El presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa Reza, al rendir protesta ante el Consejo Político Nacional, apuntó varias ideas y tareas que deben emprenderse para evaluar la coyuntura político-electoral y, ante la realidad que viven la sociedad nacional, el gobierno y el partido mismo, construir un proyecto político que responda a los paradigmas del siglo 21.
Específicamente señaló, entre varios temas, los siguientes:
- ante los viejos y nuevos problemas, proponer “soluciones democráticas para dignificar la política y para conectar de nuevo con los ciudadanos”;
- analizar qué errores hemos cometido;
- encabezar el debate, dialogar de frente, escuchar y ser escuchados, construir juntos un país honesto, transparente y justo;
- con una genuina actitud autocrítica demos comienzo a esta nueva etapa en la vida del PRI. Analicemos con serenidad, pero sin demoras, con un sentido de análisis riguroso cuáles fueron los errores, las prácticas negativas y las omisiones;
- proceso de diálogo abierto, de crítica y de autocrítica, previo a la Vigésima Segunda Asamblea Nacional;
- fortalecer comunicación entre gobierno y partido construir una nueva y moderna relación entre ambos;
- el elemento más adverso a la clase política hoy en México son las acusaciones de corrupción y de impunidad; y, concluyó,
- construir juntos el Partido del Siglo XXI.
Por su parte, al presentar la renuncia a la Presidencia del CEN del PRI, Manlio Fabio Beltrones afirmó que “los priistas estamos obligados a hacer una profunda y seria reflexión sobre lo que ocurrió en la jornada electoral del 5 de junio… Debemos hacer una análisis minucioso y objetivo”. Tienen razón, en la inteligencia de que las causas y el origen hunden sus raíces de tiempo atrás. Ciertamente, las causas de los recientes resultados vienen desde hace décadas.
Conviene recordar que la reflexión respecto de resultados electorales es un tema que se ha propuesto desde la elección de 1988, la pérdida de la mayoría en la Cámara en 1997, la alternancia en la Presidencia en 2000, hasta la debacle en 2006. Con altibajos, desde 1973, el PRI empieza a perder elecciones en el medio urbano del país y a disminuir la proporción de sufragios a su favor.
Hasta 1970, la votación general del PRI para la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, era superior al 80% (entre 90 y 83%). Desde 1973, que bajó al 77%, se muestra una constante tendencia a la baja: 74% en 1979; 69% en 1982; 67% en 1985, 50% en 1988; 48% en 1994; 39% en 1997; 36% en 2000 y 36.7% en 2003 (prácticamente igual que tres años atrás. De éste 36.7%, 13.6 fue como coalición y 23.1 como Partido); en 2006 el PRI se resignó a ser la tercera fuerza electoral del país, con apenas 24% de los sufragios. En 2009, obtuvo 36.9 % de la votación total; en 2012, bajó a 31.9% (en la elección de diputados, ya que recupera la Presidencia con el 38% de los votos) y en 2015, a 29.2%.
Es posible intentar una explicación:
- crisis económica al final de cada sexenio (1976-1994), con el consecuente impacto negativo en el empleo, en las empresas y en el nivel de vida;
- crisis del modelo de económica mixta que agotó su posibilidades;
- la transición al modelo de economía neoliberal vinculado a la globalización, sin política industrial ni de empleo, que no solo no resolvió los problemas ligados a la desigualdad y a la pobreza sino los agudizó, ya que trata de combatir los efectos pero no las causas.
Desde mediados de la década de los 70 hasta la década de los 90, arrancó lo que fue un ciclo de inflación, devaluaciones y crisis económicas, que dio pie al descontento de las clases medias, la empresarial y, por supuesto, de las clases populares urbanas y rurales.
Cabe mencionar que en esa secuencia, incidieron factores internos, como el exceso de gasto público improductivo y la emisión de dinero sin respaldo; pero asimismo hubo factores externos cruciales como una inflación mundial inducida por los altísimos costos del armamentismo y la guerra fría, un desequilibrio monetario global desencadenado por Estados Unidos y la crisis energética (los precios del petróleo subieron de los 2-3 dólares por barril, en promedio, a los 50, en algunos casos hasta los 60-70 dólares. Ello afectó la planta industrial y el transporte a nivel mundial, que se sustentaba en energéticos baratos).
Este proceso se intensificó desde 1982, otra vez acompañado por una nueva crisis económico-financiera, que provocó una tensa confrontación entre las élites económica y política que transitoriamente se resolvió en la privatización de la banca luego de su estatización, pero en realidad fue la culminación del modelo de economía mixta y sustitución de importaciones, Estado benefactor e intervencionista. Fue el punto de quiebre hacia la globalización y el neoliberalismo, en una sucesión de reformas constitucionales y económicas, privatizaciones y el llamado “redimensionamiento” o “adelgazamiento” del Estado.
En 1987 hubo una nuevo y agudo colapso económico, con una altísima inflación, superior al 150 por ciento, que derivó en planes contingentes que impusieron fuertes medidas de austeridad y control que afectaron aún más las condiciones de vida de la población más desprotegida. El remate fueron “los errores” de diciembre de 1994. El PIB disminuyó en 1995 en menos 7 puntos.
Empero, el viraje crítico para el PRI, política y electoralmente, se da partir de 1988 con una elección presidencial altamente criticada que, para lograr que se reconociese su validez legal, requirió de un excesivo ejercicio de acuerdos con la entonces oposición de derecha, el clero y la cúpula empresarial. A partir de ahí no era sino cuestión de tiempo que uno a uno estados y municipios pasaran de manos del PRI a las de otro partido, hasta culminar en la alternancia presidencial. Y no necesariamente por negociaciones, que posiblemente no las hubo. Simplemente por la fuerte inercia de los acontecimientos económico-políticos en el orden nacional, impulsados o frenados, según el caso, por las condiciones locales.
Conviene puntualizar que la crisis del Partido es al mismo tiempo la de todos los partidos, en particular aquéllos llamados “de masas” o “de naturaleza social”, en medio de la deslegitimación que deliberadamente se ha operado, en nombre de la pluralidad pero en contra de toda movilización colectiva, lo cual no es sino un embate disfrazado contra la democracia real. Ello nos obliga a replantear identidad, organización y métodos de trabajo político.
Así, la cuestión no es la disputa entre “tecnócratas” y “políticos”, o entre “dinosaurios” y “millenials” o priistas “buenos” y “malos”: en este último caso el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. El tema de fondo es de proyecto que convenza, que mueva y que integre, como propone el compañero Ochoa Reza. Proyecto nuestro. Y nuestro quiere decir de todos.
Por ello, a mi parecer, urge plantear y resolver varias cuestiones que estimo cruciales, entre otras más, la reingeniería a fondo del partido: 1) proyecto estratégico; y 2) organización flexible y eficaz adecuada a los retos electorales.