Entrevista a Diego Olavarría, ganador del Premio de Crónica Joven Ricardo Garibay
Diego Olavarría, ganador de la Primera Edición del Premio de Crónica Joven Ricardo Garibay en 2015 nos concedió una entrevista, en donde hablamos no sólo de su libro sino de otros temas, entre ellos lo que está ocurriendo en Cuba, la fotografía como medio de expresión y al mismo tiempo de respeto y de irrupción, y de los olores en los viajes.
Óscar Alarcón (OA). Uno comienza a adentrarse en la lectura de El Paralelo Etíope y no hace más que sorprenderse. El libro tiene una declaración: “Persona a la que sólo le interesa el mundo en la medida en la que es fotogénico”, así es como defines al turista.
Diego Olavarría (DO). Exactamente. En general el texto merece mucha atención a los turistas y a su forma de relacionarse con el mundo, es una de mis observaciones del primer capítulo.
ÓA: Hay una teoría francesa de Marc Augé que habla sobre los No Lugares, y también los mencionas en tu libro. Y podríamos hablar de los No Humanos: la gente que está en los hoteles y aeropuertos.
DO: Es verdad. La imagen más famosa de Marc Augé es el aeropuerto, es el lugar donde las cosas pasan, pero no suceden en realidad.
Todos están simplemente de paso, no hay ningún desenlace dramático. Y creo que los hoteles también tienen esa característica, al menos en la superficie. Un hotel business class, es uno de estos hoteles donde llegas, pasas la noche, desayunas, desapareces y al día siguiente llega alguien a sustituirte. Creo que es un fenómeno global.
Lo sorprendente es que en un país como Etiopía, que es uno de los países más pobres del mundo, pueden existir ese tipo de No Lugares.
ÓA: Precisamente se hace un paralelismo con nuestro país, esto también ocurre en lugares remotos de México. También tenemos No Lugares.
DO: Definitivamente. El título del libro alude a algo que desarrollo a lo largo del libro: los paralelismos entre México y esa nación africana. Y son tanto paralelismos geográficos, paralelismos sociales como paralelismos emocionales. Creo que hay un poquito de todo en el libro.
ÓA: Las estaciones del metro llegan a ser avasalladoras, sabemos que en el D. F. hay una estación que se llama “Etiopía”. ¿La soledad en África también llega a ser avasalladora?
DO: Sí. Hay un poema de Constantino Cavafis, que a mí me gusta mucho y que dice: “la vida que tú destruiste, la destruiste en toda la Tierra”.
Yo creo que la soledad que siente una persona, la va a sentir aquí y en China. No hay forma realmente de escapar de los pensamientos. Pero a veces en Etiopía, por ser un país tan grande, con tantos territorios inexplorados y desérticos, de pronto sí te sientes un poco solo. Sobre todo cuando no puedes hablar el idioma y no entiendes la cultura. Así pasa.
ÓA: Estaba recordando el libro Posthumano de Mauricio Bares, porque hablas del Turismo del Apocalipsis. Y de la misma forma, recordaba una plática con Mónica Maristain que decía que muy probablemente en México ya haya pasado el Apocalipsis y ni siquiera nos hemos dado cuenta. ¿Estamos frente a dos países, México y Etiopía, en los que han ocurrido desgracias y no nos dimos cuenta?
DO: Yo creo que es muy posible. En el libro hablo del Turismo del Apocalipsis como este turismo que va por el mundo buscando cosas específicas y que se sabe que en unos años ya no van a estar.
En el caso de Etiopía, son las personas que van en busca de las tribus aisladas del sur y que por las condiciones culturales, económicas y sociales que afectan al país, realmente están poniendo en peligro de extinción esas tradiciones y esas formas de vida.
Pero creo que también en nuestro país vivimos otro tipo de Apocalipsis, por ejemplo cuando te enteras que un huracán se lleva toda la arena de Cancún y tienen que importar la arena de la República Dominicana para volver a hacer una playa, ahí hubo un Apocalipsis.
O cuando te enteras de que hay violencia en Ciudad Juárez y que los niños interiorizan esa violencia y juegan a los secuestradores, también es un tipo de Apocalipsis.
ÓA: Y lo que te comentaba, una especie de Posthumanidad.
DO: Sí, creo que hay grandes desigualdades en el mundo y una de las condiciones que las fomentan es que los humanos tienen cada vez más dificultad en ver horizontalmente al otro, en ver a su par.
