Colegio de Estudios Estratégicos y Geopolíticos de Aguascalientes, A.C.
Fulton, Missouri. 5 de marzo de 1946. Tras ser presentado por el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, el decano de los estadistas mundiales, el británico Winston Churchill, comienza su alocución diciendo que “una sombra ha caído sobre los lugares tardíamente iluminados por la victoria aliada”. Esta penumbra, proyectada por la Rusia soviética, abarca “desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático”. El hábil orador dice que “una cortina de hierro ha descendido a través del continente”.
Sin embargo, la encarnación del león británico sostiene que la prevención de la guerra y el fortalecimiento de las Naciones Unidas dependen de la “fraternal asociación de los pueblos de habla inglesa”. Es decir, de la “relación especial” entre los Estados Unidos y la Mancomunidad y el Imperio Británico.
La escena arriba descrita sirve como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar qué es la “relación especial” y por qué la Unión Americana ve con desagrado una eventual salida del Reino Unido de la Unión Europea, el denominado Brexit.
Inglaterra plantó sus simientes en el Nuevo Mundo: su idioma, la lengua de Shakespeare y Milton; su sistema legal, el Common Law; y su forma de organización política germinaron en lo que ahora es la costa este de la Unión Americana. Estos lazos se resquebrajaron en 1776 cuando hombres como George Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, entre otros, decidieron que el rey de Inglaterra, Jorge III, había devenido en un tirano y decidieron independizarse.
Durante los próximos 140 años, el Reino Unido y la Unión Americana fueron rivales: la Guerra de 1812; el coqueteo británico con la Confederación sureña durante la Guerra de Secesión; y las tensiones entre los angloamericanos por Honduras y Venezuela son fiel reflejo de esta relación de “amor-odio”.
Sin embargo, la amenaza de la Alemania imperial hizo que la madre patria y su retoño más preclaro forjaran una alianza durante la Primera Guerra Mundial. La propuesta británica de crear el “Parlamento del hombre” (la futura Sociedad de Naciones) y el Telegrama Zimmermann. Es decir el recado en que el gobierno germano proponía a Venustiano Carranza una alianza para la invasión de territorio norteamericano, y ofrecía que, al triunfar Alemania, recuperaría Arizona, Nuevo México y Texas, sacaron al águila calva norteamericana de su marasmo geopolítico.
Tras la victoria aliada en la Gran Guerra, los Estados Unidos se retiraron del escenario mundial. Sin embargo, el ascenso del nazismo en Alemania, la invasión de Polonia y la conquista germana de Holanda, Bélgica y Francia sacudieron al Tío Sam. Asimismo, el primer ministro británico, Winston Churchill, tomó una decisión trascendental: continuar la guerra en solitario, esperando que, tarde o temprano, la Unión Americana se sumaría a la causa aliada.
Churchill entendió que “la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial alteraría por sí misma el equilibrio del poder en favor de la Gran Bretaña”. De igual manera, el tribuno inglés supo que “tenía que subordinar los objetivos británicos a largo plazo a las necesidades inmediatas”1.
Tras el ataque japonés a Pearl Harbor, los norteamericanos entraron a la contienda. Su vasta capacidad industrial y sus recursos humanos, aunados a la alianza con la Rusia soviética inclinaron, poco a poco, la contienda en favor de los aliados. Sin embargo, el Reino Unido fue relegado en los consejos de guerra aliados.
Quien captó tempranamente el pase de estafeta de Londres a Washington, fue el ministro residente británico en el Mediterráneo, Harold Macmillan, quien, al igual que Churchill, era mitad estadounidense. Macmillan escribió: “Nosotros somos los griegos en este Imperio estadounidense… debemos administrar los Cuarteles Generales de las Fuerzas Aliadas como los esclavos griegos gestionaban las operaciones del emperador Claudio”2.
Los británicos decidieron, al fin de la Segunda Gran Guerra, que para tener influencia en el mundo debían incrustarse en el proceso de toma de decisiones en Washington. Por su parte los estadounidenses aprovecharon la docilidad británica para hacerse con “un aliado muy leal, una base militar vital, y un socio cercano en asuntos importantes de inteligencia”3.
Fue así como surgió la “relación especial”, en la cual los Estados Unidos interpretan el papel del alguacil y el Reino Unido es el leal ayudante. Esta correspondencia bilateral ha conocido periodos de luna de miel: John F. Kennedy y Harold Macmillan; Margaret Thatcher y Ronald Reagan; Tony Blair y los presidente Bill Clinton y George W. Bush, el texano tóxico.
Aunque parezca sorprendente, el bulldog inglés ha tenido sus diferencias con respecto al Tío Sam: la invasión anglo-francesa de Egipto en 1956 -aunque la presión norteamericana sobre la libra esterlina forzó la retirada-; el rechazo británico a enviar soldados a la guerra en Vietnam; el europeísmo del premier Ted Heath; la molestia de Isabel II al enterarse de la intervención estadounidense en Grenada, país miembro de la Mancomunidad británica; y, recientemente, la crítica de Barack Obama a David Cameron por el conflicto en Libia.
No obstante, la eventual salida del Reino Unido de la Unión Europea, el Brexit, es vista con desagrado en Washington pues los estadounidenses sospechan que Alemania, propulsada por una economía altamente exportadora, su liderazgo en ciencia y tecnología y con el capital chino, no tendría contrapeso en los consejos europeos y, en el largo plazo, buscaría “no ser un aliado en el sentido de la Guerra Fría pero un jugador independiente, el cual será tanto un socio como un competidor…”4.
Es por ello que Barack Obama desea y promueve la permanencia británica en la Unión Europea. Así pues, y sin hipérbole, se puede decir que el destino del Reino Unido y de la Unión Europea será decidido por el electorado británico el próximo jueves 23 de junio de 2016.
Aide-Mémoire.- A los investigadores internacionales del caso Iguala les aplicaron el informas y te vas.
1.- Kissinger, Henry. La Diplomacia. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1995, p.375-376
2.- Paxman, Jeremy. The English. A Portrait of a People. Penguin Books, London, 1999, p.39
3.- Brzezinski, Zbigniew. The Grand Chessboard. American Primacy and Its Geostrategic Imperatives. Basic Books, New York, 1997, p.43
4.- Szabo, Stephen F. Germany, Russia, and the rise of Geo-Economics. Bloomsbury, London, 2015, p.144