Aguascalientes visto desde afuera y desde adentro / Opinión LJA - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Rodrigo Negrete

Pertenezco a una asociación civil cuya mayoría de sus integrantes, por razones laborales, quedamos vinculados a una institución con pocos vínculos con el entorno local; una especie de enclave o mundo semicerrado con sus propio ethos y dinámica interna. Pese a hacer nuestra vida en Aguascalientes, en varios de nosotros no se había borrado del todo la sensación de estar y no estar ahí, como diría cierto filósofo alemán. Pero no fue sino hasta que sucedieron ciertos trágicos eventos en 2012 ligados a la desaparición y asesinato de una joven adolescente que, por vez primera, nos involucramos y abrigamos el deseo de ser ciudadanos del lugar que nos recibió, tras varios lustros de sentirnos  ajenos a sus asuntos. Ese despertar nos ha llevado asimismo al deseo de saber más sobre la historia e identidad política, social y cultural de Aguascalientes. En un intento por superar nuestra ignorancia contactamos a dos distinguidos historiadores y académicos de la ciudad: Víctor González Esparza y Andrés Reyes Rodríguez, quienes amable y generosamente, por medio de una serie de charlas, han dispuesto parte de su valioso tiempo para comenzar a ilustrarnos e ir contestando dudas y perplejidades, pero sobre todo, guiándonos por el laberinto del pasado y sus interacciones con el presente.

Siempre con matices, nos han explicado cómo y por qué Aguascalientes tiene una identidad básicamente conservadora, siendo la ciudad una fundación sin el antecedente de  un sedimento previo mesoamericano, el peso de la cultura y costumbres españolas fue considerablemente mayor que el de otros asentamientos y con ello el de la iglesia, hasta hoy en día. Probablemente las élites locales se han imaginado a sí mismas con más énfasis en su herencia española que en otras partes del país, a lo que se suma una tradición de neutralidad política, razón por la cual Aguascalientes fue elegida sede de la Convención de 1914 y zona de refugio de desplazados durante la rebelión cristera en la siguiente década. Es de observar que el conservadurismo aguascalentense no es militante, sino uno más bien reservado, de bajo perfil, a sotto voce con todo y la amplia tolerancia de los poderes públicos a los desplantes del obispo local que es todo menos un moderado y quien,  al parecer, se niega a aceptar que Juan Pablo II dejó de ser el obispo de Roma.

Desde luego, identidad no es destino. Tampoco el conservadurismo por inercial que sea es inmutable, puede ser más secularizado de la impresión que da a primera vista (por ejemplo, se puede seguir teniendo respeto a la autoridad como un hábito, pero sin rodearla de una aura mística). Sin embargo, una de las constantes es una sobrevaloración de la esfera privada y una propensión a dejar los asuntos de interés público en los políticos, es decir, se tiene una sociedad en que lo apolítico es parte de sus usos y costumbres, algo que configura actitudes más que discursos: una cuestión de modales y códigos sociales.

Una contradicción de Aguascalientes  es que tiene evidentes rasgos que pudieran ponerla a la cabeza del cambio democrático del país (para empezar es una ciudad-estado que da la ventaja del peso específico de lo moderno sobre lo rural), además de diversas e interesantes instituciones locales que han surgido en los últimos años, pero siendo al mismo tiempo una sociedad casi orgullosamente apolítica: una democracia sin polis y sin demos.  Es una sociedad que, en términos generales, manifiesta una adversidad al conflicto y, en la medida que la política lo presupone, su aversión se extiende a esta última.

La aversión al conflicto es un arma de doble filo. Es cierto que, comparado con otros estados del país, su grado de civilidad es alto (uno de los puntos que sin duda valoran hasta los inversionistas extranjeros), civilidad que se ve incluso en el cumplimiento de acudir a las urnas, pero también propicia una pasividad que puede mandar señales equivocadas entre quienes ejercen el poder dándoles márgenes de actuación o de comportamiento  que pueden ir más allá de lo anecdótico y ocasionar daños reales. Si los costos en el abuso del ejercicio del poder son bajos la invitación para cruzar umbrales siempre estará ahí.  La prudencia y la pasividad pueden confundirse y lo que es una zona de confort para ambos lados (poder político y sociedad civil)  termina siéndolo para sólo una de ellos.