De pronto llegan estos turistas al sur de Etiopía, que quieren dizque conocer a las tribus pero lo único que quieren hacer es fotografiarlas y no pueden ni hablar ni compartir ni tener otro tipo de interacción significativa con ellos. Y a la vez eso no les importa tanto porque vivimos en un mundo donde la experiencia se resume en el fetiche fotográfico: lo único que quieren, al final, es esa fotografía porque vivimos en un mundo que está obsesionado con lo visual y no necesariamente con las experiencias.
ÓA: Que si no ocurre en Facebook o en Instagram no ha pasado.
DO: Exactamente.
ÓA: Hablando del lenguaje, de la forma en la que nosotros en español expresamos los olores, ¿qué tan difícil es expresar el olor de Etiopía? No te lo pregunto con prejuicio sino más bien dinos, ¿a qué huele Etiopía?
DO: Es muy curioso que me lo preguntes. Una de las figuras más famosas de la literatura del siglo XX es el recuerdo que le desencadena a Marcel Proust el momento en el que se lleva una magdalena de mantequilla a la boca y recuerda su infancia.
En Etiopía olí muchas cosas, algunas olían bien, a veces la ciudad olía muy mal. Una vez que nunca olvidaré fue después de tres años de estar en Etiopía, comí en un restaurante etíope en California y comí un platillo que tienes que comer con las manos -porque la comida etíope se come con las manos- y tomas un pedazo de pan -del pan que se llama injera- lo metes en la comida y te lo llevas a la boca.
Después de comer ese platillo salí a la calle y sin querer me acerqué la mano a la nariz y el olor de las especies de esa platillo etíope -que era un platillo como de jitomate- me transportó inmediatamente a Etiopía, a tres años antes.
Puedo decir que Etiopía huele a muchas cosas, pero el que nunca voy a olvidar es ese olor que yo ni siquiera me acordaba que recordaba, y que ese día en California olí mis dedos y me llevó de viaje hasta África.
ÓA: Existen también paradojas en Etiopía, uno esperaría que los países pobres estén llenos de basura y resulta que en Etiopía no ocurre esto porque ni siquiera hay basura que tirar a la calle.
DO: Es muy impresionante. En México estamos acostumbrados a que la pobreza se traduzca -en cierta forma- en que haya basura en las calles, que esté muy sucio todo, que haya perros caminando por las avenidas pero en Etiopía hay tanta escasez que ni siquiera hay basura, porque no hay una industria que fabrique los productos que después se pueden convertir en basura.
También me pasó en un camino rural, la gente tenía las botellitas de agua del autobús y en algún momento se ponchó la llanta y entonces se acercaron niños pastores a pedir las botellas de agua porque una botella, aunque estuviese vacía, podía ser un artefacto muy valioso ya que ahí puedes guardar agua.
Y ni se diga cosas como tener perros de la calle, es impensable porque los perros se alimentan de la basura y de los desperdicios que se encuentran en ésta, pero en un país donde no hay desperdicios y casi no hay basura es imposible que sobrevivan. Es más probable que se los coman a ellos.
ÓA: A propósito de lo que estás mencionando sobre las botellas, el libro tiene una nota al pie: “La botella plástica como instrumento, así como ciertos humanos aprendieron a tallar obsidianas en lugares disímiles sin saber que otras tribus hacían lo mismo. Los niños de las montañas etíopes inventan instrumentos iguales a los niños de Acapulco”. Este paralelismo también es tremendo, sobre todo por lo que está ocurriendo en Guerrero.
DO: Me parece que la situación en Acapulco es tremenda, vale la pena reflexionarla mucho.
Yo nunca voy a olvidar la imagen típica de cuando era niño e iba a la playa en Acapulco y que hubiera niños tocando instrumentos con Frutsi -como una maraca con un Frutsi-. De hecho, cuando llegué a Etiopía y vi a unos niños tocando ese instrumento, me recordó que -así como lo has explicado tú- igual que nosotros inventamos arcos y flechas, otros inventaron arcos y flechas: pasó exactamente lo mismo con estos instrumentos musicales.
ÓA: Hablando de las perforaciones, encontramos fragmentos donde cuentas que las perforaciones y las expansiones del cuerpo son una especie de camuflaje para que a las mujeres no las secuestren, no las rapten y entonces se ven en la necesidad de “afear” su cuerpo. Todo en una estética del cuerpo extraña o lejana de lo que ocurre en nuestro país. ¿Nos puedes platicar un poco sobre las expansiones en los cuerpos de las mujeres?
DO: En el sur de Etiopía hay una tribu en particular, que es la tribu de los Mursi, la cual practica la expansión no sólo de los lóbulos de la oreja -como practican en México y en otros países, los punks y también practicaban los mayas y otras tribus- sino también la expansión de los labios.
