- Ámbar sintetiza la búsqueda de un escritor y creador como Hiriart: Gabriel Sánchez Rovirosa
- El dramaturgo utiliza al teatro como un juego que no se termina, afirma Emmanuel Márquez
El ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, Hugo Hiriart (Ciudad de México, 28 de abril de 1942), ha tenido la fortuna de destacar no sólo en su labor literaria, sino también como autor y director escénico desde la década de los setenta del siglo pasado, gracias a su dominio del lenguaje escrito.
Para el integrante del Centro Nacional de Investigación Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (Citru), Gabriel Sánchez Rovirosa, su propuesta escénica desde La ginecomaquia (1973) hasta Simulacros (1983) y después desde El tablero de las pasiones de juguete (1984) hasta Rosete se pronuncia (2007), coloca en el centro de la mayor parte de su dramaturgia la idea de juego.
“El teatro es un juego o no es nada”, ha dicho Hiriart en algún momento, lo mismo que la idea de simulacro: “el teatro es el arte de organizar un simulacro tras otro, de modo que cada uno niegue al anterior”. Ahí podría decirse que se encuentra el mayor aporte de este autor a la dramaturgia mexicana, sobre todo porque significó un baño de frescura y renovación de la escritura y el hacer teatral de las últimas décadas del siglo XX, agregó Sánchez Rovirosa.
Destacó que además del peculiar humor que caracteriza al creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2009, gran parte de su obra es posible constatar su incesante búsqueda por un teatro donde la crítica al poder es central, ya sea mediante el retrato intimista o la recreación paródica de mitos ancestrales: “No menos relevante es una fuerte tendencia ‘didáctica’ que se refleja en varias de sus obras (Las tandas del Tinglado, evocación revisteril para títeres, de 1982; El progreso fugitivo o el portentoso, alarmante y ciertísimo viaje en ferrocarril por el universo de José Posada, de 1982; Las palabras de la tribu, de 1988; 120 mil leguas de viaje submarino, de 1991; Los peligros de la representación, de 1993, y Vivir y beber, adaptación para teatro callejero, en 1988), así como su labor como tallerista y docente en la formación de nuevas generaciones de gente de teatro tanto a nivel profesional como de aficionados”.
En este último punto, el responsable del Fondo Documental Hugo Hiriart/Citru 2014-2015 citó como ejemplos La noche del naufragio, producto del taller Nueva comedia, dirigido a aficionados al teatro e impartido por Hiriart en 1989 en el CUT, y Los peligros de la representación, obra cuyo lenguaje sustentado en el gesto dio lugar a la primera compañía teatral de sordos en América Latina, hoy conocida como Seña y verbo, dirigida por Alberto Lomnitz.
De las obras más emblemáticas del autor, el investigador destacó en su primera etapa de creación, además de La ginecomaquia, Casandra (1979), Minotastasio y su familia. Fantasía para títeres y actores en catorce escenas (1980), Simulacros (1983), El tablero de las pasiones de juguete (1984), Ámbar (1986), Intimidad (1987) y Camille o la historia de la escultura de Rodin hasta nuestros días (1987).
En un segundo ciclo dramático del autor sobresalen obras como La repugnante historia de Clotario Demoniax (1994), La caja. Terror en altamar (1996), El caso de Calígari y el ostión chino (2000), El gran circo de historias en miniatura (2006) y Rosete se pronuncia (2007).
De acuerdo con el también encargado del Catálogo mínimo de su obra, quizá Ámbar representa una de las propuestas que mejor sintetizan la búsqueda de un escritor y creador como él: “Logra fundir los géneros dramático, novelístico y cinematográfico bajo la premisa de lo que algunos estudiosos de la literatura dramática han designado como un ‘relato escenificado’ (a decir de lo que ya Lope de Vega designaba como ‘acción en prosa’), esto es, textos que combinaban la pieza teatral y la narración novelada”.
En su página personal, la ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 1977, Silvia Molina escribe que en su teatro, Hugo Hiriart ha hecho un poco de todo: “Ha perseguido a los clásicos poniéndolos al día, y los ha popularizado, dotándolos de un lenguaje cotidiano y juguetón, siempre enigmático; y se ha solazado con temas completamente extraños o raros o fuera de lo común, y ha empleado títeres, títeres y actores; actores y artefactos; artefactos y voces de actores… Hugo es como un hacedor de prodigios teatrales, porque su fantasía no conoce de mesuras ni límites”.
El actor y director escénico Emmanuel Márquez recordó que El tablero de las pasiones de juguete fue una obra que lo dejó marcado en la década de los ochenta, por lo que en 2015 no dudó en montarla como parte de un proyecto en el Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca): “Encontré elementos que no había percibido cuando la había visto y me pareció muy interesante porque es una obra desestructurada y ahí radica su fuerza. Tiene muchos significados y juega con las referencias de los griegos, lo clásico”.
Afirmó que su gran aporte a la escena mexicana es la inclusión de títeres y un lenguaje fantástico en historias en las que juegan con las pasiones, las muestra exageradas y se burla de ellas, mientras los seres humanos son como muñecos que evidencian lo absurdo del hombre.
Márquez, quien también trabajó bajo la dirección de Hiriart, consideró que su labor deja huella en los actores, pues utiliza al teatro como un juego que no se termina.
El también titiritero y dramaturgo señaló que estamos ante un gran narrador de la literatura mexicana y una persona fundamental a la que deben valorar las nuevas generaciones: “De pronto los jóvenes están muy interesados en inventar nuevas dramaturgias, el postdrama, el postmoderno… Hugo Hiriart es nuestro gran dramaturgo helénico y griego. Tendríamos que revisarlo más… No hay que tenerle miedo, aunque a veces plantee un juego que podría ser peligroso. Hay que entrarle y conocer a ese gran literato, a ese encantador oso de peluche que es Hugo Hiriart”.
Con información de la Secretaría de Cultura