Quiero platicarles de una de mis lecturas recientes: El cuentacuentos, de Antonia Michaelis, publicado en México por el Fondo de Cultura Económica; pero tengo que serles sincera: no sé muy bien cómo empezar a hablarles de esta novela. La verdad es que estoy completamente conflictuada, tres días después de haberlo terminado de leer, y no sé todavía qué decir exactamente.
Podría empezar con una ficha de la autora (alemana, nacida en 1979, ganadora de varios premios en su país) pero siento que eso es irnos por las ramas.
Así que, más bien, voy a empezar con una advertencia: este es un libro al que hay que acercarse con cuidado. Sería fácil no hacerlo así: etiquetado como literatura juvenil, con una portada muy bonita, que evoca a los cuentos de hadas (¡y ese título!) uno podría imaginarse que va a embarcarse en una aventura tipo La historia interminable, de Michael Ende.
Y no.
Desde las primeras páginas, empezamos a sospechar que las cosas no son exactamente fáciles en esta narración, a pesar de que Anna, la protagonista, es una adolescente que vive en una burbuja: un hogar feliz, padres comprensivos, buenas amistades, clases de música… El problema es que Anna comienza a interesarse en Abel, un compañero de escuela al que los demás consideran peligroso: ¿es neonazi?, ¿vendedor de drogas? ¿oculta algún secreto más sórdido, como parece creer la mejor amiga de Anna?
Al principio Anna le tiene miedo a ese muchacho enigmático y reservado, a pesar de que no puede dejar de pensar en él. Pero entonces se da cuenta de que él tiene otra faceta: cuida de su hermanita de seis años, Micha, con un amor y una dedicación absolutas. ¿Puede ser malo alguien que le cuenta historias tan hermosas a su hermanita, que la cuida con tanto celo? Anna piensa que no y poco a poco va involucrándose con ellos, descubriendo al mismo tiempo la atracción, el deseo… y situaciones de vida muy diferentes a la suya.
En este punto, uno podría pensar que es una típica historia de amor: la chica virtuosa que redime al chico malo con su amor. ¡Hemos leído tantas así..! Pero no: una vez más, el libro se va por un lado diferente al que imaginábamos y encuentra la forma de sacudir al lector. Y repite esta estrategia varias veces más, siempre de una manera eficaz y sorpresiva.
Como les decía, terminé de leer El cuentacuentos hace tres días. Cerré el libro pero no pude dejar de pensar en la historia y en los personajes. Es sus acciones. Hubo un hecho en particular que me causó mucho conflicto: una manifestación de violencia que Anna es capaz de perdonar demasiado fácil para mi gusto. Yo hubiera querido que se indignara más, que hablara con sus padres, con la policía. Pero no, ella elige perdonar y quedarse callada.
Esto al principio me sorprendió y hasta me indignó. “¡Es un libro para jóvenes!”, pensé. “¿Qué clase de ejemplo pone?”. Y entonces seguí pensando. ¿No era yo de quienes decían que la literatura no debe dar moralejas? ¿No tendría que confiar yo, como lectora, que otros lectores se sacudan igual que yo con ese pasaje del libro y se pregunten qué harían ellos en una situación similar?
Y todavía más: ¿quién dijo que la literatura debe ser siempre bella, siempre placentera? ¿Quién nos dijo que no puede haber historias con las que estemos en desacuerdo a pesar de haber disfrutado su lectura? Y eso me lleva a varias preguntas adicionales: ¿es que no podemos disfrutar una historia triste o sórdida?, y ¿hace falta tener alguna edad en particular para poder hacerlo?
Esas son sólo algunas de las dudas que giraban dentro de mi cabeza al terminar de leer El cuentacuentos. Muchas de ellas siguen ahí. Me descubro frente al televisor prendido, pero no viendo la pantalla sino pensando en la historia de Anna y Abel. Abro otro libro, pero lo cierro de inmediato porque me acuerdo de las cosas que yo creía que iban a pasar en el libro, cosas terribles según yo, y que luego palidecían al ver lo que realmente sucedía en el libro.
Bien pensado, creo que esta novela es una apuesta muy arriesgada, sí, pero necesaria. Quizá no todos sus lectores queden satisfechos al finalizar la lectura, pero ninguno quedará indiferente, eso seguro. Y en este tiempo de historias blandas, donde los personajes trágicos encuentran su final feliz (como varias de las princesas de Disney), ¿no es un alivio encontrar historias diferentes, que nos exijan seguir pensando en ellas y, de preferencia, hablar de ellas con alguien más?
Así que, lectores queridos, les invito a tomar sus precauciones, pero no a evitar El cuentacuentos. No les prometo que será un buen rato, pero sí que será uno inolvidable. A lo mejor no quedan felices pero, seguro, no los dejará indiferentes.