El día 23 apareció la noticia de que el Congreso del Estado, en su última sesión ordinaria a celebrar el día de ayer, eliminaría el fuero constitucional que ha protegido a los políticos desleales cuya existencia reconoció públicamente el presidente de la República al inaugurar, la semana pasada, el Sistema Nacional Anticorrupción.
Dos días después apareció, ya a nivel nacional, la misma noticia en el sentido de que el Senado eliminó por fin el citado fuero, una vez superada la reticencia de los legisladores mayoritarios (revolucionarios ya no son) que no se resignaban a perder ese PRIvilegio, del que también estaban aprendiendo con gran rapidez a aprovecharse sus adversarios también de derecha, centro e izquierda de esta era neoliberal, tan diferente de aquella en que la represión gubernamental, sumada a la explotación del gran capital, eran un acicate de honestidad ideológica. Pero como donde manda capitán no gobierna marinero, tuvieron que levantar sus dóciles deditos ya que sostener la más obscena fuente de corrupción cuando se inicia la lucha contra ella, resultaría incoherente.
Mas, como debo entregar mi colaboración a la Dirección Editorial dos días antes de su publicación, no podía saber lo que ocurriría un día después, o sea ayer, en nuestra Legislatura local.
Lo cuerdo, pensé yo, sería esperar la promulgación de la reforma nacional mediante su publicación en el Diario Oficial de la Federación, para no tener que empatar la redacción posteriormente; pero si de lo que se tratara -por la repentina prisa en aprobar la iniciativa- fuera cerrarle el paso a la toma de posesión del gobernador electo atizando la impugnación en proceso, a estas horas seguramente ya se estará remitiendo el decreto al gobernador del Estado para su firma y posterior promulgación.
Pero a todo esto: ¿qué es el fuero? Según diferentes fuentes consultadas para refrescarme la memoria, el concepto occidental parece haberse gestado en Cnosos, puerto principal de Creta más de mil años a.C., en cuya plaza se reunía la gente a tomar acuerdos, costumbre adoptada siglos después por Atenas con el nombre de ágora (asamblea que se realizaba en la plaza de la ciudad) de donde surgió la primera tentativa de democracia o poder del pueblo (demos=pueblo + kratos=poder) con la organización sistemática a cargo no de todos los habitantes sino solo de los poderosos (terratenientes, sacerdotes y guerreros) para discutir las decisiones a tomar para beneficio de la ciudad-estado, acatadas y puestas en práctica por el monarca a cargo del gobierno.
Esta democracia primitiva fue adoptada a su vez por Roma con el nombre latino Foro (de forum, plaza con función equivalente al ágora) cuya compilación legal fue conformando lo que conocemos ahora como Derecho Romano.
En la Edad Media se difundió por el vasto Imperio, floreciendo en España con el surgimiento de los ayuntamientos, organizados con base en la codificación de las costumbres de cada comunidad y los privilegios otorgados por el rey; códigos o reglamentos a los que llamaron Fueros, modismo inspirado en el antiguo foro romano.
Estos fueron los fueros municipales, concepto de organización política aplicada con cierta facilidad por Hernán Cortés a su llegada a México por su parecido con el Altépetl y el Calpulli de la cultura Náhuatl, que hasta la fecha ha sido imposible de aplicar en su pleno significado por la aplastante centralización del poder que de federal solo tiene el nombre.
Trescientos años después, cuando México se independiza de España, los grandes hacendados peninsulares (nacidos en España) y criollos (los hijos de los peninsulares que ya nacieron en México) quisieron imponer un gobierno que les permitiera conservar sus privilegios (razón por la cual se llamaron conservadores) para lo cual buscaron el apoyo de los militares a quienes ofrecieron fueros exagerados, y del clero al que también asignaron grandes privilegios; así se pasó de la guerra contra España a la guerra fratricida entre mexicanos, conservadores los que querían consolidar sus fueros y privilegios, y liberales los que pretendían construir un Estado democrático, libre y soberano. De la inopia en que nos dejó esa guerra intestina se valió el naciente imperio estadounidense para arrancarnos la mitad de nuestro territorio en 1847.
Finalmente, al triunfo de los liberales se aplicaron las Leyes de Reforma, entre las cuales estuvieron las que abolieron los fueros militares y los privilegios eclesiásticos con la Constitución de 1857. Los hacendados perdedores fueron a pedirle a Napoleón III que nos organizara un imperio, pero esta vez ambos tuvieron que llorar su derrota en el cerro de Las Campanas.
Hacendados, militares y clérigos recuperaron, con la dictadura porfiriana, muchos de los fueros y privilegios perdidos, pero la Constitución revolucionaria de 1917 volvió a extirparlos. (Concluye la semana próxima).
“Con unidad en la diversidad, forjemos ciudadanía”
Aguascalientes, México, América Latina
2016, año de Jesús Terán y Jesús Contreras