En 1984 yo tenía ocho años. Iba en tercero de primaria y, sinceramente, no recuerdo quiénes eran mis ejemplos a seguir, aparte de Mafalda y mi mamá. Con Mafalda tenía un problema de afinidad: la sopa. Yo era (y sigo siendo) una entusiasta absoluta de la sopa; mientras que ella la odiaba. Con todo, me gustaba su postura ante muchas cosas de la vida y, en lo que podía, la imitaba, principalmente en lo de responderle a los adultos aquello de “¿y usted ya pagó los impuestos?” cuando me preguntaban por mis calificaciones.
Con mi mamá la cosa era más fácil: yo quería dedicarme a escribir y a dar clases porque me encantaba verla dar clases y que me leyera sus cuentos. También quería ser alta como ella y calzar del seis, como ella (luego me dijo que no era necesario que le contara a todo el mundo de qué número calzaba, como si no fuera un orgullo. En fin).
1984 es el año en que salieron Los Gremlins (mi favorito era Gizmo, claro; pero no me identificaba con él), Splash (la Sirena Madison me caía bien pero no, no era una ejemplo a seguir), Karate Kid (Daniel San era simpático, pero las artes marciales no eran mi hit) y La Historia sin Fin (¿quién podía querer ser la Emperatriz de Fantasía si podía ser Atreyu?). También fue el año de Indiana Jones y el Templo de la Perdición, que no me gustó entonces (perdón, era muy chiquita) y, por supuesto, de Los Cazafantasmas, que sí me gustó. No tanto como para marcar mi infancia, he de decir; pero sí como para hacerme jugar con mi primo Marco y mi hermano a que teníamos nuestro propio equipo de protones para atrapar fantasmas. Incluso compramos el LP de Ray Parker Jr. y juntábamos las estampitas coleccionables que vendían afuera de mi escuela: variaciones del logo de los cazafantasmas donde el fantasma dentro del círculo de prohibido usaba diferentes disfraces.
Más adelante apareció la serie de dibujos animados y seguí siendo fan. Me gustaba Egon Spengler, que no era guapo pero sí muy inteligente: me gustaba, pues, como para ser como él, no como para ser su novia (Janine, la recepcionista enamorada de Egon, me caía bien; pero su papel rara vez era interesante).
Pasaron los años, llegaron nuevas películas y nuevos personajes (tanto de ficción como en la vida real) a emular. Y luego, creo, ya no hizo tanta falta buscar ejemplos a seguir, sino empezar a hacer lo que les había aprendido. Cosas de crecer, supongo.
Y ahora más de treinta años después, nos encontramos con que hay gran revuelo porque se hizo un remake de la película de Los Cazafantasmas. Eso, en sí mismo, no es cosa del otro mundo: estamos en la época de los remakes. Lo sorprendente es que muchas personas, sobre todo hombres, que fueron niños o adolescentes cuando la versión anterior de la película, están ofendidísimos: “Están violando mi infancia”, dijo alguno. Y están boicoteando la película: nada de ir a verla, pero eso sí, se organizan para darle calificaciones negativas en los sitios de internet dedicados a reseñar filmes. ¿Cuál es, según ellos, la gran ofensa de esta película? Que ahora son cuatro mujeres quienes empuñan las pistolas de protones para salvar al mundo de los seres del más allá. ¿Por qué les parece ofensivo? ¿Qué hay de malo en que ocupe una mujer un rol tan emocionante como el de la persona que se dedica a atrapar espectros? ¿En qué sentido daña sus recuerdos infantiles?
Fui a ver la película y me divertí mucho. Tiene sus fallas, sí, pero la historia es más entretenida que Batman contra Superman, por mencionar uno de los montones de recreaciones de personajes que no fueron atacados con tanta enjundia por los “fans”. Y tener cuatro mujeres como protagonistas en una historia que no es de amor ni de competencia entre adolescentes populares, es muy refrescante.
Y, además, está el extra de que da la oportunidad de que niños y niñas se identifiquen con personajes femeninos fuertes, inteligentes, con sentido del humor y herramientas para enfrentarse a los problemas de la vida. Habrá quien piense que los niños hombres no deben identificarse con personajes femeninos: que puede confundirlos o hacerles daño a la hora de forjar su personalidad. Pero entonces, ¿qué hay con todas las mujeres que tuvimos que crecer identificándonos con personajes masculinos? ¿Estamos locas? ¿O es que la única opción debe ser que las niñas busquen como modelo a personajes femeninos pasivos, que sólo existen para competir entre sí por la atención de un hombre, contestar el teléfono para tomar los recados de un hombre o ser rescatadas por un hombre?
De eso platicaremos la próxima vez. Pero mientras, vayan a ver Las Cazafantasmas. De verdad que se la van a pasar bien.