Existe una línea imaginaria que delimita, lingüísticamente, por zonas geográficas, regiones, etc… a la lengua y sus hablantes.
Así pues, en México tenemos distintas variantes de nuestro español usual lo que distingue a una localidad de otra por el empleo de muletillas, vocablos, onomatopeyas, sentidos.
Con una rica gama de variantes de la lengua y sus hablantes todos logramos comprendernos, comunicarnos sin importar cuan plurisémicamente distintos podamos ser.
Por ejemplo, en Chiapas denominan “colocho” a una persona que tiene el cabello rizado mientras que en el centro de México nombramos “chinos” a los rizados, en tanto que “chino” es la nacionalidad de los descendientes de la República Democrática China, y como olvidaríamos el vocablo “reborujado” tan orgullosamente empleado por los aquicalitenses para todo tipo de situaciones, desde la incomprensión de un problema matemático, el desorden de un cajón, hasta del estado crítico del corazón por un sentimiento no bien definido para x o y situación.
Cuán difícil podría ser el aprender español en el extranjero para luego visitar México y comprender todas las divisiones imaginarias producidas por sus riquísimas variantes lingüísticas y fónicas. Un canadiense aprende a decir “mi papá es médico” para lo cual esperaría que al llegar a México y preguntarle a un joven ¿a qué se dedica tu papá?, la respuesta más lógica sería “mi papá también” entonces el mexicanito responde, “mi jefe también”, el canadiense se preguntaría completamente descontextualizado “¿jefe?, yo le pregunté por su padre”.
El vocablo jefe nos lleva a otra variante de la división lingüística que se llama idiolecto, este fenómeno ocurre cuando a partir de nuestro ideario colectivo empleamos las palabras según nuestra adecuación y convivencia es decir, es más cool decir “jefe” que papá o padre.
Los problemas con el español de México y sus usuarios comienzan cuando del habla pasa a la lectura o escritura. Todos hablamos español, claro está, mas no todos sabemos español y esto lo agradecemos a nuestro gobierno que no busca la verdadera excelencia académica. Imagine usted, si un estudiante universitario pregunta que significa “estaba” (imperfecto del verbo estar en 1ª o 3ª persona del singular) en un frase de un texto ¿tendría ese mismo alumno la capacidad de aprender un segundo idioma?
Lo ideal es que aprendamos un primer idioma extranjero por vecindad, nuestros vecinos sureños hablan español así que lo propio es hablar lo que hablan los norteños por ello, se enseña en las escuelas inglés, desde primaria.
Si desde nuestra formación básica estudiamos inglés lógico sería el pensar que ya en la preparatoria o la universidad seríamos todos unos angloparlantes sin no fuéramos presos del sistema educativo mexicano.
La lengua inglesa tiene una presencia importante en nuestra habla, usamos anglicismos para designar algunas cosas o para vernos más cool, como dicta la moda o las telenovelas mexicanas. En inglés están los nombres de los negocios, las canciones de la radio, las películas en los sistemas de cable y el contacto es tal que parecería muy sencillo el complementar lo dictado en las aulas por los profesores de inglés con el entorno de los educandos.
En la realidad del sistema educativo la mayor parte de los estudiante no pasan del verbo to be y ese es el dilema. Si los chicos en las aulas no saben leer y escribir correctamente en español, no pueden comprender instrucciones y eso les produce carencias en todas las áreas de su aprendizaje. Sin una conciencia lingüística española es muy difícil que se pueda aprender un nuevo idioma pues no hay una comprensión y sistematización del aprendizaje. Con maestros de educación básica con errores sintácticos y ortográficos poco se puede hacer en las aulas y sí a estos le sumamos que los maestros de inglés apenas alcanzan un A2 o B1, según el Cuadro de Referencia Europeo, nuestros profesores están en pañales y son hablantes dependientes, pues un A2 es pasar un poquito el inglés de la India María de coffe and donas, mientras que un B1 es lo que se requiere para poder comprar un boleto de avión y explicar en la aduana que uno carga tortillas en el equipaje para no extrañar México.
¿Cómo podemos aprender un idioma extranjero si nuestros profesores no tienen maestría en ello? ¿Y cómo si las escuelas de idiomas tienen precios incosteables? Sin olvidar que muchos profesores no toman la iniciativa de refrescar sus conocimientos, llegar a los últimos niveles y por ende aplicar eso en el aula.
Las instituciones educativas piden cursos de capacitación docente en las áreas que creen tener mayor necesidad mas no recurren a pedir cursos de actualización o recertificación de los idiomas. Si las certificaciones tienen un año o dos de vigencia ¿cada cuándo tendrían los profesores que actualizarse? Ahora que sí las actualizaciones son internas y el B1+ es quien las da, nosotros como receptores no ganamos nada.
Para poder ser hablantes de una segunda lengua primero debemos suplicar a los profesores de la educación básica de enseñar bien español, de no escribir en el pizarrón con faltas de ortografía para que pueda ser más sencillo para nosotros o nuestros hijos el aprender a hablar inglés (que es siempre la primera opción en México) y luego todas las lenguas que sea posible mientras, quienes nos enseñen la lengua inglesa nos den todas las bases y recursos para poder pasar del verbo to be y sobrepasemos el dilema shakesperiano.
Laus Deo
Excelente nota. Le comento que como mexicana que desde la tierna infancia tomó cursos privados de inglés y a partir de la adolescencia cursos privados de francés, con certificados internacionales desde los veintes, y me sentía políglota (español, francés, inglés y portugués para sobrevivir) me llevé la sorpresa de mi vida cuando al mudarme a una ciudad francófona, (después de más de 5 años de estudios privados en francés y 4 en la universidad como materia obligatoria) mis interlocutores no me entienden! Yo creo por experiencia personal que la maestría de los idiomas se da hasta que nos enfrentamos a sobrevivir con ellos, los estudios son básicos por supuesto y como usted bien comenta, tener un grado mínimo de decencia en escritura y lectura en nuestra lengua materna.