Mitos geniales: la inflación / Opinión LJA - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Francisco J. Caballero

 

La Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (Antad) presentó hace unos días los resultados de las ventas generadas por sus asociados al mes de abril de este año. La variación entre abril del 2015 y abril del 2016 fue de 11 por ciento de acuerdo con sus indicadores de tiendas totales (que incluye a los comercios que abrieron hace menos de un año); si se considera tiendas iguales (es decir al mismo número de tiendas que existían hace un año), la variación en las ventas fue de 7.3 por ciento. De entrada sorprende que exista una diferencia tan importante entre el aumento de las ventas del comercio en un año y el crecimiento del Producto Interno Bruto, que apenas llega al 2.5 por ciento, es decir, en el peor de los casos hay una diferencia de tres tantos.

Y digo que sorprende porque a primera vista parece haber un incremento en las compras que se antoja desmesurado en razón de los problemas de liquidez y restricción de ingresos que afecta a quienes dependen de un ingreso fijo, que son casi toda la población de este país. Si la más frecuente queja de los consumidores es que el dinero no alcanza, un incremento en las compras del 10 por ciento en un año parece desmentir la merma en el poder adquisitivo. Como sucede con los temas económicos, casi siempre las verdades lo son a medias, y éste es uno de esos casos.

Una de las consecuencias más desafortunadas de la apertura comercial indiscriminada -que este año cumple tres décadas- fue la desaparición de proveedores nacionales de insumos para la industria mexicana. Hoy, para producir un peso de valor agregado en la industria, se importan por lo menos 80 centavos de bienes intermedios. Ya que los bienes importados se compran en divisas (es decir en monedas convertibles, principalmente dólares), la devaluación hace que el valor de los productos importados y de los productos a los que se incorporan los bienes importados tengan un incremento en igual o mayor proporción en que el peso pierde valor. Así, mientras las ventas de los socios de la Antad se incrementaron en 11 por ciento, el tipo de cambio en el mismo periodo (abril-abril), tuvo una variación del 12 por ciento: las ventas de los comerciantes se incrementaron no en razón de que los consumidores compraran 11 por ciento más de mercancías, sino en razón de que las mismas mercancías subieron sus precios por lo menos en esa proporción.

Desde la perspectiva del consumidor la situación es más delicada: se tuvo que gastar un 11 o 12 por ciento más para comprar la misma cantidad de mercancías que se compraban hace un año o, de otra manera, se tuvo que comprar 11 o 12 por ciento menos de mercancías para gastar lo mismo que se gastaba hace un año: cuando se habla de que la inflación es el impuesto más regresivo a eso se refiere la jerga económica. Como sea, la afectación al ingreso real es evidente para todos los consumidores aunque el efecto de la inflación importada no se contabiliza directamente en la canasta básica, ya que se incluyen muchos productos de primera necesidad -principalmente alimentos y servicios públicos- que no sufren las variaciones inmediatas del tipo de cambio, aunque a la larga también la van a incorporar por la vía de los insumos importados que también se utilizan para producir alimentos o para comprar el equipo que se utiliza para extraer agua del subsuelo. De esta manera sólo los consumidores -hipotéticos- que únicamente consumen tortillas, frijoles y huevo -y a veces ni esos- van a constatar que la inflación es del 3 o del 4 por ciento como reiteradamente se jacta el gobierno de lograr cada año. El resto de los consumidores van a vivir con otra inflación muy distinta, esa que disfraza como crecimiento el sector comercio.

El problema de mayor dimensión lo sufren quienes van a tener que consumir 12 por ciento menos de una dieta que no reúne ni siquiera los nutrientes mínimos necesarios. La inflación también profundiza la pobreza. El mandato principal del Banco de México consiste en mantener controlada la inflación. Lo hace por la vía de las tasas de interés, la política monetaria y la política cambiaria. Su mandato está supeditado al crecimiento de la economía y no a la inversa, como realmente ha sucedido. Pese a la “estabilidad macroeconómica” la economía no crece más allá de una proporción que apenas si permite absorber el crecimiento poblacional y nada más.

Para quienes fijan los precios (los productores) el problema de un peso cada vez más débil es de poca monta porque únicamente trasladan el incremento de los insumos -por cierto trasladan el incremento presente y el incremento esperado- al precio final. Para quienes no pueden variar sus ingresos. las consecuencias son catastróficas porque no pueden incrementan su poder adquisitivo, lo que redunda en una economía familiar  y nacional con menos posibilidades de crecimiento que afecta a todos porque cada vez compramos menos. De esta manera se cierra el círculo nefasto de la crisis económica: menos ingresos, menos consumo; menor consumo menor producción y menores salarios.

Si se reconocen que las presiones inflacionarias de periodos de bajo crecimiento o recesivos son parte de la condición estructural de una economía subdesarrollada como la mexicana, es posible aceptar que se puede vivir con tasas de inflación no del 3 por ciento sino mayores porque ello permitiría abrir la discusión no ortodoxa sobre el tema de ajuste de los salarios mínimos y la necesidad de incrementar los ingresos reales como sucede en Estados Unidos y algunos países de Europa. La carrera precios-salarios siempre ha sido ganada por los primeros, pero este país y esta economía ya no están para marginar a más gente de un ingreso y consumo mínimamente aceptables para vivir.


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