaron a adaptar el entorno, iniciaron la construcción de sus propios espacios y abandonaron la vida nómada, inaugurando así el capítulo más reciente de la historia del planeta Tierra, el Antropoceno. Este trascendente inicio no ocurrió en todos lados al mismo tiempo; sucedió en las orillas del mar de Levante, extremo oriental del Mediterráneo, por toda el Próximo Oriente. Si bien hoy día quedan algunos grupos de cazadores-recolectores nómadas, su presencia no alcanza a pintar ningún mapamundi, resultan estadísticamente despreciables. En cambio, los humanos sedentarios y sus construcciones nos hemos propagado por todo el orbe: hemos hecho de la Tierra nuestro mundo.
El fin del mundo comunista neolítico
Hace nueve mil años, el asentamiento más poblado de todo el mundo estaba en Anatolia central. En el yacimiento de Çatalhöyük se encontraron las ruinas de una ciudad prehistórica en la que llegaron a vivir diez mil personas. El sitio se extiende por casi 14 hectáreas; en él se han encontrado y analizado evidencias suficientes para tener la certeza de que aquel enorme poblado fue residencia de una sociedad igualitaria. ¿Pruebas? Solamente había viviendas familiares, todas más o menos del mismo tamaño y con el igual diseño de interiores; en Çatalhöyük no había edificios para gobernantes o una élite religiosa, ni siquiera templos. Las casas no tenían ni puertas ni ventanas, y se levantaban contiguas entre sí, de tal manera que no se requerían calles. La gente transitaba libremente entre las casas por los techos, y entraba a ellas bajando por unas escaleras. En las mismas moradas las familias enterraban a sus difuntos, así que no había ni cementerio ni grupos que lo controlaran. La división social del trabajo era prácticamente nula: en los murales que decoraban las casas aparecen hombres y mujeres bailando y cargando niños, así como participando codo a codo en las cacerías. En más de cien murales “no hay uno solo que represente una escena de conflicto o lucha, malos tratos o tortura. No hay una sola muestra de lo que vendrá con la civilización” (James Mellaart, The Goddess of Anatolia, 1989). En todos los estratos del yacimiento se han encontrado los mismos principios de organización, lo cual significa que el comunismo agrario precoz le funcionó inmutable a estos congéneres neolíticos hasta el 5600 a.C., esto es, ¡a lo largo de casi mil 400 años! Luego, sobrevino un incendio y el abandono masivo de Çatalhöyük…, y fin de ese mundo.
Fin de nuestro mundo
Desde el título de uno de sus libros, Immanuel Wallerstein (Nueva York, 1930) ya nos prevenía: el fin de nuestro mundo es inminente (The End of the World as We Know it: Social Science for the Twenty-first Century, University of Minnesota, 1999). Sostiene que la actualidad, “la primera mitad del siglo XXI, será… mucho más difícil, más inquietante… que cualquier episodio que hayamos conocido durante el siglo XX”. Y eso es lo de menos; la gravedad está en las premisas de su afirmación; a saber: 1) “los sistemas históricos, como cualquier sistema, tienen vidas finitas; tienen comienzos, un prolongado desarrollo, y finalmente, conforme se alejan del equilibrio y de los ricos puntos de bifurcación, mueren”; 2) “dos cosas son verdad en estos puntos de bifurcación: pequeñas entradas tienen grandes salidas (en oposición a los tiempos de desarrollo normal de un sistema, cuando las grandes entradas tienen pequeñas salidas); el resultado de dichas bifurcaciones es inherentemente indeterminado”; 3) “el sistema-mundo moderno, en tanto sistema histórico, ha entrado en su crisis terminal y es poco probable que exista dentro de cincuenta años”. Tal cual, que no llegamos al 2050. Ahora, no se puede saber si el sistema-mundo que siga después serán mejor o peor respecto a este en el cual vivimos, “pero sí sabemos que el período de transición será un período de conflictos terribles, puesto que es muchísimo lo que está en juego; el resultado es incierto, y la capacidad de las pequeñas entradas que afectan el resultado es muy grande”. Wallerstein no deja margen al optimismo simplón desde el cual uno podría reconfortarse ilusionándose en que sea lo que sea lo que venga necesariamente tendrá que ser mejor. Mientras que la ideología dominante hace que la gente hoy crea fervorosamente que cambio/novedad es sinónimo de mejoría, el sociólogo norteamericano argumenta que “el progreso, a diferencia de lo que se predica desde la Ilustración, no es de ninguna manera inevitable”. Sin embargo, considera, que “en los sistemas sociales humanos -los sistemas más complejos del universo y por ello los más difíciles de analizar-, la lucha por el bien de la sociedad es constante, y es precisamente en los períodos de transición de un sistema histórico a otro cuando la lucha cobra mayor significado”. Queda pues establecida la ecuación y su resultado es evidente: el sistema-mundo moderno, ya con quinientos años encima, está en las últimas, y la única certidumbre es que el que se construirá para sustituirlo es por ahora absolutamente incierto.
@gcastroibarra