Tema recurrente en prácticamente todas las reuniones, foros, cumbres, convenciones y demás encuentros donde se discute sobre cómo resolver los problemas que aquejan al mundo de hoy en día, es el de la pobreza y la desigualdad. A a pesar de tantos avances científicos y enormes recursos con los que contamos en este siglo, el hambre y desazón en gran parte de la población del mundo se agudizan cada día más.
En el artículo de hace dos semanas abordé este tema desde la perspectiva del más reciente estudio de Oxfam titulado Una economía al servicio del 1%. Los expertos que realizaron el estudio que publicó Oxfam a finales del mes pasado denuncian que la desigualdad extrema en el mundo está alcanzando cotas insoportables. Y ello, dicen, se debe a que el poder y los privilegios se están utilizando para manipular el sistema económico y así ampliar la brecha, dejando sin esperanza a cientos de millones de personas pobres.
El tema de los mecanismos que utilizan quienes detentan más poder económico tiene muchas y muy diversas vertientes. En el estudio mencionado se profundiza en una de ellas que tiene que ver con la capacidad de evadir el fisco. El entramado mundial de paraísos fiscales permite que una minoría privilegiada oculte en ellos 7.6 billones de dólares. Como solución a ese gran problema de distribución de la riqueza mundial, Oxfam propone medidas en el campo de la política fiscal: distribuir el cobro de impuestos de forma justa y equitativa y combatir la desigualdad a través de un gasto público progresivo. Y de una manera que no define política ni estrategia, sugiere “mantener bajo control la capacidad de influencia de las élites más poderosas”.
Con su libro El capital en el siglo XXI (S.L. Fondo de Cultura Económica de España, 2014), el profesor Thomas Piketty ha logrado poner a consideración de los economistas y diseñadores de políticas públicas del mundo un elemento imprescindible para construir cualquier explicación futura sobre la inequidad propia del capitalismo. Interesante, profundo y novedoso es el estudio realizado por Piketty, que reseña con base en una respetable base de datos cómo se encuentra incrustada en la naturaleza del capitalismo la inevitabilidad del crecimiento de la desigualdad. Tal conclusión la basa en el hecho de que la rentabilidad que reclama el capital es mayor que la posibilidad de la economía para generar ganancias. Y esto hace que en toda inversión productiva, la tajada mayor siempre se le reserve a los dueños del capital.
Ya decía Marx, lo que ahora Piketty expone, con sus títulos de la Escuela Normal Superior de París, la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres y el Instituto Tecnológico de Massachusetts por delante, que quienes controlan el capital toman cada vez más de lo que genera la economía y, como consecuencia, hacen crecer la desigualdad. Así, el resto de los actores, especialmente los trabajadores, reciben cada vez menos.
La solución -concluye en este apartado de su extensa obra- deberá ser resultado de un esfuerzo coordinado en el ámbito mundial para la implementación de impuestos y políticas de gasto público que, desde el poder del Estado, corrijan esta tendencia.
En el año 2005 participé en el Foro Social Mundial de Mumbai con una ponencia-propuesta Creación de una moneda social mundial. Allí expuse claramente que el problema que enfrentaba el mundo era que el rendimiento del capital era, desde hacía ya varios años, mayor que la tasa de rendimiento de las inversiones. Tampoco nada nuevo, porque ya lo había dicho Marx. Pero eso mismo lo ha dicho el Profesor Piketty algunos años después, de manera muy elegante, puntual y oportuna desde su respetable posición académica. Pero también dije hace once años, y lo digo ahora, que la solución radica en el cambio del sistema monetario.
En un artículo que publiqué en la columna “The Americas” del Wall Street Journal fechado el 29 de abril de 1988, ya esbozaba la solución a la desigualdad mediante la adopción de un sistema dual de monedas. El tiempo ha pasado, la experiencia en la vida real -dentro y fuera de las aulas- se ha acumulado y ahora reitero que no se corregirán los desequilibrios que crean pobreza y aumento en la desigualdad mientras se mantenga el sistema monetario actual, en el cual se hallan implícitas en su lógica funcional la inflación y los ciclos crecimiento-recesión/depresión. Estos ciclos son inherentes al sistema monetario.
Con todo respeto al joven profesor Piketty y a los expertos que realizaron el estudio de Oxfam, coincido en que el cambio de política fiscal es condición necesaria, pero a diferencia de lo que dicen, insisto en que eso no es suficiente. Es preciso cambiar el sistema monetario que, por su lógica inherente, conlleva el permanente rendimiento del capital por encima de la rentabilidad que permite el mundo real.
El dinero, lo he dicho en todo momento, lo crea el sistema bancario de la nada y además se presta a cambio del pago de intereses y demandando garantías con cosas reales. No existe mejor negocio que poner nada a cambio de algo. Así lo reconoce el sistema bancario en el documento Mecanismos monetarios modernos (Modern money mechanics, Federal Reserve Bank of Chicago, 1962): “los banqueros descubrieron que podían hacer préstamos simplemente con promesas de pago”, y que “para otorgar préstamos sólo tienen que aceptar pagarés a cambio de créditos, sin que esto altere las reservas reales de dinero”. En síntesis, el dinero no proviene de los activos del banco.
Resulta, pues, lógico que mientras no cambie esto, que es el modo en que opera el sistema monetario, de poco servirán las buenas intenciones y las medidas fiscales que los expertos propongan.
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