La hora verde 1/2 / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Tal vez el cuadro más conocido sobre la hora verde sea uno de Edgar Degas. Originalmente se titulaba En un café (1876); ahora se le conoce como La absenta. Existen otras representaciones en las que este licor es protagonista. Pero el de Degas, en particular, lo despoja de la magia y le da su justa dimensión: la absenta fue un estandarte del alcoholismo. La adicción no debe ser encumbrada, no hay romanticismo posible en ella. Es lo que es, una trampa, el ouroboros de la conciencia. Me gusta esa frase, que tan bien la explica: la absenta te mata, pero te permite vivir. La adicción es eso, un sinsentido vital.

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Como dije en la minuta pasada, no todos los creadores son adictos ni todos los adictos son creadores. Siempre me ha parecido inquietante asociar la creación con las adicciones, sobre todo para las nuevas generaciones. Elegir un determinado estilo de vida no va a llevarnos a escribir o pintar la gran obra; saltar de droga en droga o de botella en botella, tampoco. La adicción es harina de otro costal, o bien, licor de otra botella.

Además de Degas, otros pintores dejaron testimonio de su encuentro con la absenta, entre ellos Claude Monet y Pablo Picasso. Y otros dejaron no sólo testimonio, sino la vida en ella. Ese fue el caso de Henri de Toulouse-Lautrec, famoso por sus carteles que son la iconografía de lo parisino. Bueno, de lo que fue París en una época. Toulouse-Lautrec nació enfermo. Después fue alcohólico. A la par que su adicción crecía, su oficio desaparecía. Sufrió delirium tremens, sí, enloqueció paulatinamente, y esto no lo hizo pintar más. Más bien, dejó de pintar. Fue un bebedor de absenta.

Junto a los pintores, los escritores también trazaron letras sobre la absenta: unos le dan gloria, otros hablan de un mal que con suerte se aleja. En su momento, en verdad, creo que fue parte del tinglado del “seamos bohemios”. Entonces como ahora siempre se crean kits para ser “artista”; como si se tratara de un maletín de doctor: pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda; claro, la otra mona tampoco es una garantía para crear.

Bebemos para olvidar, dicen. Supongo que para algunos el mito del Leteo es una búsqueda constante. Creo que los poderes de nuestro Leteo interior logran que olvidemos nuestro lado oscuro, nos dan la oportunidad de ahogar nuestros demonios, aunque los muy malditos reviven una y otra vez. Lo malo es que el olvido también esconde el lado oscuro de otras historias, sobre todo al romantizar la absenta, el opio y demás sustancias que nos permiten vivir matándonos, en la búsqueda estéril de lo que Charles Baudelaire llamó paraísos artificiales. Lo dicho, los adictos tristemente logramos vivir sólo así.

Supongo que el adicto que es creador puede refugiarse temporalmente en un mundo regido por las letras, la forma, el sonido o el color. El momento de la creación es la posibilidad del equilibrio, efímero, en el que los demonios se están quietos y contemplan lo que hacemos. Sólo por un momento, porque siempre regresarán en desbandada, Legión, a arrastrarnos al abismo personal, tan invisible para otros. Pues es esta invisibilidad la que permite que otros, los “sanos”, la imaginen como paraíso; de la hora más verde en la que los que estuvieron ahí, en el pasado, hubieran deseado ceder su lugar a cualquier otro mortal. En fin, ¡salud!



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