A toro pasado de la visita papal, podemos salir ya de las conjeturas y la dura puja de las expectativas individuales y colectivas, para poder ponderar con mayor apego a la realidad el sentido y significado de los dichos y actos simbólicos que Su Santidad sembró por la orografía mexicana que recorrió. Ni qué decir de la gigante nube digital mediática que se formó a su paso, haciendo de cada paso una estancia para el comentario informado, bien intencionado o francamente interesado, que subraya convicciones, expectativas, visiones de la realidad, puntos de vista o posiciones intelectuales y morales que salen de la fuente del emisor que las produce. Y antes que esos polvos se asienten es oportuno enviar una voz de despedida a la usanza Tzeltal: que Kajual’tik Dios, te bendiga K´hermano-Tatik Francisco” /¡Que nuestro Señor Dios, te bendiga, hermano nuestro Tata Francisco!
Me quedo con este saludo, porque me parece que nos servirá como un gran sintetizador del eje central que animó su visita, al que de igual manera se une aquella voz emitida por él mismo, antes de emprender su viaje a México, refiriéndose a “nuestro pedacito” de infierno que ocurre a escala global. México no es excepción en el contexto mundial, tenemos nuestro pedacito de guerra, de narcotráfico, de corrupción, de impunidad, de violencia contra las personas -hombres y mujeres-, de desaparición forzada, de expulsión de personas y comunidades enteras -instrumentándolas como verdadero ejército de reserva de los flujos del Capital- a contraflujo de la dignidad de las personas, de la destrucción de la familia. Maquinaria asesina de riqueza y, por tanto, de esperanza para nuestro pueblo y los pueblos de la Tierra. Esa es la auténtica dimensión de los conflictos que nos aquejan y que, por ello, pueden calificarse de “nuestro pedacito”.
¡Ojo con este “lapsus”! Que salió del fondo del pensar y sentir del papa Francisco, que no logró o no quiso ocultar en su real entender de pastor, como motivación preponderante, al emprender su viaje al México, que no merece gravitar pesada, onerosamente, en torno a estos males, según su dicho de despedida. Y que aderezó como corolario en su juicio pastoral contra el proyecto pretendido por el candidato norteamericano a la presidencia, Donald Trump, quien construye muros y no puentes, no es cristiano. Episodio que enmarca precisamente en el contexto global del planeta.
Si queremos desmontar pieza a pieza el significado de los hechos y palabras del papa Francisco, emitidos durante su visita a México, es necesario hacer recurso a su gramática significativa. Me explico. Lo ya dicho de la presencia pastoral ante las etnias indígenas -por cierto de la gran familia Maya, y no excluyentes de la Purépecha, Mixteca, Otomí, Tarahumara y el universo etnográfico todo de América-, continuado con todos los sufrientes de la violencia, el despojo, el exilio, los encarcelados, los trasterrados que en nuestras fronteras Sur y Norte adquieren momentum singular; pero también los excluidos por el flujo del capital por encima del flujo de las personas, de manera especial los jóvenes, todos ellos como tejido vivo de nuestro pueblo, tienen derecho a la esperanza. No esperar o no poder esperar, es morir. No soñar, o no poder soñar, es morir.
Esta gramática significativa la construye activamente el papa Francisco desde la fuente viva de su entender y sentir, de su discernir la realidad del mundo. Y aquí entramos en materia. Las claves de su esfera simbólica, tienen punto de partida en la visión “del pedacito de infierno” que nos asedia, pero que adquiere dimensión global a todos los pueblos de la Tierra. De manera que “el código Francisco” lo construye él mismo sobre una piedra angular: – El afecto que nace del conocimiento, y que puesto en la dimensión pastoral que él privilegia, se convierte en eje nodal de su discurso.
