Nieve de limón / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
23/11/2024

 

Empecemos con una cita:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”

Este es el inicio de la hermosa novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad. La mayoría ponemos atención en ese momento final, el de la muerte. Creo que uno no repara en el asombro que puede provocar el hielo, lo frío, lo gélido, en otros. No cuando uno es un citadino y ha tenido la suerte de vivir en una casa con refrigerador. Hasta que se descompone. La semana pasada fui presa del caos porque mi refri dejó de serlo, o sea dejó de enfriar. Los duendes de los electrodomésticos son personajes jocosos, pues aprovechan el momento justo: cuando uno ha ido al supermercado a rellenar el refrigerador. Lleno de lácteos diversos, embutidos, jugos y los ingredientes necesarios para alimentar a los comensales invitados un domingo. Sin previo aviso, el refri colapsó. Sentí pánico, como si estuviera frente a un pelotón de fusilamiento; y culpa, por dar por sentada la gracia del hielo, por no asombrarme de que pueda beber una cerveza bien fría y que lo cocinado hace cinco días tenga la frescura del día de su confección.

Y nada, mi vecina querida me prestó un piso de su refri. Salvamos la comida. Los comensales del domingo y yo la pasamos muy bien con comida comprada. Además el refri, por una módica cantidad, no lo que costaría uno nuevo, tuvo compostura. El lunes, mis víveres regresaron sanos y salvos al hogar. Sólo algunas cosillas tuvieron la desgracia de perecer, como héroes de guerra, o como Aurelianos de las historias cotidianas de esta casa.

Si esto hubiera sucedido en invierno no me hubiera preocupado, pues mi casa es helada. Uno puede dejar un helado afuera y él solito regresará a la tibieza del congelador. Pero esta primavera es más calurosa de lo usual. La casa deja de estar fría. Pero su relativa frescura no funciona como refrigerador. Es curioso, olvidamos que el frío fue uno de los elementos que procuraron la civilización. Repetimos hasta el cliché que somos lo que somos gracias a nuestro dominio sobre el fuego. Pero ese triunfo hubiera sido insuficiente en la Era de la glaciación. La desventura del hielo proporcionó al hombre un método de conservación para sus alimentos: el frío.

Las civilizaciones, antes de descubrir la refrigeración, destinaban tiempo, dinero y esfuerzo a proveerse de hielo, si éste estaba a una distancia accesible y la geografía lo incluía. Cierto, pasaron milenios y muchísimos inviernos desde la conservación con el permafrost hasta que el hombre construyó las primeras cámaras de hielo, que sólo podían financiarse los adinerados. Y sólo en países que tuvieran hielo por ahí o inviernos con todas las de la ley. Dichas cámaras eran cuartos o pequeños armarios donde se apilaba hielo. Luego el norteamericano Oliver Evans inventó la cámara frigorífica, en 1805. El primer refrigerador industrial fue construido y comercializado por otro norteamericano, Alexander Twinning, en 1856. Los primeros refrigeradores para uso doméstico se inventaron hasta 1913. Era una “caja de hielo” de la cual se aprovechaba el gabinete. El refrigerador eléctrico automatizado estuvo a la venta en 1918.

Es paradójico, en nuestro afán de enfriar, durante años y sin saberlo, contribuimos al calentamiento global gracias a los gases de nuestros refris antiguos. Entre más queremos enfriar para luchar contra la devastación del calor, más calentamos al mundo, convirtiéndolo en un círculo vicioso. Hielo y fuego. Mi última minuta trataba sobre la combustión. Creo que yo misma llamé al infortunio, para hablar también sobre el hielo.

Fuego y hielo, como decía el poeta Robert Frost (Estados Unidos, 1874-1963) en uno de los poemas más hermosas de la historia de la civilización. Sea, terminemos con una cita:


“Unos dicen que el mundo terminará en fuego,

otros dicen que en hielo.

Por lo que he probado del deseo

me mantengo con aquellos que favorecen al fuego.

Mas si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,

pienso que sé suficiente del odio

para decir que para la destrucción el hielo

es también grandioso

y bastaría.”


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