Este año se cumplen 25 de que fue lanzada la colección A la Orilla del Viento, del Fondo de Cultura Económica. Es posible que los niños de hoy -y los papás de los niños de hoy- no vean en esto motivo de alharaca, dado que la oferta actual de libros infantiles y juveniles es muy grande y variada; tanto, que cuesta trabajo recordar (o creer) que durante años no fue así. Sin embargo, es verdad: yo tenía quince años cuando se lanzó esta colección, así que, estrictamente hablando, pertenezco a una de las últimas generaciones que vivieron en un México sin libros infantiles escritos en México. Había algunos, sí: versiones de cuentos clásicos; leyendas tradicionales; adaptaciones simplificadas de libros con protagonistas niños o adolescentes. También llegaban colecciones gringas, traducidas, y españolas; pero definitivamente no había la enorme variedad que tenemos ahora. De acuerdo con datos del Fondo de Cultura Económica, cerca del 40% de la venta de libros en el mundo es de textos de literatura infantil y juvenil. Y en las propias librerías del Fondo, estos libros forman una tercera parte del catálogo total. No era así en esa época que les platico. Además, al menos yo no recuerdo alguna editorial mexicana dedicada exclusivamente a publicar libros para la chaviza, o con un sello expresamente pensado para eso. O quizá sí había y a mí no me tocó conocerlos, lo que también sería señal de que, de existir, no tenían la difusión de hoy en día. Y no era tan bien vista, tampoco.
De acuerdo con la narradora Alicia Molina, una de las primeras autoras publicadas por A la orilla del viento, cuando el FCE comenzó a planear su colección infantil no todo mundo estaba de acuerdo: para mucha gente, era “poco serio” que una editorial de tal prestigio se embarcara en una aventura así. Sin embargo, y para suerte de millones de lectores (y no exagero), el proyecto siguió adelante.
Cuesta trabajo creer que esa primera etapa de A la Orilla del Viento fue de una docena de títulos, sobre todo si tomamos en cuenta que, a la fecha, son 226 los libros que se han publicado en el sello y que, en promedio, salen nueve al año. Pero esos números, si bien nos sirven para ver que el compromiso del FCE con la literatura infantil va en serio, no alcanzan a ilustrar lo que más importa: la cantidad de vidas que han sido tocadas por la imaginación y la belleza, la empatía y la risa. No sólo se trata de que son muchos títulos, sino también de que juntos constituyen un catálogo con lo mejor de la literatura infantil, tanto de la que ha sido escrita fuera de México como la producida en nuestro país. Por si fuera poco, su diseño editorial es excelente, lo mismo que sus ilustraciones; tanto así, que por ahí corre el rumor de que A la orilla del viento es responsable en parte de una escuela de ilustración mexicana que es ya reconocida a nivel internacional: artistas de gran trayectoria como Mauricio Gómez Morin (embajador de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil 2016) y Rafael Barajas El Fisgón y otros más jóvenes pero también de enorme talento, como Juan Gedovius, Richard Zela, Valeria Gallo y Abraham Balcázar han contribuido a que esta colección sea, sin quererlo, un gran catálogo visual. Por si esto fuera poco, ¡son libros baratos! ¿Qué más puede pedir un adicto a la literatura infantil?
Por todo lo anterior, creo que los 25 años de A la Orilla del Viento debería ser un festejo para todos los lectores: los que crecieron leyendo estos libros, los que los están disfrutando ahorita, los que no los tuvimos durante nuestra infancia pero podemos acercarnos a ellos ahora, para compartírselos a los niños y niñas cercanos (hijos, sobrinas, ahijados, vecinas) y para gozarlos nosotros aunque ya hayamos pasado de la edad sugerida.
Por cierto: lo de que hay que festejar no es en sentido figurado: el Fondo de Cultura Económica está organizando todo tipo de actividades por este vigésimo quinto aniversario de la colección, incluyendo mesas de análisis y participaciones de cuentacuentos en diversas ferias del libro; cápsulas para televisión con entrevistas a autores y autoras de la colección; y la publicación de ediciones especiales. Por ejemplo, para octubre está programada la publicación de El pozo de los ratones de Pascuala Corona, ilustrado por David Álvarez, en una coedición bilingüe (náhuatl-español) con la Secretaría de Cultura. La traducción es de Mardonio Carballo.
Aunque suene a lugar común, la mejor forma de participar en el festejo es buscar los libros de A la orilla del viento y leerlos. Capaz que, entre sus casi doscientos cincuenta títulos, hay un libro que tiene algo muy especial que decirle a cada uno de nosotros. Nomás por esa posibilidad (o con ese pretexto) yo me leería todos los que cayeran en mis manos. ¿Ustedes no?