Esto quiere decir que, sin anular al teólogo, que es capaz de analizar y sintetizar las ideas que fincan una visión teológica, Cristocéntrica, del mundo, traduce esta fuente de la inteligencia académica en un imperativo ético de la fe, actuar, pero haciéndolo desde la fuente alterna y más profunda del sentimiento, de la emotividad. A esta vertiente de la acción moral, pertenece el código agustiniano del “afecto”. Y si me refiero a esta inspiración agustiniana es porque veo, en el modo actancial -dirían los semiólogos- del papa Francisco, una genial síntesis desde y con el modo jesuítico del discernimiento espiritual. En efecto, quien se ha acercado a la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, sabe que el compromiso cristiano auténtico debe pasar por este filtro que depura cada vez más finamente las motivaciones de fondo de una persona. Un jesuita que se precie de serlo no puede hacer caso omiso del discernimiento espiritual, antes de actuar. Es un ejercicio irrenunciable. Y aunque su práctica por sí sola puede conducir a una acción cristiana auténtica, el complemento de la intuición agustiniana que pasa por “el afecto”, hace del impulso vital de fe un ariete prácticamente imparable hacia la consecución de su objeto. Efecto final que sintetiza muy bien San Agustín, en aquel dicho: Ama, et fac quod vis! / ¡Ama, y haz lo que quieras!
Desde mi punto de vista, estas son las claves del actuar, pensar y sentir -entiéndase pastoral-, del papa Francisco. Por ello afirmé en mi anterior entrega, que él no regaña, que vino a corregir los pasos indebidos de una historia. Aquello de “los desplazados” de la Teología de la Liberación, adquiere en el evento pastoral de Francisco un lugar y un momentum de primordial importancia y centralidad. La simple, directa e incontrovertible presencia papal, bendición, rezo y ofrenda personal de flores ante la tumba de don Samuel Ruiz, obispo finado de San Cristóbal de Las Casas, significa la restitución de su sitio verdadero en el concierto del apostolado de Jesucristo, del que aquí en México y desde indicaciones precisas de la anterior Sede Apostólica, se quiso y se hizo excluir, como si se tratara de un apóstata.
Este gesto pastoral que, como sabemos ahora, fue duramente combatido e impugnado por intereses de la curia vaticana y en buena medida mexicana, para que no se diera en esta precisa gira pontificia. En el papa Francisco adquirió un momentum interpretativo que no deja lugar a dudas. Aquel obispo peregrino chiapaneco de la fe, que fue sepultado en enero del año 2011 en el seno de su iglesia catedral, ahora, recibe la presencia del Sumo Pontífice, en un gesto claramente asertivo, reivindicativo.
“Don Samuel Ruiz muere a los 86 años. Deja huérfanos a millones de indígenas a quienes defendió con pasión social y fervor religioso. El Tatic, como lo llamaban, dio y arriesgó su vida no sólo por los indígenas mexicanos, sino centroamericanos sometidos a siglos de explotación, marginación y desprecio. Esta opción lo transformó en un personaje polémico e incómodo, especialmente para los acaudalados del poder secular y del poder religioso” (Fuente: La Jornada, Opinión. Bernardo Barranco, Don Samuel Ruiz, obispo de los indígenas. Martes 25 de enero, 2011). Este gesto pastoral del papa Francisco, está imbuido en el aceite, el suave ungüento del afecto. Este “afficcio”, que no dudo en intuir, nace de lo más profundo de su emotividad cristocéntrica y mariana de Guadalupe. El cual, debido a que lo realizó en silencio, en un silencio por demás significativo, podemos decir que lo que allí pensó, sintió y oró queda poderosamente custodiado “in pectore”, como voluntad y pronunciamiento secreto reservado a la intimidad de su conciencia apostólica. Lo que sí presiento y sé, es que según este more agustiniano y jesuítico de modalizar su fe, acaba de restituir para la Iglesia Universal, en todo su peso y valor, el aporte de don Samuel a la pastoral indígena global.
Entendemos mejor este código de Francisco, en un incidente. Ante la insistencia de un reportero a que respondiera qué le había platicado a la Virgen de Guadalupe, en su profunda meditación contemplativa del camerín de la Basílica, él respondió algo así como: el diálogo de un hijo en la intimidad con su madre es secreto. He aquí el punto del afecto, su “afficcio” emerge y se da en su “yo más íntimo”, (de nuevo una expresión agustiniana: “Intimo meo”/ (mi más profunda intimidad). [email protected]