Supuestamente Veep, la serie protagonizada por Julia Louis-Dreyfus. Es acerca de la ineficacia de Washington. De la clase política gringa. Ayer acabo de ver un capítulo en el que, por un error del teleprompter, se asignan 100 millones de dólares más hacía un programa de submarinos obsoletos, dejando sin recursos una iniciativa de alimentación familiar. No me parece muy descabellado que cosas así sucedan en la misma real, tal vez sin los absurdos de dificultades técnicas, pero sí por un capricho por parte de un regidor hasta alguna fobia particular de un secretario de nivel federal. Y es que muchos gobiernan con el estómago.
En otra escena, el personaje de Louis-Dreyfus (la vicepresidenta Selina Mayer) afirma despectivamente [en un megachiste] que una de sus colaboradores está “nerviosa porque habla con alguien de los normales”. Los normis, es decir, el público en general. Sus gobernados. Es hilarante, indignante, pero también es certero cómo en México hasta los jefes de departamento de una dependencia menor [porque hay niveles] se sienten elegidos por alguna deidad. En la columna intento tener un running gag acerca de los señorcitos priistas de menos de 35 años que se vuelven viejos, los llamados jóvenes viejos. Nomás entran a la oficina y parece que se les fue toda la juventud. El porte, la solemnidad. Ni humor para bromas tienen. Les hablas de el jefe (el gobernador o alcalde) en tono de broma y se quedan callados, como si los escucharan los micrófonos (¿hay?). Se les va toda la juventud entre caras de mentón caído, chalecos feos y pantalones de mezclilla de corte guango. Ah, los Doug Stamper de México.
Bastantes reseñas describen a Veep cómo una mirada cínica por parte de Armando Iannucci, el creador británico. Cuando la serie encuentra su voz en la segunda temporada, ciertamente lo mejor es la mirada tipo documental a la insensibilidad de la clase política. Por ejemplo, el apoyo a ciertas causas se define (obviamente) por encuestas y temas urgentes se dejan de lado por no ser lo suficientemente sexy. No he visto The Thick of It, la versión inglesa, pero seguramente debe ser más cruda. Tengo tarea.
El principal problema del mexicano es su asquerosa solemnidad hacía los momentos e instituciones. Mucho humor del mexicano y encontrarle la risa a todo mafrén pero vivimos en un país donde nuestro presidente es un chiste y su gente ni siquiera ha encontrado la manera en que se ría de él mismo. Seguimos en los tiempos de Señor Secretario. Por eso Obama puede tirar el micrófono y nosotros no.
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