Este país en su carácter de comedia trágica, donde los dioses no hacen nada para detener el sufrimiento, nos ha dado un héroe tragicómico. Un personaje capaz de dejar atrás las adversidades de la crítica, la democracia y el estado de derecho para poder encarar con entusiasmo la carga del personaje principal de nuestra tragedia nacional. Dirían algunos que se nos ha dado al responsable del timón, más no de la tormenta.
Los tintes cómicos de nuestro héroe, involuntarios siempre, son un bálsamo. Un descanso de la tragedia, de una trama principal llena de sobresaltos, de desaparecidos y pequeños desenlaces terribles. Son un descanso al miedo, la precariedad y la miseria en la que suceden los días. Parece que nuestra tragedia solo tiene los roces suficientes con la comedia como para hacerla soportable. Ni uno más ni uno menos.
Nuestro héroe, incomprendido, que sabiendo no le aplaudiremos, continúa sin titubear. Conoce nuestras ridículas quejas y exigencias de dignidad, igualdad y derechos humanos. Vive con nuestra ingratitud, es uno con ella y aun así, magnánimo nos mira y sin juzgarnos simplemente nos ignora. En un estricto compromiso con mantener ligera la historia, nos miente, nos habla de otro país, de otra realidad, le habla a los pobres de comida, le recuerda a los enfermos días más gratos, nos hace pedirle peras a los olmos. Ni nos ve, ni nos oye.
Tal parece que nuestro héroe decide, por el bien de la trama, ignorar algunos hechos que desentonarían con los destellos cómicos eventuales. Ignora voluntariamente la pobreza, ignora con firmeza el grotesco nivel de desigualdad entre los personajes de esta historia, ignora la necesidad de replantear el pacto social que impera. Aunque también ignora otras cosas, muchas, que parecen ser triviales y en algunos casos esenciales para desempeñar su papel, basta saber que lo hace por el bien de la involuntaria, casi divina, comedia. Por convivir.
No podemos quejarnos. De pronto, como sucede cada casi 6 años, al cambiar de héroe, podríamos encontrarnos con uno decidido a terminar con el sufrimiento, la ignominia y la miseria. No obstante deberíamos preguntarnos ¿Qué sería de nuestras vidas?
Aunque el miedo sea tremendo y la incertidumbre casi insoportable, propongo que nos atrevemos a cambiar. A nuestro héroe, o al que le siga, recordando que es más grande nuestra historia que sus monigotes y su carácter desechable, habrá que pedirle que nos deje cambiar de giro. Este país surreal donde suceden las cosas más inverosímiles, de ciudadanos que nacen donde les place, de una cultura inquieta, de un folklore aromático se merece otra clase de historia.
Es necesario preguntarnos qué clase de héroe queremos. Es indispensable pensar cómo cambiarle el tono a esta tragedia. Y para ello, como don Emilio, no creo que sea necesario amar esta patria, ni su fulgor abstracto inasible. Solo es necesario, estar dispuesto a dar la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad deshecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas -y tres o cuatro ríos.
@JOSE_S1ERRA