A la par de los problemas de ingresos y empleo que han venido de la mano con las sucesivas crisis económicas, las alternativas para encontrar una ocupación remunerada se han reducido. La informalidad en el empleo, que permite que más de la mitad de la población ocupada tenga la posibilidad de recibir un ingreso también ha provocado problemas que tendrán repercusiones en el corto plazo, tales como la carencia de seguridad social o la cancelación de la posibilidad de un retiro o una pensión.
La desocupación y el subempleo son problemas de una dimensión alarmante en los países subdesarrollados como México. Como en otros tantos procesos que afectan a la población en su salud, ocupación, ingresos y hasta en su estado emocional, las alternativas con se cuenta van desde la evasión (las redes sociales y el like que da sentido a muchas vidas) al voluntarismo (e. g. autoayuda, ecología de bolsillo y emprendedurismo) como estrategias para sortear las consecuencias de las crisis.
Y precisamente los programas para emprendedores y toda la ideología que subyace en la idea del mercado como un espacio en donde los más aptos y aventurados tienen mayores posibilidades de alcanzar el “éxito” ganan terreno en periodos de mayor desempleo y condiciones de trabajo precarias. En lo fundamental un emprendedor es alguien que inicia algo: un negocio, una empresa, un comercio, alguna actividad especulativa. Visto así, todos somos emprendedores, es decir cualquier persona que destina su dinero a hacer más dinero por definición es un emprendedor.
Alrededor de esta idea, se adereza la magia del emprendedor con el atributo de que realiza prácticas innovadoras para desarrollar algún producto o servicio. Cuando nos venden la idea del emprendedor se piensa en un joven empresario que arriesga sus ahorros -y muchas veces los de su familia- para echar a andar una idea que le hacen creer nadie más tiene y que eventualmente convertirá a este enjundioso prospecto de empresario en el futuro Carlos Slim o Bill Gates. Ya desde la época de los vendedores que eran capaces de hacernos comprar una piedra amarrada con un hilo, especialmente los estrategas de las empresas automotrices, se vendió la ilusión de que cualquier persona puede convertirse en el mejor vendedor, en el más grande inventor o en el innovador que el mundo esperaba.
Tan importante es hacer creer a las personas que con un pequeño capital y una idea en ciernes puede convertirse en millonarios, que muchos emprendedores trasnochados se gastan el dinero de sus familias en proyectos que no tienen posibilidad alguna de prosperar. Así, aunque hagan los mejores planes de negocios y el mejor estudio de mercado, la condición de un mercado sin ingresos es el principal problema del que nunca se habla en las pláticas motivacionales a los emprendedores, ni en las escuelas donde esta especie tan particular de crédulos de las bondades del libre mercado se dan en macetas.
Por ejemplo, en escuelas del Tec de Monterrey garantizan que sus estudiantes egresarán habiendo iniciado un negocio. Y en efecto así lo hacen, el problema es que el financiamiento para el proyecto proviene de la propia escuela y cuando fracasa -como sucede en la gran mayoría de los casos- el emprendedor en cuestión queda endeudado por mucho tiempo. No sólo matan el espíritu emprendedor sino que contribuyen a generar profesionistas que en lugar de desear ser su propio jefe, buscan convertirse en empleados.
Y para los afortunados que lograron que su negocio arrancara, el 80 por ciento no sobrevivirá a los 2 primeros años, ya que la mortandad de las micro y pequeñas empresas es de esas dimensiones. Tampoco este dato se menciona en las pláticas de los coaches de los emprendedores ni en las sesiones de las aceleradoras de empresas, que pese a los recurrentes fracasos siguen siendo beneficiadas por los programas públicos como es el caso del que tiene el Instituto del Emprendedor de la Secretaría de Economía federal, al que por cierto le hicieron un importante recorte presupuestal hace un par de semanas. Y pese a que en estricto todos mundo es emprendedor, sólo se otorga esa cualidad a quienes tienen la paciencia, o la inocencia, de seguir escuchando las consabidas recetas: haz un buen programa de negocios, busca el nicho adecuado, sé innovador, sigue las estrategias y en tu visión colocas lo que desearías ser..
El emprendedor es sólo una ingenua víctima que cree que es algo más de lo que es y puede ser, y que compra la idea de que con una plática de dos horas podrá hacerse millonario, lo que sus propios mentores no han podido lograr. A falta de otras modalidades para encontrar alternativas a la desocupación y a la falta de ingresos, la promoción de esta forma de hacerse millonario con el sólo deseo de hacerlo, la hermana con aquel otro socorrido programa de la calidad total, que prometía que todo se haría bien desde la primera vez, cuando en realidad lo que propició fue el hacer siempre igual, perpetuando los errores y generando sistemas de corte burocrático dentro de las empresas; afortunadamente quedó en la basura.
Un programa de emprendedores que no se quede en la vertiente motivacional requiere de un contexto que facilite hacer negocios, no que los inhiba y necesita de un esquema de promoción de negocios y de una economía que no se finque en la corrupción ni en el pago de salarios de miseria. Mientras eso ocurre, los emprendedores pueden dejar de asistir al coco wash y ser carne de cañón.
Francisco J. Caballero