He cambiado los colores de mi vida. De aquellos colores brillantes como el amarillo, el naranja, el azul eléctrico, el púrpura profundo, de aquellos colores que irritaban mis ojos, sólo queda una pálida sombra. Cambié los colores de mi vida y ahora vivo en un confortable tinte muy tenue, ya no se irritan mis ojos. Por alguna razón, probablemente por nadar a favor de la corriente, me salí de un Van Gogh, y una vez afuera, ya no supe qué hacer, pensé en meterme en un cuadro de Edvard Munch y compartir su grito desde adentro, pero no, eso me da miedo, definitivamente no quiero pintar mi vida de negro, como seguramente lo desearían los Rolling Stones. Esto se ha convertido en un tono deslavado, en realidad no hay un color definido.
En este momento estoy viendo en la televisión un documental del Monterey Pop Festival, Jimi Hendrix está haciendo el amor con su guitarra,… “Wild Thing” de The Troggs suena verdaderamente salvaje en la guitarra de Hendrix. Noel Redding y Mitch Mitchell le siguen el juego con su bajo y batería respectivamente. Hace algunos momentos Roger Daltrey de The Who decía que prefería morir antes que ser viejo, y yo, la verdad, me estoy sintiendo un poco viejo, bueno, especialmente si consideramos la vejez como una vida descolorida.
Jimi Hendrix acaba de quemar su Fender Stratocaster, ha celebrado el gran ritual de sacrificio, terminar con lo que más se ama, en este caso con su guitarra. Los hippies viven el gran momento de sus vidas, es sublime, es el verano del amor en el área de la bahía de San Francisco. Estos jóvenes desarrapados y greñudos colocan una flor en el fusil que les apunta, es la respuesta del amor a la violencia del establishment…, y sin embargo ahí está esa neblina morada que invade mi cerebro, ¿alguien puede decirme cómo se le llama a ese fenómeno de extrañar algo que nunca hemos vivido?, sí, tiene un nombre, pero no lo recuerdo, pero así me siento yo, extrañando el verano del amor, aunque en 1967 yo tenía 4 años de edad y estaba en mi casa viendo a los Picapiedra y ni idea tenía de que en la costa oeste de los Estados Unidos se estaba viviendo la utopía de los hippies, todos ellos con flores en el cabello y haciendo el símbolo de amor y paz. Todas las cosas con las que soñé, todas las cosas que han tenido para mí un gran valor, todas las imágenes que han dado a mi vida tonos brillantes y llenos de esplendor, todo eso se va ahora tan lejano, me siento asfixiado por una cómoda felicidad doméstica que no deja de ser motivo de cuestionamiento…, arreglar la casa con lindos muebles y pensar en un futuro cuando vengan los niños, aunque bueno, ese problema está resuelto, nunca tuve hijos.
Ravi Shankar está tocando la cítara mientras escucho que la lluvia golpea en la ventana, es la primera semana de julio de este 2016. Hace un par de días recordé otro aniversario luctuoso, el 45, de Jim Morrison y de repente se me viene a la mente, encima de las ondulaciones de sonido que produce la cítara de Shankar, aquella tonada de The Doors: “summer’s almost gone…” y sí, duele pensar que el verano de mi vida ha terminado, ¿realmente ha terminado?
Cambié los colores de mi vida y ahora no estoy ya tan seguro como lo está Roger Daltrey de decir que prefiero morir antes que ser viejo, no puedo dejar de pensar en aquellas palabras que evidentemente suenan a profecía y que Cat Stevens canta en el tema “Father and son”: “For you’ll still be here tomorrow, but your dreams may not” (estarás aquí mañana, pero tus sueños probablemente ya no).
Tal vez sentí angustia cuando mi vida estaba llena de aquellos colores brillantes, pero era algo real, era mío, y ahora me pesa tanto esta comodidad, siento como si me hubiera jugado sucio, como si me hubiera sido infiel, como si hubiera atentado contra mis propios y más elementales principios. Cambié los colores de mi vida y no hay mucho que pueda hacer al respecto.
… terminó Ravi Shankar, parece un gurú sentado con las piernas cruzadas y su barba larga y blanca dándole ese toque de sabiduría, de místico. El público reunido en la comunidad de Monterey en California le aplaude con entusiasmo en aquel verano del ‘67, eso que hoy conocemos con el nombre del verano del amor. Y así, con aquel aroma a césped recién cortado después de la lluvia nocturna, con el agradable vaporcillo que sube de los jardines húmedos cada mañana de julio, con la portada del disco Deja Vu de Crosby, Stills, Nash & Young en mi cama, que ahora es más grande y ya no es sólo mi cama. Mientras en el reproductor de discos compactos se deja escuchar la adolorida voz de Neil Young cantando “Helpless”, y yo veo desencajado, como se cumple poco a poco la fecha de caducidad de todos mis sueños e ilusiones, esos que desaparecen aun cuando yo sigo existiendo. Probablemente el sueño terminó, ¿qué más puedo decir?