Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo (Rayuela -cap. 73-, Julio Cortázar).
El proceso de creación artística podría ser equiparable, como dice Huidobro en su Arte poética, a la labor creadora de un dios: por la palabra, se inventa el mundo. La mirada del poeta da vida a una realidad distinta, verbal, pero no por eso menos cierta y sensible que nuestro mundo de objetos tridimensionales.
El concepto de realidad funciona de manera semejante: lo real es aquello que podemos ver, tocar, escuchar y, en general, percibir por medio de los cinco sentidos conocidos; sin embargo, lo real también se construye con la subjetividad de nuestras historias, de nuestras miradas y se expresa por medio de nuestras voces. La realidad, así, en general, es inaprensible, inclasificable, porque también depende de cuántos tamices, cuántos anteojos hemos adquirido en la vida y se interponen entre el mundo y nuestro ser interior. La realidad “de afuera” pasa por nuestros filtros personales y sale reinventada por nuestra boca o nuestros ojos, pero, nuevamente, no por eso es menos cierta o válida: asumimos una postura individual frente al mundo, en este proceso de recibir y recrear la realidad.
A pesar de lo anterior, también nos esforzamos por “concretar lo real” para funcionar mejor como sociedad y comunidad, para comunicarnos de forma efectiva y convivir, para tener un cierto grado de objetividad de lo real: para eso existen, entre otras invenciones humanas, las instituciones.
Así, me apena profundamente que, en el caso del Instituto Cultural de Aguascalientes, se empeñen en crear una realidad por completo distinta a los hechos concretos y, en el caso específico que yo expongo desde hace unos días en este medio periodístico, se afirme que la culpa (si es que se trata de nombrar “culpables”) es del grupo de actores y no de la institución (http://goo.gl/6VKGwX). Me apena que la licenciada Arcelia Martín Jáuregui haya olvidado cuando nos pidió disculpas, en febrero, frente a frente, porque asumía que parte de la responsabilidad en el retraso era suya (es decir, de su departamento). Me apena también que se hayan olvidado mis llamadas telefónicas en diciembre para solicitar los datos de la nueva factura (datos que nunca llegaron, como ya comenté en mi primera publicación (http://goo.gl/9zzlmo). Me apena que el instituto sea incapaz de dar una respuesta oficial y transparente a las preguntas que yo, como ciudadana y como prestadora de un servicio artístico, estoy solicitando (y que, insisto, no fueron solucionadas en su momento, cuando nos acercamos a hablar con algunos de los funcionarios del ICA). Me apena que en el instituto sientan (y así lo manifiesten) que toda petición de diálogo y transparencia es un ataque personal, cuando ninguna parte de mis textos (ni entre las líneas de estos) se puede leer como tal. Me apena, finalmente, que una reflexión pública y un llamado a dialogar se reciban como ofensivas y no como oportunidades para “acordar”, para “unir los corazones” y para generar un crecimiento en ambas partes en discordia.
A lo anterior añado que el viernes 26 de febrero,acudí a las respectivas oficinas de la licenciada Rivas Godoy y la licenciada Martín Jáuregui para entregarles personalmente una copia de los dos textos que publiqué en La Jornada Aguascalientes y para pedirles, frente a frente, un diálogo. Desafortunadamente, no encontré a ninguna de las dos, pues, según se me informó, estarían preparando el evento de entrega de las becas Pecda-Pacmyc, que se realizó esa misma mañana. Por esta razón, dejé con sus secretarias los documentos y al día de hoy no he recibido ninguna respuesta: una nueva negativa ante la conciliación que supone un diálogo.
Con respecto al pago, quiero señalar que a los trabajadores del ICA ya se les depositó, a través de la nómina, la remuneración económica acordada. Asimismo, el día de ayer, jueves 3 de marzo, recibí la llamada del licenciado Roberto Saucedo, a quien agradezco su amabilidad, para informarme que ya estaban todos nuestros documentos listos y que se iniciarían los trámites para pagarnos, a quienes no estamos en la nómina del Instituto.
La realidad es, pues, que todos los implicados en los conciertos didácticos 2015, vamos a recibir nuestro pago, más de cuatro meses después de haber trabajado: esos son los hechos concretos. Sin embargo, también es real que el instituto sigue negándose a dar respuestas claras, veraces y transparentes sobre el proceso de dicho pago, se niega a asumir su parte de responsabilidad ante el retraso y se empeña en emitir como verdad su percepción de la realidad, distinta a los hechos concretos.
Es una pena que, retomando a Huidobro (“el adjetivo, cuando no da vida, mata”), las instituciones intenten adjetivar la realidad, en un intento por hacerla bella -y en ocasiones falsa-, pero maten o disminuyan los deseos de seguir colaborando con ellas. Es una pena profunda.
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Deseo manifestar mi más profundo agradecimiento y mi muy sincera admiración a los otros trabajadores del ICA, porque ellos también son “el instituto”, aquellos quienes, quizá en niveles más bajos de la escala institucional, se esfuerzan día con día para ser verdaderos servidores públicos (no los nombro porque, afortunadamente, conozco a muchos, entre ellos, mis compañeros de Pedro y el lobo): aquellas personas que ponen el corazón en cada una de sus acciones; que se preocupan por dejar huella profunda en cada uno de los eventos que organizan o en las clases que dan; que en vez de poner pretextos para no hacer las cosas, buscan razones y argumentos para hacerlas, para ayudar a resolver problemas y a agilizar gestiones burocráticas; aquellos que buscan y alientan las críticas constructivas porque saben que así se edifica mejor la “cultura” y nos edificamos mejor a nosotros mismos. Escribo por mí, pero también hablo por ellas y para ellos: honor a quien honor merece.