Eugene Schieffelin / Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento - LJA Aguascalientes
21/11/2024

“He said he would not ransom Mortimer; / Forbad my tongue to speak of Mortimer; / But I will find him when he lies asleep, / And in his ear I’ll holla ‘Mortimer!’ / Nay, I’ll have a starling shall be taught to speak / Nothing but ‘Mortimer,’ and give it him / To keep his anger still in motion”. (Dijo que no rescataría a Mortimer, / Prohibió a mi lengua hablar de Mortimer / pero lo encontraré en donde yace dormido, / Y al oído le gritaré “¡Mortimer!” / Tendré un estornino [la mayoría de las traducciones al español proponen “loro”] al que enseñaré a hablar / Y no dirá más que “Mortimer” y se lo daré / Para conservar su ira aún en movimiento). Eso escribió William Shakespeare en el Enrique Cuarto, Primera Parte, Acto I, Escena 3, versos 217-223.

“Las grandes bandadas de estorninos pueden ser un aliado contra las plagas agrícolas, ya que se alimentan de un gran volumen de insectos y otros invertebrados plaga de los cultivos. Pero también pueden convertirse en una importante plaga agrícola al arrasar cultivos enteros de cerezos, uvas u olivos. El hábito de pernoctar en las ciudades también puede causar molestias, principalmente por el ruido y el gran volumen de excrementos que dejan a su paso”, propone una página de control de plagas. Y continúa “son un problema sobre todo en aeropuertos porque vuelan en grandes grupos y, en comparación con otros pájaros, sus cuerpos son muy densos. Tienen un veintisiete por ciento más de densidad que una gaviota, un ave mucho más grande. Cuando un grupo de estorninos choca contra un avión los efectos son devastadores. En 1960 causaron el accidente por golpe de pájaro más mortal de la historia de la aviación. Las aves entraron en los motores del avión, cuando despegaba del aeropuerto Logan de Boston, y la aeronave se estrelló en el puerto matando a 62 personas a bordo”.

¿Qué relación hay entre esos versos del genial dramaturgo, los únicos en los que aparece en toda su obra la palabra “starling” (estornino), y que esos pájaros sean uno de los vertebrados más extendidos por todo el planeta y que en todo el continente americano sean plaga en casi todas las ciudades y países? Una, Eugene Schieffelin que a finales del siglo diecinueve se propuso introducir en Nueva York todos los pájaros que parecieran en las obras del bardo de Stratford-upon-Avon y que no fueran nativos del continente.

Schieffelin ya había intentado introducir, como miembro de la  Sociedad Zoológica de Nueva York y de la Sociedad Estadounidense de Aclimatación, otras especies de aves en Nueva York. En su jardín trasero había soltado ya pardillos, pinzones, ruiseñores o alondras, aunque ninguno de ellos había logrado la tareas de aclimatarse y reproducirse. Sólo los gorriones habían logrado esa misión, algo que inspiró, incluso, un poema, perfectamente olvidable, de William Cullen Bryant. La Sociedad Estadounidense de Aclimatación, como otras muchas en muchas partes del mundo a finales del siglo antepasado, se proponía, con desastrosos efectos como se demostraría a la larga, introducir la mayor cantidad de animales en un hábitat para lograr mayor biodiversidad.

A finales de febrero de 1890 llegó hasta Nueva York, concretamente, como habían hecho lo anteriores cargamentos, hasta el domicilio de Schieffelin una caja que contenía un par de jaulas con setenta, carísimos, estorninos. El seis de marzo de ese mismo año a primera hora de la mañana Schieffelin se dirigió con las jaulas a Central Park y procedió a abrirlas. El primer impulso de las aves, ateridas de frío, fue refugiarse en los aleros del recién inaugurado Museo de Historia Natural. Alentado por su éxito, el farmacéutico de profesión procedió a comprar, importar y soltar cuarenta más al año siguiente. Con el tiempo, y ayudados por la falta de competencia y unos picos de músculos muy flexibles, esos cien estorninos fueron proliferando hasta llegar en la actualidad a una cifra estimada de unos 200 millones de ejemplares solamente en Estados Unidos. Actualmente su hábitat en el continente se extiende desde Alaska hasta Argentina, siendo en la mayor parte de los lugares del continente una plaga.

Esa es sólo una de las geniales historias que propone Stephen Marche en el ilustrativo, fácil de leer y entretenidísimo Cómo Shakespeare lo cambió todo que propone además la relación entre el poeta y la invasión de estorninos en el continente americano.

Actores blancos haciendo de negros o actores negros actuando papeles de blancos, el tan natural en el siglo veintiuno nombre femenino de Jessica que el dramaturgo inventó, las mil setecientas palabras que aparecen por primera vez en su obra y ahora son del dominio más común del inglés (como ejemplos bastarán “advertising”, “manager”, “excitement” o, por usar apenas una letra, y no siendo exhaustivos “Abstemious”, “addiction”, anchovy” o “assassination”), la siempre conflictiva historia de lo mal que Tolstoi leyó al dramaturgo inglés, el pasado teatral del asesino del presidente Lincoln o la relación, problemática siempre, de Shakespeare con el poder y los regímenes totalitarios son algunas de las historias que se pueden encontrar en el libro, un libro que habla no sólo de Shakespeare sino de tantos hombres y mujeres, conocidos o desconocidos a los que, de un modo u otro les ha cambiado la vida.

Un libro que termina citando a Borges. “La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Y, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy, soñé el mundo como tú soñaste mi obra. Mi Shakespeare y entre las forma de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie”.



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