Alan Santacruz Farfán
Give me back the Berlin wall
give me Stalin and Saint Paul,
Give me Christ or give me Hiroshima…
I’ve seen the future, brother:
it is murder
Leonard Cohen, The Future.
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del miedo. Como es sabido, el miedo conduce a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento a la oscuridad. Este miedo, y el largo camino con el que envenena al mundo, se manifiesta de múltiples formas: radicalismos, ortodoxias, fanatismos, filias y fobias por las que la gente se lastima entre sí: la encarnación de El Mal.
Es fácil hablar del mal, está a vistas diariamente; sin embargo, cierta comodidad epistémica nos lleva a pensar en el mal como una abstracción, como un concepto. Caemos en el viejo truco de concederle al diablo la inexistencia para con ello permitirle que nos habite. Dejamos de ver el mal banal (esa construcción con la que Hanna Arendt explica cómo una persona común puede -con su insignificante acción u omisión- colaborar con la construcción de la abominación general) y pensamos que la garrafal corrupción pública y privada, la indecible violencia del crimen, el abyecto fanatismo radical, son abstracciones lejanas que existen sin considerar el hecho de que nosotros mismos somos partícipes de ello. Ya en otros foros había tocado el punto, a colación -por ejemplo- del crimen y desaparición de los estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero: nos escandalizó El Mal, pero perdimos de vista que -con acción u omisión- hemos consentido actos corruptos, que no le hemos entrado de lleno al debate de la despenalización de sustancias, que hemos denostado ad hominem la postura del que piensa distinto.
Sin embargo, el paso de las pequeñas cuitas a las grandes penurias se antoja enorme. ¿Cómo es que la permisividad ante ese mal banal nos corresponsabiliza de El Mal general? Siendo negligentes con lo público; practicando la idiocia (en el sentido de los griegos de la polis, expresada en la apatía por lo colectivo) y la inopia (en el más acomodaticio de los sentidos: no comprometerse con ninguna postura ante algo que nos compete a todos) pero, sobre todo, la incapacidad para construir una ciudadanía ética y responsable. Ahora, ¿cómo el ciudadano común puede efectivamente pelear contra El Mal? ¿Cómo un hombre chiquitito así, que vuelve tarde de trabajar, con un sombrero chiquitito así, lleno de sueños a realizar, puede cruzar el bosque sin la ayuda del buen Dios? Estando siempre atento al lobo, porque la sentencia de Homo homini lupus nos coloca en el papel de ser la causa y la solución del problema.
No pretendo desentrañar la madeja de esta menuda paradoja, sino sólo ponerla en la mesa; evidenciar que con la suma de los pequeños actos se llegan a las grandes acciones, y enfatizar que la condición de ciudadanía tiene un costo alto, pero que lo vale. Aceptar esto no implica que exista una división entre buenos y malos; finalmente creo que es esta una novela negra llevada por anti héroes. Nadie quiere el mal para sí ni para los suyos, también -por extensión- nadie se definiría a sí mismo como Malo; pero más allá de verdades de perogrullo, me parece oportuno que hagamos un examen de conciencia cívica y cojamos la parte de responsabilidad histórica que nos toca en el concurso de esta realidad pública –local, nacional, global- tan jodida, y vayamos por pequeñas acciones concretas que nos dispensen, ahora y en la hora, por nosotros y por los que vendrán después.
Agradezco a La Jornada Aguascalientes (particularmente a Edilberto Aldán) haber consentido hospedar semanalmente esta colaboración. El título de la columna, Memoria de espejos rotos, homenajea a Borges y su poema Cambridge (“…Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”). Sirva esta columna como un espacio para la discusión de los temas que atañen a la civitas, para la generación de agendas públicas, la reflexión y la propuesta. Este espacio es, claro está, un aporte mínimo (de entrada los lectores de las columnas de opinión no suelen ser mayoría, ni lo que aquí se exponga podría estar exento de mácula), además de que solemos leer la prensa para ver lo que pasa, y no lo que nos pasa. Es esta una trinchera mínima, pero abierta a la construcción; puede que sea un grano de arena en el desierto, pero no importa.
Tu colaboración me recordó algo que alguien, en algún lugar, me dijo: “Se es honesto en lo grande y en lo pequeño”. Y sí. La suma de los pequeños actos en nuestro espacio vital, nos lleva ,en esta polis algo jodida, a sumarnos a lo grade. El Mal se hace grande con la suma de lo pequeño….pero el bien también…¿O no?