Karoline Friederike Louise Maxiimiliane Von Günderrode, más conocida como Carolina von Günderrode, heredó probablemente la pasión por la escritura de su padre, el consejero áulico Hector Wilhelm von Günderrode que murió cuando ella tenía seis años. De su madre Louise Sophie Victorie Auguste Henriette Friedrike von Günderrode, además del larguísimo patronímico, la pertenencia a la Geschlechter von Alten-Limpurg (Sociedad de Linajes de Alten Limpurg), un conjunto de familias de alcurnia de entre cuyos miembros salían, sin excepción alguna, los altos cargos públicos de la ciudad de Frankfurt. Al morir el padre ella, junto con sus cinco hijas y un hijo, se estableció, disfrutando de una pensión, en Hanau. La madre murió cuando Carolina tenía diecisiete años.
A partir de entonces Carolina vivió en la fundación Cronstetten-Hynsperg, una residencia evangélica de señoritas pobres (ya que los seis hijos no recibieron pensión alguna al morir la madre) y en edad de casarse de Frankfurt destinada por la Geschlechter von Alten-Limpurg a las señoritas de las familias de clase alta pero sin recursos económicos. Destacó siempre y tanto en sus estudios, principalmente en filosofía, historia, literatura y mitología, llegó a tener la más alta distinción que se lo podía otorga a una alumna en la institución, “canóniga del noble capítulo”. En la Fundación descubrió también los tres temas que serían centrales en toda su obra: la libertad (influenciada como todos los románticos alemanes por los ideales de la Revolución Francesa), la muerte y el amor.
Friedrich Karl von Savigny, uno de los más importantes historiadores del derecho alemán, fue el primer amor de Carolina cuando esta apenas tenía diecisiete años, recién huérfana y recién encerrada. Gracias a él consiguió Carolina las amistades que cultivaría toda su vida. Aunque escribía, a escondidas y casi sin mostrarlos a nadie, desde muy joven no fue sino los veinticuatro años que publicó su primer libro, bajo el seudónimo de “Tian”. Gedichte und Phantasien, “Poemas y fantasías”, hizo que Goethe le escribiera diciendo que era una obra “verdaderamente rara” y que el poeta Clemens Brentano, hermano de Bettina Brentano que estaba en secreto enamorada de ella aunque siempre la trato como a una amiga, declarara que era injusto que hubiera escondido así su talento poético. Bettina pasaría con su obra a cualquier historia de la literatura alemana como una de las representantes femeninas del Romanticismo. Carolina, en cambio, a pesar de los elogios, y por lo breve de su obra, al olvido.
El segundo amor de Casado, fue el filólogo y recopilador de mitos, Georg Friedrich Creuzer al que conoció en persona en un viaje a la abadía de Neuburg. Él respondió, al menos, por escrito a los ruegos de amor de ella y juraron amarse hasta que uno de los dos muriera. Para evitar las sospechas de la esposa de Creuzer, con la que este se había unido en un matrimonio de conveniencia, se escribían sus cartas en griego. Carolina, mucho más joven, le proponía huir a Alejandría o a Rusia. Creuzer, más asentado en la sociedad heildebergiana y quizá con miedo a perder su trabajo en la universidad, retrasaba la fecha de salida una vez y otra. El teólogo Daub, confidente de la pareja y al que Carolina le confesó que no podía vivir sin el amor de Creuzer, fue el que se tuvo que encargar de anunciarle a Carolina que Creuzer estaba reconciliado con su esposa y que ya no quería verla más.
“Leíamos juntas el Werther y hablábamos mucho sobre el suicidio; ella dijo: aprender mucho, concebir mucho con el espíritu y después morir joven, no me gustaría llegar a vivir cómo me abandona la juventud”.
Caroline, al contrario que otras muchas mujeres u hombres cuando pronuncian frases trágicas sobre el amor y la muerte, quería realmente decir que el amor entre Creuzer y ella sólo terminaría con la muerte. No siendo correspondida marchó a Winkel, un pequeño pueblo de descanso junto al río Rin, escribió un último poema “Amor en todas partes”, dedicado obviamente a Creuzer, y se internó en el río con una toalla repleta de piedra para que le sirviera de peso muerto para hundirse. Parece que el peso no fue suficiente por lo que además se atravesó el corazón con un estilete que tenía un mango de plata.
“Te envío un pañuelo que no te deberá ser de menor importancia que el que Otello obsequió a Desdémona. Desde hace mucho lo he traído en mi corazón para consagrarlo. Me corté el pecho izquierdo justo sobre el corazón y guardé en el pañuelo las gotas de sangre. Mira, así pude herir lo más frágil para ti. Oprímelo contra tus labios, es la sangre de mi corazón.”
Su cadáver no sería encontrado hasta el día siguiente por unos pescadores. Bettina Brentano sería quien habría de reconocer a la muerta. Sobre su tumba, que por suicida no podía estar en suelo sagrado hay grabados unos versos de su admirado poeta Herder, elegidos por ella misma. “Tierra, madre mía, brisa, alimento mío / Fuego sagrado, amigo, y tú, hermano, río de la montaña / Y mi padre el éter, a todos os doy con veneración / amable gracias, con vosotros he vivido aquí / Y me voy al otro mundo y os dejo contentos; / Adiós pues, hermano y amigo, padre y madre / Adiós”.
Su existencia le dio pie a que Javier García Sánchez en su biografía ficción Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano escribiera una de las más hermosas frases sobre la nostalgia de un amor de juventud. “Y es una Brentano, a la más alocada y maravillosa de las Brentano, a quien ahora invoco para que juzgue mi relato sin prejuicio o malicia alguna, para que vea en él un testimonio de amor y no un simple episodio en el que medraron la juventud, mi poca si no nula habilidad ante determinados problemas de índole sentimental y ciertas debilidades de la carne”.