Hago lo que hasta hace unas décadas era impensable: escribo esta columna mientras paseo al perro. Audífonos al oído, mano izquierda y ojos en el teclado predictivo, perro en la mano derecha y la probabilidad de un tropiezo, y quizás una muerte ridícula, en mis piernas. Qué suave. Un viejo criticaría, y con justa razón, este sistema. No sólo porque enfocarse en una tarea es lo óptimo, lo productivo, lo efectivo; andar como caballo ciego y ser responsable en cuerpo y alma en una sola tarea también es madurar. Es lo mínimo que se espera de cada uno de nosotros para pertenecer y obtener la aprobación de nuestros viejos fantasmas, nuestros viejos rumiantes. Tantos años y todavía creemos que el destino natural del hombre es una muerte rutinaria, sencilla y digna. Ay. Anuncio mi primer tropiezo. Me lo merezco.
La gente, como niños, toman las calles para cazar pokemones. Chavos, rucos e híbridos andan con los ojos en el teléfono para capturar monstruos imaginarios, vestigios de una realidad aumentada, para satisfacer uno de los impulsos primigenios: la recolección. Uno de los engaños más amables y sabrosos del cerebro: los seres humanos registran dentro de sus bienes incluso aquello que no es tangible. Y algunos todavía se preguntan por qué pasábamos horas en la granjita del feis. El maestro pokémon es a los ojos de su propio cerebro un buen ganadero.
Dato de trivia: el creador de Pokémon era un ávido e introvertido recolector de insectos. Obsesionado, se preguntaba cómo podría crear un juego social con ello. No sólo quería construir uno de los bestiarios más grandes del mundo, también hacer amigos. Y ahora, henos aquí, en las calles, buscando criaturas en los parques y en los templos.
Pero hay gente que todavía juzga conveniente advertirnos del apocalipsis que se avecina si nos entregamos a la tarea fútil de cazar pixeles y chinadas. Me pregunto si tendrán razón. También me pregunto qué clase de monstruos cazan en su tiempo libre y a qué templos se arrodillan para ser felices. ¿Qué recolectan los enemigos invisibles? Supongo que memorizan grandes obras literarias y cada oración, para el resguardo de un alma productiva y valiosa, es tan padre como un Pokémon. I know that I shall meet my fate somewhere among the clouds above. Quizás están replicando con precisión una obra artística o, bueno, están copiando a mano algunas secuencias genéticas “para que no se pierdan”. O simplemente trabajan día y noche, sin permiso del descanso y la felicidad, para terminar de pagar el crédito de la casa y las deudas heredadas a los vástagos responsables. Qué chinga.
Quizás algunos cuentan sus monstruos en las apuestas de una cantina o el partido de futbol en los domingos. Algunos cazan pokemones en memorias cansadas, repetidas y viejas para recrear escenarios olvidados, rotos y abandonados. Cazador de melancolía propia, intraducible. Los monstruos de los otros son un six pack, el radio y mirar a las muchachas pasar en sus vestidos de domingo. Charmander, yo te elijo, musita un cerdo adentro de una iglesia mientras se soba la entrepierna. Alguien más cazará documentales medianamente serios acerca de los grandes misterios de la humanidad mientras que otro da un repaso a su catálogo numismático y su abuelo, en tono de cansada seriedad, repite la pregunta milenaria: ¿puede hacerse dinero de eso?
Pues no me caí, no me maté y todavía no soy una microficción fantasma. El mundo no se acabará por buscar monstruos y los mismos viejos de siempre seguirán advirtiendo de peligros que ni ellos mismos conocen porque así son los pokemones de tipo normal y venenosos y psíquicos y fantasmas. Supongo que siempre habrá gente cuyo mejor movimiento, en vez del attack trueno, es un insistente deseo por no estar en onda.
una esclavitud más o una menos.
Al menos seamos esclavos de lo que nos hace felices.