En el campo de la palabra impresa, se escriben y esgrimen controversias que, para el caso de análisis que motiva mis comentarios, más que un desencuentro de opiniones, tiene origen en un exabrupto visceral que pretende adquirir forma de argumentación, pero queda en los hechos como un insulto llano y simple.
Me refiero a la réplica del compañero de opinión de estas páginas, José Carlos Sierra, quien en su columna Economía de Palabras, expresó en su columna Verdades a medios (LJA. Miércoles, 27 de julio de 2016), su alusión a la real y fuerte controversia sostenida entre el INEGI y el Coneval, con base en las modificaciones técnicas que el primero introdujo en un módulo de la encuesta para medir el nivel de ingreso de los hogares; con la intención asumida de afinar o hacer más precisa la captación de información desde las personas encuestadas; digamos que modalizó la forma de hacer las preguntas críticas a las personas encuestadas, en campo, sobre su ingreso “real”; bajo el supuesto de que los respondentes atenúan o minusvaloran el monto verdadero que percibe la familia, entendida como unidad económica total. De manera que las preguntas modificadas -con afinado colmillo experiencial del INEGI- supuestamente serían mejores “reactivos” para identificar y captar la suma real del ingreso obtenido por las familias más vulnerables del país. El Coneval respondió con un fuerte y airado reclamo a esta modificación, argumentando que la información así obtenida se hace incomparable con la de anteriores mediciones, a causa de dicho cambio metodológico. He ahí la controversia que constituye el referente.
Nuestro colega colaborador citado, José Carlos Sierra, refiere este hecho, diciendo: “La nota se repite en varios medios. Especialmente en aquellos que han dejado de hacer periodismo y de manera más burda en aquellos en los que jamás lo hicieron. (…) La institución responsable de elaborar las estadísticas oficiales, (INEGI) modificó un módulo de una de sus encuestas y acto seguido, citando algunos encabezados, la pobreza disminuyó 9.5% entre 2014 y 2015. 11 millones de mexicanos ya no son pobres, dejaron de serlo de pronto, sin aviso, milagrosamente. Tal vez sea la magia del cine o tal vez será que la pobreza no existe y son los papas” (¿?). (Fuente: LJA, o. cit., arriba. 27/07/2016).
Y a renglón seguido, afirma: “INEGI no es responsable de la tremenda estupidez de los medios ni de su aterradora falta de principios éticos (…)”. Más adelante, precisa: “En particular, le invito a reflexionar cómo es que los medios han dado la nota: con una fuerte carga política y con una vulgaridad tal que debería generar molestias e indignación. Sobre todo indignación”. – Continúa: “Los medios en este país son, en su conjunto, y no de manera particular, una vergüenza”. Y el mismo autor llega al clímax de su discurso, diciendo: “Para hacer el punto le comparto una recapitulación del contenido informativo que encuentro más inverosímil y que se le ofreció a los lectores en distintos medios locales en recientes días: una larguísima columna de opinión sobre el irrelevante regreso del Necaxa a lo que sea que haya regresado, una nota en la primera plana sobre la reunión de un poco más de 100 sordomudos católicos (…) y finalmente, mi favorita, una “polémica” nota sobre la posible sobrepoblación de ardillas en el jardín de San Marcos”. Y apostrofa con ironía: “Hay que reconocer la creatividad cuando uno la observa. El Estado ha encontrado la forma de resolver la pobreza sin la penosa necesidad de recurrir a prácticas extremas como acabar con la corrupción o ponerse a hacer su trabajo. Hay que agradecerles que se ahorraron las bardas para esconder a los pobres. Bastaron los medios, su incompetencia, su estupidez y sobre todo la falta de principios”.
La contrarréplica viene de nuestro director editorial, Edilberto Aldán, bajo la columna intitulada Medias verdades. Publicada en el mismo medio, el mismo día, la misma página, a contra recuadro. Primero levanta, hay que decirlo, con elegancia, el guante lanzado a la cara: “En La Jornada Aguascalientes nos preciamos de no practicar la censura y ser plurales, la publicación de la columna de hoy (…) en la que nos acusa de ser imbéciles o carecer de ética profesional es una muestra de ese compromiso”. Precisa, luego, el punto original de discordia “sobre los cambios del Módulo de Condiciones Socioeconómicas (MCS) 2015”. Sobre lo cual reflexiona sentenciosamente: – “el columnista podría habernos dado una lección sobre qué es lo importante, qué lo relevante en este asunto, pero optó por el insulto”. Punto que hace su punto. Concluye: “Insulto recibido, José Carlos Sierra, solo me queda una duda, ¿por qué no aprovechaste tu columna para abrirnos los ojos, para señalar el camino del compromiso con la verdad, para darnos una lección de cómo debemos ser? Gracias por nada.”
