En mi anterior entrega, El dolor y sus malquerientes, quedó apenas mencionado el tema del “dolor vicario”, que utilizo como expresión para referirme al dolor sufrido, como aquel único y excepcional de aquel hombre Jesús de Nazaret, el galileo, que asumió como elemento fundamental de su misión aquí en la Tierra, para estar trayendo el reino de Dios a todos los hombres y mujeres, que fueron, que son y que serán en este mundo.
Asunción del dolor físico, emocional, psicológico y mental por medio del cual y de manera excepcional lo hizo convertirse a sí mismo en oblación inocente, y como altísimo precio de rescate, de acuerdo con el misterio inescrutable de la Redención humana; asentimiento que queda abierto al creyente y, por tanto, sujeto a su fe en esta persona de excepción a quien se proclama como Jesús y Mesías, opción que es abiertamente teologal e interpela la fe individual de la persona. La otra opción es la del no creyente, que hoy tiene a disposición los elementos científico- sociales de la categoría que en el análisis sociológico se designa como “persona rechazada”, la cual contiene una fuerte carga de evidencia histórica, religiosa, social, cultural y política de excepcionales rasgos, que convierten a su protagonista en un hombre -para el caso- de personalísimo significado para toda una comunidad humana. Dicho esto, sea por la vía que elijamos, Jesús de Nazaret es una persona de excepción cuyo mensaje y obras trascienden la Historia, a la que da un trans-significado, o mejor una meta-significación que configura un perfil u horizonte Ético por antonomasia; que rebasa los signos ordinarios y los convierte en un proto-mensaje de salud y liberación universal.
Bajo tal supuesto, es posible postular un “dolor vicario” valiéndonos estrictamente del concepto sociológico de “persona rechazada”. Y, al respecto, no hay mejor antecedente histórico-lingüístico que aquel de las narrativas escriturísticas del Siervo de Yahweh. En efecto, esta temática es parte central de mensaje profético de Isaías -como uno de los grandes profetas del pueblo de Israel- (765 a.C.-700? Reinado de Manases, A.C.). El auténtico profeta de Israel o Judá supera el concepto vulgar de adivino o vidente, para convertirse en el que habla en nombre del Dios de Nuestros Padres, como paráfrasis de El Nombre (Ha’ Shem), o el impronunciable Yahweh.
Las narrativas del Siervo de Dios expresan la anticipación histórica de un hombre de excepción que habría de traer el Reino de Dios al pueblo elegido. Pero, bajo signo inescrutable, sería uno que es antípoda del héroe terrenal, figura imponente, poderosa, dominante, lleno de majestad, plenitud, abundancia, afluencia, juez supremo, cubierto de gloria. Para aparecer a los ojos de sus hermanos los hombres como una impensable criatura de desecho.
Veamos. Canto primero del Siervo de Yahweh (Isaías, 42, vv1-4,5-9). “Eh aquí mi siervo a quien yo sostengo (…). He puesto mi espíritu sobre él. (…) No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará. (…) Y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes (…)”.
Canto segundo del Siervo. (Is., 49, 1-6). “(…) “Yahweh desde el seno materno me llamó, (…) hizo mi boca como espada afilada (…), Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”.
Canto tercero del Siervo, (Is. 50, vv 4-9, 10-11). “El Señor me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. (…) Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. (…) Por eso puse mi cara como pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado”. El que de entre vosotros tema a Yahweh oiga la voz de su Siervo”.
Canto cuarto del Siervo. (Is. 52, v.13 – 53, v. 12).”Así como se asombraron de él muchos –pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana- otro tanto se admirarán muchas naciones.” (V. 12) “Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes”.
Conclusión. (Is. 55, vv1-ss). ¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche!. (…) Mira que por testigo de las naciones le he puesto, caudillo y legislador de las naciones, (…) y por el Santo de Israel, porque te ha honrado”.
Estas narrativas marcan dos trayectorias claramente descritas: la primera, de abajamiento (kénosis) de ese elegido de Dios, a quien se somete al más profundo silencio, a una figura que ni humana parece, como alguien abyecto y despreciable para el resto de la sociedad. Esa figura abatida y castigada en extremo con el más doloroso sufrimiento humano imaginable, resulta envolvente a todo su ser; no sólo está la presencia del dolor físico, sino también la pena, la vergüenza de quien ha caído en desgracia social; es un protagonista vejado, burla de la gente, tratado como escoria social. A pesar del temor y respeto moral que infundía con su autoridad de conocimiento y sabiduría, actuaba de palabra y hechos concretos, concretos e imbatibles. Ahora, es el hazmerreir de todo un pueblo. Su dolor es total, abraza todas las dimensiones de su ser personal y, por ello, es desechado por la gente.
La segunda trayectoria se da en sentido contrario, al final, él es exaltado. Es reconocido como hijo del verdadero Padre y puesto como caudillo y legislador de naciones. Poderoso entre los poderosos, rey de reyes; legislador y Juez supremo de todas las gentes. En suma, la figura del Siervo de Yahweh es la del más excelso y Sumo Sacerdote. El dolor asumido por él es sacerdotal, es decir, sacrificial, es decir, oblativo por los demás; es decir, “vicario” (vices-es = el que hace las veces de…).
Lo anterior, proyectado al tema de “asumir el dolor”, en el contexto de enfermos terminales o crónico degenerativos, que las normas internacionales y las mejores prácticas médico-clínicas indican como debidos receptores de “cuidados paliativos”. Incluso o abiertamente sujetos de aplicación de derivados opiáceos, como la morfina propiamente dicha, no es en manera alguna cosa vergonzosa, o desacreditable como conducta indebida. Es una práctica médica, benéfica y autonómica, según la voluntad digna de todo respeto, de una persona, que persigue un fin bueno a través de medios buenos y lícitos a carta cabal.
La cuestión del manejo bioético del dolor humano tiene un fin principal a todas luces evidente: -ofrecer la oportunidad a la persona que sufre, un alivio real y cierto a su dolor, ya que éste -según grado de intensidad y extensión corporal o emocional que invade- es un factor impediente de la lucidez física mental y emocional que causan en el sufriente, obstrucción u obnubilación de razonamiento y juicio para poder tomar decisiones adecuadas y certeras en su estado; que apremian de tal suerte su umbral de dolor que lo tornan incapaz de valerse por sí mismo y tiene que ser asistido por otros, incluso en las necesidades más íntimas y fisiológicas, creando así a su alrededor -principalmente a sus seres queridos- un clima de afectación física y emocional, indeseable desde todo punto de vista. En gran síntesis, el dolor extremo, paraliza en extremo la posibilidad y condición de paz y serenidad personal o comunitaria, para tomar cualquier decisión o acción humanamente factible y adecuada a las circunstancias.
Conclusión, exigir al que sufre un “dolor vicario”, es un predicamento inaceptable tanto desde el punto de vista teológico, como queda visto, como tampoco tiene sustento higiénico, epidemiológico y médico-clínico. El dolor humano debe ser manejado y controlado, humanitariamente y efectivamente. [email protected]