Aún y considerando este trasfondo conservador, una de las dudas externadas en esta conversación con los historiadores es por qué la izquierda en Aguascalientes tiene tan poca presencia ante lo sucedido -tanto a nivel país como a nivel local- en los últimos 25 años. Aunque no fuera yo quien formulara la pregunta -y dado que los historiadores prefieren por lo pronto dejar en suspenso la respuesta- me atrevo a desarrollar aquí lo que considero mi propia hipótesis.

Mi hipótesis es básicamente que la izquierda en México no sólo es una opción política sino también una subcultura, y que esto último es particularmente visible cuando se trata de insertar en el trasfondo conservador. Es una subcultura porque tiene su propio léxico y vocabulario, sus propios códigos, sus explícitos e implícitos, sus condenados y bienaventurados, su muy peculiar forma de interpretar la historia así como los eventos en tiempo real, además de filias y fobias marcadísimos y una vivencia casi existencial de su definición política (hay quien se pregunta si semejante inversión emocional en el asunto lo amerita). Tanta intensidad asusta o por lo menos causa extrañeza en primera instancia. Para quien está ubicado dentro de la capa subcultural, aquello sobre lo que se pronuncia le resulta obvio, mientras que no lo es tanto para quien se sitúa afuera. Para el electorado es más fácil asimilar un mensaje meramente político que uno densificado por un plus existencial-cultural. A veces inconscientemente la izquierda y el discurso de izquierda piden no sólo votar por ciertos colores, sino por cierta visión del mundo. Quizás ello sea inevitable, pero indudablemente su pendiente para avanzar es más pronunciada que la de la competencia, sobre todo en un contexto sociocultural que a toda costa quiere evitar el enfrentamiento cuando para la izquierda la idea de lucha y conflicto (que no necesariamente tiene que ser violento) le resultan centrales.

Evitar el conflicto la mayoría de las veces es razonable, pero no lo es conducirse así sistemáticamente, como todos sabemos desde nuestra propia experiencia personal. Una sociedad moderna necesita más variedad en su catálogo de respuestas porque de otro modo se pierden momentos y oportunidades claves para avanzar o asimismo para liberarse de impedimentos  y barreras imaginarias con consecuencias no imaginarias (pensemos en la marcha de los derechos civiles de Martin Luther King o en la larga lucha por abolir el apartheid en Sudáfrica). Uno no deja de preguntarse si la larga transición democrática mexicana está terminando en nada porque Vicente Fox se negó a romper tajantemente con el entramado político que le precedió, añadiéndole además de su cosecha nuevas taras y aberraciones.


Algo más difícil de abordar es el sobre énfasis en la virtud pública que caracteriza a la izquierda en México. El contexto de la corrupción y de la impunidad que tristemente caracterizan al país en la prensa nacional y extranjera pareciera reclamar lógicamente esa actitud. Pero la simetría del lenguaje no necesariamente es el de las prácticas sociales o el de la psique colectiva. Hay sociedades que prefieren zonas de ambigüedad e indefinición que pronunciamientos tajantes en todo y para todo. Como descubrió la sociedad francesa en 1793 después de apoyar la revolución de 1789, también puede darse un terrorismo de la virtud pública, mismo que termina volviéndose contra sus predicadores (Robespierre). Salvadas las diferencias, lo recién acontecido en Brasil muestra que quienes llegan al poder denunciado, se les tiene menos paciencia una vez que se desgastan en el ejercicio de gobierno que las opciones políticas con menos pretensiones moralizantes.

En lo que se parece la izquierda con la sociedad aguascalentense es que sus virtudes están íntimamente ligadas a sus defectos. Aguascalientes tiene puntos de civilidad ganados y otros por ganar. Su conservadurismo de bajo perfil es un activo, pero también un pasivo. En un contexto de profundas transformaciones e incertidumbres ciertamente requerirá de más imaginación para enfrentar sus problemáticas y los retos por venir. Las tensiones psicosociales que enfrenta Aguascalientes no son menores, como quedó demostrado por los datos de la encuesta de bienestar subjetivo (BIARE ampliado, 2014) del INEGI. No olvidemos asimismo que es la entidad con  la tasa de suicidios más alta del país. Peligra más una sociedad que se repite a sí misma que no pasa nada que una que reconoce pulsiones y remolinos aun cuando todavía no sepa  cómo nombrarlos. Quizás por ello el historiador Víctor González Esparza ubica lo crucial que es fortalecer y construir todo lo que abone a una acción comunicativa como una práctica clave para la vida pública local; una que elimine un exceso de zonas de silencio, aún y entendiendo que la coexistencia -tanto social como interpersonal- de vez en cuando necesita de tales zonas.


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