La Retórica, arte excelso o la “artesana” de la persuasión, es así definida desde sus tiempos fundacionales, por eximios oradores tales como Empédocles (495-435 a.C.), el filósofo sofista Gorgias (490-380 a.C.), Aristóteles (384-322 a.C.) o San Agustín (350-430). Arte que al día de hoy se menosprecia, debido al ínfimo y deplorable nivel con que lo esgrimen los políticos, a pesar de pronunciar sus peroratas que regurgitan como bravuconadas callejeras, en los augustos recintos parlamentarios o palacios gubernamentales. (Nota mía: LJA, Opinión. Sábado 3 de octubre 2009. ¿Retórica contra Realidad?).
¿De qué nos sirve la Retórica? –Ya respondí en otro sitio. La retórica política se está convirtiendo en un esgrima de lances, avances y retrocesos, cargados de toques estridentes al tiempo que ofensivos, no tan sólo por el estilo de empuje, sino por las palabras altisonantes, groseras, bravuconas, pícaras, como invectivas “ad hominem” (contra la persona), por encima de los conceptos, la referencia inteligente a contenidos políticos superiores, o que comporten gracia comunicativa y, sobre todo, elocuencia. Este es el tono de los mensajes emitidos por los precandidatos a la elección presidencial de los Estados Unidos de Norteamérica, en el actual proceso de las Elecciones Primarias de la unión americana. (Nota mía: LJA. Sábado 5 de marzo, 2016. Esa retórica indeseable).
En el presente análisis queda suficientemente destacado el recurso falaz del argumento “ad hominem”, que en apego a la precisión es un argumento “ad personam”/contra la persona. El estar indignado, o la invocación a la indignación total, no deja de ser precisamente eso un exabrupto por supuesta irritación política y moral, que no justifica desobligarse del estilo recto, correcto y propio de la argumentación lógica, racional, objetiva.
Invocaos la definición de la Retórica, como “artesana de la persuasión” / Peithous démiourgós. De esta gran tradición de helénica sobre la cual es importante destacar la función pública que la palabra tiene en la tribuna política. Me refiero a la importancia central que, en la oratoria pública -sea jurídica o política propiamente dicha-, adquiere el concepto de “lo eikos” / la verosimilitud. Gracias al arte de elucubrar o mejor dicho argumentar en contra de afirmaciones hipotéticas o tesis contrarias, se va refinando en el ejercicio de la dialéctica el recurso a “lo eikos”. Que tiene como cometido descubrir o revelar las argucias o los sofismas del contrario en su línea de la argumentación. En este uso se evita caer en la burda realidad de los sentidos, para apelar a la luz de razón, sobre la cual se finca sólidamente la argumentación. (Op. Cit. Esa retórica indeseable).
La invectiva de José Carlos Sierra, que tacha de imbecilidad e inmoralidad, incluso invoca lo “inverosímil” del hecho que sataniza. Pero lo hace, alejándose de lo “Eikos”, lo verosímil, que sí recoge Edilberto Aldán. De donde inferimos que el problema no es la Retórica, no es este noble arte de la persuasión al que hay que degradar y vilipendiar. Es a la argumentación tramposa, falaz, cínica, incendiaria, tremendista, taimada, esquiva, cobarde, reduccionista o absolutista, a la que hay que desactivar, porque su nombre es Sofisma, argumento inválido. Y todo para poder recobrar el auténtico sentido del “buen decir” –la Retórica-, cumplimentada por el arte del “bien pensar” que es la Dialéctica. Verbo sin razón vale Cero, razón sin verbo es el infierno congelado. La realidad es de quien la trabaja. (Op. Cit., ut supra. ¿Retórica contra Realidad?).