En un domingo cualquiera son las 7:00 de la mañana y hay que levantarse incluso antes de que salga el sol. Hemos tenido citas que no podemos rehuir y ésta es una de ellas. Habrá que tomar algo, leche con pan, siquiera para no tener el estómago vacío, y después meterse a bañar. Tendremos que tomar precauciones para que el resto de la familia no se levante. Al fin y al cabo es domingo.
En un domingo cualquiera el clima es soleado. Toda la noche hizo calor y eso hace en el ambiente una especie de bruma, de esas que los viejos decían que pronosticaba temperaturas aún más altas en el resto de la jornada. Habrá que elegir ropa ligera, algo de mezclilla, y, por no dejar, un suéter, no vaya a ser que en la tarde refresque. Bienvenido a Aguascalientes, si no le gusta el clima, regrese en quince minutos.
En un domingo cualquiera basta con salir de la casa antes de las 8:00 de la mañana para darse cuenta de que la tranquilidad citadina aún existe. Si acaso el silencio matinal se rompe con el sonido de un automóvil o de una camioneta que pasa a lo lejos… y si uno pone atención, un tráiler que va pasando por tercer anillo, va dejando su estela de humo y rugido de motor. A lo cerca, el chirriar de las máquinas de la tortillería nos avisan que en un rato más salen las primeras calientitas del día.
En un domingo cualquiera, mientras nos acercamos a nuestro destino en un domicilio cercano, las primeras tiendas de abarrotes abren, y los periódicos dominicales vienen un poco más gruesos de lo normal. Es el famoso encarte. Arribando al destino señalado, por ahí de la 7:30 nos percatamos de que otros ya están ahí. Con la misma historia por contar, con las mismas cosas dejadas atrás. Con la convicción de pasar un domingo cualquiera con otros que, como yo, aún creen en lo posible que es definir el futuro.
Las campanas del templo cercano nos dan una idea de que ha transcurrido el tiempo y son ya las 8:00. Cual arquitectos de nuestro propio destino, lo que empezamos armando son urnas y mamparas. Lo que terminamos construyendo son los pilares del fundamento democrático. El voto es libre y secreto. En ese cubículo de plástico de unos cuantos centímetros cabe toda nuestra historia electoral, todos nuestros muertos por el derecho a votar, el alma de las sufragistas, el derecho a votar de los jóvenes, e incluso es lo suficientemente grande como para que quepan nuestros fantasmas: las elecciones de estado, las caídas del sistema, el ratón loco, los mapaches y la ruleta rusa. Todo en una mampara y unas urnas.
Mientras se arma el tinglado en la mesa se cuentan pedazos de papel, que por un brillante convencionalismo social, habrán de convertirse en voluntad, en participación, en porcentaje y en gobierno. No debe sobrar una, tampoco puede faltar una. Deben ser exactas para el mismo número de personas que tenemos esta cita ineludible. Se dispondrán todos los arreos que permitan cruzar el símbolo en el papel y apenas estemos listos se abrirán las puertas del lugar en un domingo cualquiera.
Ojos no nos faltarán. Además de los que son como uno, también habrá pares de ojos que presten atención a todo lo que ocurra. Las miradas al principio serán hurañas, enemigas, depredadoras. Hasta que por sí solos esos ojos se convenzan de que no somos contrarios unos de otros. Y de que lo que poseen un domingo cualquiera son adversarios férreos, pero no enemigos irreconciliables.
Un domingo cualquiera se siente el nervio de ver trasponer el umbral al primer votante. Ese que se formó antes de que las campanadas terminaran de despertarnos y que con paso vacilante pero dispuesto se acerca a la mesa y exige plasmar su voluntad a cambio de mostrar su credencial. Pasa, ejerce, deposita y se retira. Y así todo el día, un domingo cualquiera.
Cae la tarde de un domingo cualquiera y, al ocaso, termina nuestra labor. Se juntarán las voluntades por pares y, mientras tanto, serán desarmadas las estructuras de apoyo. Ya con los resultados en mano, un domingo cualquiera nos juntaremos unos y otros para obtener el resultado final.
Habremos de regresar a casa y contar la experiencia que nos sucedió un domingo cualquiera. Quizá sea importante y perdure en nuestros corazones como la vez aquella que fuimos testigos presenciales de la construcción de nuestro futuro como sociedad. Tal vez solo queden recuerdos vagos de una mediana experiencia que nos sucedió un domingo cualquiera.
Mi deseo en esta ocasión es extender un sincero reconocimiento a esas seis mil 75 personas que el pasado domingo, un domingo cualquiera, sacrificaron tiempo con su familia, de actividades lúdicas, o que hasta quizá perdieron la paga de un día de trabajo, por participar como funcionarios de casilla. Para todos ellos mi gratitud eterna, y una disculpa por las voces que se levantarán (algunas ya lo han hecho) culpándolos de derrotas que por soberbia, abulia o inexperiencia sucedieron.
Ojalá los involucrados en estos menesteres, nunca olvidemos que el pilar de la elección son los funcionarios de casilla, ciudadanos que no son expertos en la materia y que seguramente por desconocimiento técnico, mas nunca sistemáticamente por malicia, tendrán errores leves que simplemente nos recuerden que un domingo cualquiera, realizamos una actividad humana que es absolutamente perfectible.
/LanderosIEE @LanderosIEE