Para Gerardo, dueño de mis quincenas y de mis depresiones.
“Uno puede comprar libros como un caballero, lo cual está muy bien. O puede comprar libros como un caballero y un erudito, lo cual está mejor aún. Pero para ser un verdadero bibliófilo debe uno parecerse a Richard Heber y comprar libros como un caballero, un erudito y un loco.”
The bibliotaph es el título original de unos de los pocos libros de Leon H. Vincent, un olvidadísimo escritor que vivió la última mitad del siglo diecinueve, nació en 1859, y la primera del siglo pasado, murió en 1941. Según la nota de la hermosa edición de Periférica, que se molestó en traducirlo en su exquisita colección Lago Aliento, Leon H. Vincent fue un crítico literario, conferenciante, editor y profesor de literatura inglesa y americana que realizó investigaciones en torno a la obra de autores como Washington Irving, Robert Louis Stevenson, Thomas Hardy, John Keats, H. D. Thoreau, Walt Whitman o Edgar Allan Poe. Poco más salvo unos cuantos títulos de revistas donde publicó sus cuentos, entre ellas Atlantic Monthly o Poet Lore. Y la información sobre él es tan escasa que casi parecería inventado por la traductora.
“Sería bueno comprar libros si se pudiera comprar a la vez el tiempo para leerlos; pero casi siempre se confunde la compra de los libros con la apropiación de su contenido.”
El título de su libro, emparentado con bibliófilo o bibliófago y que etimológica y literalmente sería el enterrador de libros, es, al menos, llamativo y no aparece en ningún diccionario de español como si lo hace en el Webster y el Oxford English Dictionary. El primero de ellos ofrece tres definiciones diferentes: alguien que esconde libros, alguien que acumula libros y alguien que escribe sobre libros en forma de lista. Sin embargo, el bibliótafo de la novela se refiere simplemente al primer tipo, alguien que acumula y acumula y acumula libros sin mayor afán que acumularlos.
“Un bibliótafo entierra libros; no literalmente, pero a veces con el mismo efecto que si los hubiera metido bajo tierra. (…) El amante de los libros más simpático que ha pisado las calles de una ciudad durante mucho tiempo fue un bibliótafo. // Acumuló libros durante años en el enorme desván de una granja que había a las afueras de un pueblo del condado de Westchester. Un amable familiar ‘atendía’ aquellos libros durante su ausencia. Cuando la colección ya no cupo en el desván la trasladaron a un gran almacén del pueblo. // Era la atracción del lugar. Los aldeanos aplastaban la nariz contra las ventanas e intentaban curiosear en la penumbra a través de las persianas medio bajadas.”
Históricamente, pues la novela es también un tratado histórico, el bibliótafo es un poseedor de libros no siempre raros y valiosos, no siempre únicos, aunque la mayoría de ellos lo sean y que en su afán por conservarlos impolutos, incólumes e incorruptos, los encierra en su biblioteca, bajo llave o con cadenas como en alguna de las bibliotecas incunables de las universidades de Oxford y Cambridge, y los oculta a la vista de todos.
“Una creencia popular y bastante ortodoxa respecto a los coleccionistas de libros dice que sus vicios son muchos, sus cualidades negativas y sus costumbres completamente imposibles de averiguar. (…) Si sus actividades son inescrutable, también son románticas; si sus vicios son numerosos, la perversidad de esos vicios queda mitigada por el hecho de que es posible pecar con gracia.”
El bibliótafo de Vincent es un acumulador de libros cuya biblioteca va creciendo en el desván de una granja de Westchester y más tarde en un almacén del pueblo. El recelo que acompaña a toda colección y a todo coleccionista hace que esconda los libros “a veces con el mismo efecto que si los hubiera metido bajo tierra”. Su interés no se centraba tanto en el contenido de los libros como en la historia que había detrás de ellos y que había hecho que fueran a parar a sus manos como al último destino de la circulación.
Al bibliótafo le interesaban más los catálogos de libros que los libros y en su maleta nunca falta un catálogo que le guiara en la búsqueda de nuevas adquisiciones. El bibliótafo es el retrato de un personaje más que el de una obsesión o una enfermedad, el retrato de un personaje pintoresco como hay en todos los pueblos y las ciudades. “Un tipo enorme en lo físico, tan grande de corazón como de cuerpo, y, según el afectuoso recuerdo de quienes mejor lo conocieron, tan grande de intelecto como de corazón”. El bibliótafo es a la vez coleccionista y avaro, acumulador y carcelero, pero sobre todo un personaje que compra libros que sabemos que no va leer nunca.
“Del paradero del coleccionista hoy ninguno de sus amigos se atreve a hablar con seguridad, porque en el momento en que se ha sabido de él con mayor exactitud, el bibliótafo parecía un cometo recién descubierto: su trayectoria era incierta.”
Y al desconocido Leon H. Vincent, padre de esta nueva estirpe de amante de los libros, podría aplicársele al igual que a su creación las mismas frase con que abre uno de sus pocos cuentos publicados, en el número de junio de 1898 del Atlantic Monthly. “More interest should be taken in bachelors. Their need is greater, and their condition really deplorable”. Hay que prestar más atención a los bibliótafos. Su necesidad es grande y su condición lamentable.