Eso lo hacen las mujeres: se colocan unos platos en los labios y quedan bastante grandes, tal vez como del tamaño de una rueda de triciclo. Lo hacían -se cree- para evitar que a ellas las esclavizaran y las vendieran a los traficantes y comerciantes de esclavos holandeses.
Lo interesante es que con el tiempo se volvió la forma atractiva de ser de las mujeres. Aquello que hicieron en un inicio tal vez para afearse, termina adaptándose y agarrándole el gusto a la práctica. Un hombre considera más bella a una mujer que tiene un labio más grande y a nosotros nos puede parecer inverosímil.
A ellos les puede parecer muy raro, por ejemplo, cuando me vieron a mí que tengo tatuajes en los brazos, me los veían y se les hacían rarísimos y me preguntaron esas mujeres que tenían labios gigantes, que se les habían ido expandiendo durante años, si a mí no me habían dolido mis tatuajes.
ÓA: Es una buena comparación del dolor.
DO: A mí me parecería que duele mucho más expandirse un labio que hacerse un tatuaje, pero eso te da cuenta de cómo -a veces, cuando estás tan metido en tu propia cultura- te cuesta trabajo entender lo que hacen otras culturas. Y es exactamente lo mismo que nos pasa a nosotros para entenderlos a ellos y en cierta medida a ellos con nosotros.
ÓA: Diego, sabemos que también estuviste en Cuba, quisiera preguntarte sobre la expansión del Neoliberalismo que ha alcanzado a la isla, y que también seguramente viste en Etiopía. ¿Qué puedes apuntar de esta expansión económica, que aunque nos parece muy salvaje, no hay otra más que esa?
DO: En el caso de Cuba siento que el gobierno todavía lo tiene bastante bajo control. Están midiéndole las aguas y dejando que entre la inversión poquito a poco. Me parece bastante razonable, bastante racional, pero la gran pregunta es si esas entradas de capital, si esa venta de activos del estado cubano, va a terminar beneficiando al pueblo de Cuba o si solamente va a beneficiar a los inversionistas.
En el caso de Etiopía es interesante. Uno de los grandes inversionistas de los últimos años ha sido el capital chino. De hecho, en los últimos tres años.
El año pasado, Adís Abeba inauguró un nuevo sistema de trenes urbanos que -según dicen- son muy modernos, y los chinos han estado construyendo carreteras en todo el país. Obviamente ellos lo hacen con un interés también por posicionarse como país pero también a sus industrias en las distintas regiones para apoderarse de las minas, de los campos y de la mano de obra que pueda nutrir las manufactureras chinas, porque China ya quiere dejar de ser un país productor de manufactura, le quiere pasar esa bolita a los países africanos y a los del sureste asiático. Entonces es algo que es inescapable pero a la vez no sucede igual en todos los países.
En Cuba están muy metidos los europeos y ahora los estadounidenses están tratando de levantar el bloqueo. No tanto porque quieran o admiren a Fidel Castro, o respeten el derecho de los cubanos, sino porque quieren parte de ese gran mercado que parece que va a ser Cuba.
ÓA: Ya para finalizar me gustaría hacer una cita de la página 63 de tu libro que dice: “Cuándo fue la última vez escuchó que un turista llegara a Europa y un europeo le abriera la puerta de su casa para que fotografiara a sus hijos”, esto es impresionante porque la fotografía se convierte en una suerte de espejo que nos recuerda que nosotros podemos fotografiar pero debemos hacerlo con mucho respeto.
DO: En el caso de esa crónica, que es la segunda del libro, la reflexión es mucho en torno a la fotografía.
Una de las contradicciones que encontré es que muchos europeos y muchos estadounidenses se quejaban de que no podían fotografiar o que la gente se molestaba porque los fotografiaran o les pedían dinero por dejarse fotografiar. Pero a la vez recuerdo cuando hace dos años estuve en Nueva York, alguien me comentó que ni se me ocurriera, ni loco, tomar una foto en un parque donde hubiera niños porque inmediatamente podían llamar a la policía, podían pensar que yo era un pervertido.
Hay una doble moral fotográfica. Los turistas salen y de pronto piensan que por estar fuera de su país se vale hacer un montón de cosas que en su país no.
Creo que parte de hacer un turismo responsable implica tratar a las personas con más respeto y con más dignidad. Y si las personas no quieren ser fotografiadas, también se vale.
Esta conversación se publica también en Radio BUAP
@metaoscar