Who knows what’s been lost along the way?
Look for the promised land in all of the dreams we share.
How will we know when we are there? How will we know?
Only a fool would say -La Sagrada Familia,
the war is won, the battle’s over
La Sagrada Familia – Alan Parsons Project
¿Cómo es posible que en la actualidad, aun con los avances intelectuales y el acceso a la información, persistan expresiones abyectas como el machismo o la homofobia? La respuesta podría ser simple: la gente tiene derecho a elegir la estupidez como método y forma de pensamiento. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y una respuesta así, además de sólo caricaturizar, no tiende a la construcción de puentes para el diálogo. Este tipo de expresiones retrógradas han persistido gracias al enramado sociopolítico, religioso, folclórico, jurídico, e histórico, al que llamamos “cultura”, por lo que -para entender e intentar erradicar el atraso referido- el esfuerzo deberá enfocarse en las causas primigenias de nuestra psique colectiva.
En las últimas colaboraciones que La Jornada Aguascalientes me ha permitido compartir, he abordado este mismo tema desde dos diferentes perspectivas: La del machismo (y la necesaria lucha feminista) y la de la homofobia. Ambas aristas poseen la misma raíz del mal: esa herencia cultural señalada en el párrafo anterior, que tiene sustento en la misma tradición; y se encarnan por el mismo grupo social, al que me referiré al final de la columna.
Hay dos puntos fundamentales para entender esta parte oscura de nuestra propia formación colectiva: 1.- El súper valor imperante de esta condición cultural es la potencia fálica. 2.- La simbolización del eros con fines no reproductivos es la raíz del mal. No es necesario ser Octavio Paz en El laberinto de la soledad para darnos cuenta de cómo lo femenino es un valor menor en nuestra cultura, y de cómo el macho debe probarse a cada momento para determinar su valía, y de cómo funcionamos a partir de modelos patriarcales heteronormados. La religión, la tradición, y la costumbre se han encargado de cifrar históricamente esta marca de manera palpable. Y sí, todo gira en torno al sexo, menos el sexo, que gira en torno al poder. Tenemos un problema con el sexo, y con cómo le hemos concedido poder a ese símbolo: el sexo nos da pena, culpa, miedo, pasión, pudor, tentación, arrebato, tabú. Como pueblo de tradición judeocristiana, padecemos de una condición particular con todo lo referente a la erotización, a lo sexual, a la expresión del género. Nuestra condición falocentrista (y por ende misógina, machista, homófoba) ha persistido por milenios y sobre ésta se ha construido una cultura reprobable, durante centurias en las que nadie ha querido moverla de ahí, empolvándose de rancio tiempo, y dictando el modo en el que las cosas “deben ser” porque “siempre han sido así”. Dentro de este canon es menester analizar el miedo culposo en torno al sexo. La tradición judeocristiana (catolicismo-cristianismo, judaísmo y musulmanía) pone en una injustificada y vacua supremacía al hombre heterosexual sobre todos y todas las demás. Encontrar gozo en lo diferente y en lo inferior debe dar culpa y miedo.
En este México, siempre fiel padecemos de un retraso cultural en torno al Eros: no sabemos ni entendemos a cabalidad todas las expresiones del género, todas las necesidades en torno al sexo como pulso biológico y como lazo social. Gracias a esta herencia judeocristiana (que no es sólo religiosa, sino enteramente cultural) y a la red de relaciones que la burocracia eclesial ha tejido en torno al poder, grandes masas de la población no han accedido al saber ni al entendimiento. Y como es natural temerle a todo lo que no se entiende, podemos afirmar que la raíz del machismo, la misoginia, la homofobia, es justamente, el miedo al sexo y a todas sus expresiones implícitas. Pero como bien afirmaba el maestro Yoda, “Fear is the path to the dark side. Fear leads to anger. Anger leads to hate. Hate leads to suffering”; que -dicho de otra forma- psicológicamente se tiene bien entendida la constitución mental de las fobias, así que podemos afirmar (como en la frase que internet le ha adjudicado a Morgan Freeman) que la homofobia no es una fobia en sí, sino una manifestación de la estupidez, del odio ignorante y malsano que sólo conduce al sufrimiento. Casi igual pasa con la misoginia; que no es en sí misma una fobia a lo femenino, pero al ser la feminidad un infra valor, y la mujer un objeto, yo –hombre heterosexual- puedo poseer a la cosa esa llamada mujer e imponerle mis reglas. En síntesis, los viejos atavíos culturales que padecemos refieren a que todo lo que se aleje del canon heterofálico es anormal o inferior. Lamentable.
Si nos damos cuenta, la lucha por la universalización de los derechos civiles tiende, precisamente, a combatir (desde ambos lados: la lucha feminista y la LGBTTTI) este mismo rezago cultural, encarnado en un grupo social que quizá ni siquiera se sabe ni se asume como parte del problema. Si alguien no entiende la realidad claramente ¿cómo le explicas que no entiende la realidad claramente? Hay un tipo de persona que podría afirmar que no es machista, pero… el maldito pero… “…pero si le dicen puta es porque se lo buscó”, “…pero ¿por qué se ofende, si se viste así?”, “… pero, hay que pagarle menos, porque luego se embaraza y bota la chamba”, “…pero no voy de acuerdo con el feminismo, sino con el igualitarismo”. Más o menos el mismo tipo de persona podría no asumirse como homofóbico, pero… el maldito pero… “…pero ¿por qué tienen qué besarse en público”, “…pero que no lo demuestren frente a los niños”, “…pero que no me quiera ligar, porque me encabrono”, “…pero que no se puedan casar, porque el matrimonio es solo para la familia normal”. Es este segmento de la población que, en su obtusa y chata vista, sólo puede admitir normalidad en el estereotipo de hombre-proveedor y mujer-doméstica que deciden unir sus vidas para siempre mediante un contrato con la ley de los hombres y un juramento a la ley de un dios, con el fin ulterior de fornicar para embarazarse y asegurar la reproducción de la especie al procrear hijitos con ropita azul e hijitas con ropita rosa, y que todo lo que se salga de ese canon está simplemente mal porque atenta contra la perpetuidad del precioso modelo de La Sagrada Familia.
Insisto. El problema no es que un grupo social esté atado a sus prejuicios, sino que quieran influir en el poder público legislando desde el púlpito o imponiendo políticas públicas fundadas en esta obtusa y chata visión de la realidad. La pelea no es contra la religión, sino contra todo el entramado cultural del que ésta es protagónica. La pelea no es sólo contra políticos obtusos, sino contra un sistema de creencias que vulnera los derechos humanos. La pelea no es sólo contra un obispo principesco, sino contra lo retrógrada de su influencia pública. La homofobia y el machismo matan y, para combatirlos, debemos por comenzar a quitarnos la ignorancia y a educar a las futuras generaciones para que busquen la justicia, la libertad civil, los derechos humanos fundamentales; en suma, la ética. Es un proceso lento, porque la cultura, la religión, la costumbre, la tradición, no nos dejan pensar con claridad y nos han hecho confundir una fobia con la estupidez.
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