El poema de Juan Ramón Jiménez tiene un título hermoso (“Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”) y un epígrafe doloroso (“El cónsul del Perú me lo dice: Georgina Hübner ha muerto…”). El poema comienza desesperanzado (“¡Has muerto! ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué día?”) y termina doliente y sereno (“Has muerto. Estás, sin alma, en Lima, / abriendo rosas blancas debajo de la tierra. / Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran, / ¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor, / hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?”). Apareció por primera vez en el libro Laberinto de Juan Ramón Jiménez que después no quiso ya publicarlo en las siguientes reediciones ni en sus obras completas. José de la Colina comenta de ese espléndido final, en Libertades Imaginarias que “final es casi adivinatorio, porque la misma Georgina Hübner apenas era algo más que una pompa de jabón”.
“Señor: por el bisemanario español Abc me he impuesto de la publicación de un libro de poesías de usted, titulado Arias tristes. He buscado inútilmente el referido libro en los centros libreros de esta capital, y en la imposibilidad de conseguirlo, me permito sugerirle tenga la bondad de enviármelo, dispensando la molestia que este le ocasione. No le remito a usted el valor del ejemplar (tres pesetas), pues no hay giro por esa cantidad. Reciba usted mis agradecimientos anticipados por este favor y mande en la voluntad de su atta. y s. s. Georgina Hübner. Lima, 8 de marzo de 1904. Mi dirección: Georgina Hübner, calle de Belaochaga, número 142. Lima”.
Esa fue la primera carta que un Juan Ramón joven, un Juan Ramón Jiménez que aún estaba lejos de recibir el premio Nobel recibió de la hermosa Georgina en un tiempo en que la distancia hacía que el correo postal entre la capital del Perú y España llegara al destino casi un mes después. Sin embargo ese retraso no afectó al joven poeta, que contestó casi inmediatamente. Como resume uno de los biógrafos del poeta, “El poeta se rindió pronto al amor. La desconocida dama logró con sus ingenuas y acarameladas letras capturar el corazón del poeta, que se embarcó en una apasionada dinámica epistolar”.
“A Georgina Hübner en Lima: He recibido esta mañana su carta tan bella para mí, y me apresuro a enviarle mi libro Arias tristes, sintiendo que sólo mis versos no han de llegar a lo que usted habrá pensado de ellos. La carta de usted es del 8 de marzo, a mí no me ha venido hasta hoy, 6 de mayo. No me culpe de la tardanza. Si usted me envía siempre su dirección -en el caso de que vaya a cambiar de domicilio-, yo mandaré a usted los libros que vaya publicando, siempre -claro está- con el mayor placer. Gracias por su fineza. Y créame muy suyo, que le besa los pies. Juan Ramón Jiménez”.
A partir de ahí la correspondencia, aunque lenta por los inconvenientes de la época y la distancia, se mantuvo constante con un Juan Ramón cada día más enamorado y una Georgina cada vez más coqueta y atrevida. Juan Ramón, el poeta enamorado y enamorado del amor, llenaba sus cartas de imágenes atrevidas incluso para la época. Ella respondía con cartas a mitad de camino entre la admiración y la galantería. Leerlas en el Epistolario de Juan Ramón es sentir envidia de un amor tan puro a pesar, o precisamente a causa, de la distancia. Todo iba bien hasta que en la última carta de esa correspondencia, Juan Ramón le hace a Georgina una propuesta.
“¿Para qué esperar más? Tomaré el primer barco, el más rápido, que me lleve pronto a tu lado. No me escribas más. Me lo dirás personalmente, sentados los dos frente al mar o entre el aroma de tu jardín con pájaros y lunas…”.
Todo parece indicar que los “cadencioso vibrar de las notas melancólicas” o “el perfume delicado y suave del alma del autor” habían cautivado a Juan Ramón que, al mes de haber escrito la carta proponiendo el encuentro en Lima, recibió un telegrama del consulado peruano que escuetamente decía “Comunique al poeta Juan Ramón Jiménez que Georgina Hübner ha muerto”. O, según otras versiones: “Georgina Hübner ha muerto. Rogámosle comunicar la noticia a Juan Ramón Jiménez. Nuestro pésame”.
Georgina, sin embargo, no había muerto. No podía morir ya que era, aunque su nombre sí fuera real, invento de dos jóvenes escritores limeños. José Gálvez Barrenechea sería presidente del Perú. El otro, Carlos Rodríguez Hübner, tenía una prima llamada realmente Georgina Hübner que prestaba su caligrafía femenina y su perfume a las cartas que ellos escribían, y que prestó también el retrato que le enviaron al poeta español. Fueron los dos quienes ante la posible visita de Juan Ramón decidieron matar a su personaje. Aunque muchos años después hablaron abiertamente de su engaño nunca quedó claro si fue una burla de los poetas jóvenes al alambicado estilo del Juan Ramón, como años más tarde harían los poetas de la generación del 27 o el mismo Buñuel, o un modo gratuito de conseguir libros.
“En cuanto a la travesura a Juan Ramón Jiménez, reconozco francamente que la hice en compañía de un amigo y compañero de labores en la Sociedad de Beneficencia Pública cuando aún no tenía, creo, ni veinte años. Fue con el objeto de obtener sus libros que, por aquel entonces, no se conseguían en Lima.”
Gálvez, que murió en 1957, un año antes que Juan Ramón, nunca dejó claro si el gran poeta supo del engaño, un engaño que dio para otra ficción, la extraordinaria novela El cielo de Lima, de Juan Gómez Bárcena.
Fueron los dos quienes ante la posible visita de Juan Ramón decidieron matar a su personaje.,.
Wow, Justes, ¿qué de malo puede tener enamorarse de un espectro?,
!pero que espectro…!