It is better to suffer wrong than to do it,
and happier to be sometimes cheated than not to trust.
Samuel Johnson
La confianza es una especie de «fe animal» -como sugirió Santayana- que nos separa de la demencia y nos restituye a la vida. Una luz racional que ilumina al sensato y le permite vivir en sociedad. En cambio, un absoluto desconfiado, un ciego demente enclaustrado en los rincones de su conciencia, no es más que un ermitaño de la vida, un loco de atar sin el cobijo de la tierra.
A pesar de que la mayoría aceptaría esto, en todos nosotros se encuentra sembrada la semilla de la desconfianza: celos, inseguridad, duda, sospecha… La condición humana vive una batalla eterna entre estos dos polos: escepticismo y credulidad.
En la confianza se cimienta la vida, la sociedad, la empresa, así como la autoestima, las relaciones de pareja y la fe. ¿Acaso nos hemos olvidado de esta virtud fundamental? Así como el valiente es aquel que no peca de temerario ni de cobarde, el hombre que confía se aleja de las oscuras profundidades de la duda, sin caer en el ingenuo fanatismo del crédulo.
No sólo en cuestiones de fe el hombre se mueve en una atmósfera de escepticismo. La vida diaria nos da muestras palpables de la desconfianza que nos tenemos. Desconfiamos del mundo y de nuestros congéneres, siendo incapaces de conducirnos normalmente por la vida.
Hemos llegado a esta situación, entre otras cosas, por las circunstancias en las que vivimos. El ser humano hoy tiene que sustentar desde su más nimia opinión hasta su más profunda creencia. Confiar es una acción exclusiva de los crédulos.
Agustín de Hipona se enfrentó a una situación similar cuando intentó demostrar a los maniqueos que su doctrina era falsa. Estos afirmaban que es necesario «saber» para «creer», pues quien cree sin tener razones suficientes es un irresponsable. La creencia es uno de tantos motores de la acción. Vamos a ver una película porque «creemos» que será buena, vamos a un restaurante porque «creemos» que la comida será suculenta. Como actuamos porque nos mueve una creencia determinada, somos responsables tanto de nuestras acciones como de las creencias que las motivan.
Según el maniqueo, creer sin fundamentos ni razones es algo éticamente despreciable. Agustín refutó esta posición asegurando que a veces es necesario creer antes de saber. El caso de la fe religiosa es paradigmático. Alguien cree en dios, y sólo después puede llegar a entender algunas cosas. La fe es el primer paso hacia el conocimiento, piensan algunos creyentes.
El mundo y la sociedad, la mayoría de las veces, funcionan por una confianza análoga. Cuántas veces no hemos hecho caso de lo que nos dice la gente, de las sugerencias y testimonios de otro ser humano. La desconfianza sólo puede ser gradual. Lo correcto sería afirmar que vivimos en un mundo con un alto grado de desconfianza.
Entonces la pregunta es la siguiente: ¿Hasta dónde podemos confiar y a partir de dónde comenzar a dudar? En otras palabras, ¿cómo llegar a un punto medio entre la credulidad y el escepticismo? Tanto peca el que duda sin sentido, como el que cree cualquier cosa.
Siempre existen razones para dudar, y el mismo hecho de hacerlo puede tener consecuencias funestas. El caso de Otelo, en la tragedia de Shakespeare, no podría ser más significativo. Por el simple hecho de que no podía meterse a escudriñar la mente de Desdémona, éste siempre tuvo razones para sospechar que no era amado. ¿Cómo saber si nuestra novia o esposa nos ama o nos es fiel? Alguien podría contestar que existen una serie de detalles que nos lo demuestran. El caso es que si algún día empezamos a dudar de su fidelidad, nuestras sospechas no tendrán fin. Sin confianza, toda relación amorosa está destinada al fracaso, y en el caso de Otelo, a la muerte.
Si no tenemos una razón de peso para dudar, algo que dé sentido a nuestras sospechas, es tan absurda la duda como la creencia de que un mentiroso compulsivo nos dice siempre la verdad.
El escepticismo se alberga en la condición humana, lo que hace que nosotros seamos los únicos responsables de nuestra relación con el mundo y con los demás seres humanos. Debemos aprender a dudar donde cabe la sospecha y a confiar en lo que no siempre sabemos.
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