Para la separación de Aguascalientes, del entonces estado de Zacatecas del que formaba parte, y alejándonos un poco de la romántica leyenda, siguiendo a Agustín R. González, transcribiré lo que relata y que nos puede dar la idea de ese sentimiento de independencia que históricamente nos ha legado la historia acerca de la creación de Aguascalientes como estado.
“Al pasar Santa-Anna por Aguascalientes se le hizo una recepción regia. El pueblo tenía simpatías por él; le eran adictos el clero y las autoridades; su nombre, bastante conocido, y sus hazañas, arrastraban a la multitud hacia el caudillo a quien admiraba y amaba; de manera que se le recibió como a nadie se ha recibido después en aquella ciudad. Se asearon las calles, se adornaron las casas; los arcos de triunfo aparecían desde la garita hasta la plaza, a donde llegó el 1 de mayo de 1835. La población en masa había salido a su encuentro y le acompañaba en su marcha triunfal; fue conducido por las autoridades hasta la parroquia, cerca de cuya puerta le esperaba el clero para llevarle al templo, a pie y bajo de palio al solemne tedeum. Concluido este, Santa-Anna fue conducido al alojamiento que se le había preparado. Los repiques a vuelo, las descargas de artillería, los cohetes, los vivas y otras demostraciones de regocijo se prodigaron entonces. El afortunado jefe debe haber sentido una gran satisfacción al ver los testimonios de cariño y admiración de que fue objeto.”
“Sea que Santa-Anna haya querido corresponder de alguna manera al pueblo que así le recibió, o que la política le aconseje debilitar al estado de Zacatecas, declaró entonces que, a su llegada a México, Aguascalientes sería separado de Zacatecas, contentando así las aspiraciones que en ese sentido se le manifestaban por multitud de personas. Quien más cooperó a este resultado fue la señora doña Luisa Villa, mujer que a su hermosura y a su buena posición social unía una instrucción no común y un trato y conversación agradables. Santa-Anna, omnipotente entonces, interpretó el sentimiento general, y en un brindis por él pronunciado, dijo que Aguascalientes no pertenecería ya a Zacatecas. En efecto, fue publicado después (23 de mayo) el decreto que nos emancipaba, el cual se solemnizó popular y espléndidamente. Recayó el nombramiento de gobernador en D. Pedro García Rojas, esposo de la señora Villa.”
En palabras del compilador de la historia en Aguascalientes, en donde no se menciona algún beso como causa del efecto de emancipación de Zacatecas, la historia de la separación se dio en los mejores términos que un régimen centralista podría ofrecer, a lo que el primer gobernador supo corresponder fomentando el comercio, la industria y la agricultura.
Aguascalientes se resentía de los cambios de gobierno, en primera porque siempre eran efecto de una revolución, y por otra parte porque con el paso de los años, no estuvo definida su situación política. En palabras de González: “debía a Santa-Anna su emancipación, y creía fundamentalmente que su existencia dependía de la fortuna de aquel, que entonces era adversa”. Los temores se disiparon cuando el gobierno central declaró Departamento a Aguascalientes y nombró gobernador y comandante general en junio de 1836 a don Francisco Flores Alatorre.
La asamblea o junta departamental estaba integrada por José María Ávila, Rafael Díaz de León, Francisco Ignacio Romo de Vivar, Francisco Moreno y otros comerciantes y terratenientes sin conocimientos en la materia político-administrativa, a tal grado que ninguno pasó a la historia precisamente por sus dotes políticas.
Es hasta 1842 cuando, sin elecciones de por medio aún, llega a la capital del estado el general Nicolás Condell, éste sí, habiendo pasado a la historia, por su carácter estricto y su política severa, de cero tolerancia. Quedan las anécdotas de que el cura y Dr. José Ignacio Pérez, hombre soberbio y avaro, fue a la cárcel porque se negaba a dar sepultura al cadáver de un hombre cuyos deudos eran pobres. A la par de su rigidez, también se deben a Condell mejoras administrativas, pues logró en su administración empedrar las plazas y calles, nivelar los pisos, colocar banquetas y pintar las fachadas de las casas, gestionó alumbrado público y fue mecenas de una academia de dibujo.
A él continuó en el gobierno Mariano Chico, Francisco Moreno, Rafael Díaz de León, y Felipe Nieto, de quien será conveniente continuar con la siguiente columna y la relatoría de su administración, en esta serie de notas históricas sobre la política local.
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