Todavía hay gente que, cuando le dicen “libro de cuentos” piensa en historias simples, para niños, con moraleja. La culpa no es suya, sino de que esos son los libros de cuentos que han tenido a su alcance. Es como la palabra “novela”, que para mucha gente es sinónimo de “melodrama por entregas transmitido por televisión con muchísimos capítulos, situaciones al borde del ridículo y malas actuaciones”. Por eso yo hago fiesta cada vez que me encuentro con un libro de cuentos que se sale por completo del cliché: cada uno de ellos es una oportunidad para que más personas se conviertan en lectores de cuentos. Y no es que al cuento le haga falta, ¿eh? Contra lo que dicen aquellos que disfrutan la frase apocalíptica de “el cuento está muerto” o de la afirmación condescendiente de “el cuento es el kínder de la novela”, lo cierto es que hay excelentes cuentistas en la literatura escrita en español, para todos los gustos y para los diferentes lectores: niños y niñas, jóvenes, adultos; principiantes o experimentados de cualquiera de estos grupos de edades.
Justo por eso les quiero recomendar un libro de cuentos que acabo de terminar y que me encantó: Trasnoche, de Pablo de Santis, publicado por Loqueleo. Podría detenerme un buen rato hablando de compra, venta y cambio de nombre de editoriales, pero no se angustien: no lo haré. Para nuestro tema, basta decir que Loqueleo suena a nuevo pero es un sello con experiencia y trayectoria: se trata de la editorial que antes conocíamos como Alfaguara Infantil y Juvenil. Tampoco me voy a detener a platicarles la biografía del autor, pero les contaré que hace algunos años ganó el premio Planeta-Casa de América con una novela de misterio y que tiene varios libros “para adultos” además de los que escribe en sellos infantiles y juveniles. De sus muchas obras no les puedo contar nada aún, porque Trasnoche es lo primero que le leo. Eso sí, me quedé con ganas de más, así que no será lo último, espero. Déjenme platicarles por qué.
Primero que nada, les voy a confesar algo: al abrir Trasnoche yo pensaba que era una novela. A lo mejor cuando me lo regalaron leí la contraportada o me asomé al índice; pero eso fue el año pasado, y a la hora de leerlo en serio no me acordaba de eso. Así que me llevé una buena sorpresa a la hora en que me di cuenta de que lo que yo pensaba que era un primer capítulo era en realidad un cuento. Ahora sí me asomé al índice, para estar segura. Así me enteré de que son dieciséis cuentos, en su mayoría de unas diez páginas, y un epílogo. Mi sorpresa creció al avanzar en la lectura y darme cuenta de que los cuentos de esta colección son de esos que anidan en la cabeza del lector y se quedan por mucho tiempo; algunos por la forma en que el autor logra sembrar la inquietud con elementos aparentemente triviales, como en “El hombre de tiza”; otros por la vuelta de tuerca que nos hace comprender, en un último y breve parrafito, a un personaje aparentemente secundario (y lo hace crecer, hasta volverlo un héroe, un ser hermoso) -no, no les digo en qué cuento para no arruinar el mecanismo sorpresa; otros más por la forma tan diestra en que llega a la conclusión que ya esperábamos… o a otra, como en “El alumno nuevo”. No falta el cuento de humor negro (“El libro maldito”) o el detectivesco (“La pieza ausente”). Algunos de los cuentos tienen elementos sobrenaturales y otros son casi costumbristas. Lo que tienen todos en común es que no son cuentos ñoños ni facilones. Tampoco tienen moraleja. En “Agua muerta”, la historia más larga, hay un guiño a las historias de hadas y príncipes encantados, pero también hay otra cosa, perturbadora como de historia de zombis o vampiros (pero no, no hay en ella zombis ni vampiros). En conjunto, este libro es de esos que ponen en alto el género cuentístico y el género “juvenil”. Es literatura y ya, de esa que no necesita etiqueta, pero que tiene un par de etiquetitas que la vuelven más cercana al lector que busca lo breve y al que se sabe o se siente joven. No todos los cuentos son igual de buenos, pero ninguno es malo, ni siquiera regular. Y los mejores son de esos que uno atesora en la memoria. Humor, misterio, horror, un poco de amor. Guerra, pobreza, virtuosismo y maldiciones. De todo eso -y más- hay en Trasnoche.
Al final, como decía antes, el libro tiene un epílogo, en el que De Santis habla un poco de los cuentos, sus aficiones y su propia definición del género. No lo hace como un académico, sino como un amigo que te platica sus travesuras.