A seis años de su presencia en ausencia / Vale al Paraíso - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

El 14 de febrero, domingo, día de hacernos la señal de la cruz, la prepotente muerte, la que nunca vemos pero siempre encontramos, se llevó a mi hermano Gustavo Adolfo a ese sueño sin sueño. A ese placentero reino de los justos, como él. A esa santa paz que se encuentra en la gloria de Dios.

El deceso ocurrió en 2010, hace seis años. En pleno invierno. Que también fue nuestra gélida estación. Fría tarde. Helados nuestros corazones. Sin vida quedó en su cama. Al fondo de su recámara. La misma que mandaron a hacer con el maestro Alejandro de Cruz, en Jesús María, los enamorados novios, Lupita y Gustavo, meses antes de casarse.

En la alegría de la felicidad eterna se reencontró con mis queridos padres, Lupita y Claudio, y con el mayor de la dinastía, Claudio Augusto.

Gustavo fue “abogado de profesión, ferrocarrilero de convicción, comunicador apasionado, congresista de aspiración, escribano nato y notario para su satisfacción. Hombre próspero y cabal, íntegro, moral y de fe”, diría su primogénito Gustavo, en la misa de cuerpo presente celebrada en el templo del Campestre.

Disfrutó a plenitud la inmensidad de los océanos. El oleaje y la espuma de los mares acompañados por el inseparable sol. Trabó una excelente amistad con Neptuno. Hizo de los caros mariscos su platillo predilecto. Fue un lujoso crucero de su familia y un feliz navegante de su incansable vida.

Por esas cosas que tienen los destinos de los seres humanos, mi querida madre también falleció en domingo. Los dos en el mes de febrero. Con un día de diferencia. Ella a las primeras horas del cabalístico 13. Él al caer la tarde. Pero con cinco años de diferencia.

A manera de fraternal reconocimiento a mi hermano, cinco días después de su fallecimiento, el viernes 19, publiqué en este espacio un texto que hoy reproduzco en alguna de sus partes con la misma emoción que lo escribí en aquel entonces:

Llegó a este mundo casi cuatro años antes de mí. Uno tras otro. Después Otto René. Así nos colocó el Creador en el vientre de nuestra madre santa.


Con su ejemplo forjó parte de lo que fui, de lo que soy y de lo que espero ser. Tejimos vivencias en el departamento defeño de la Colonia del Valle, refugio familiar de estudiantes universitarios.

Compartimos gustos y aficiones en épocas de feliz soltería. Caminamos por los mismos senderos, casi. La política no fue motivo de desunión, sino por el contrario, fue un buen pretexto para afianzar el amor entre carnalitos, para rendir pleitesía al principio fundamental inculcado en el seno familiar, como corresponde a una estirpe tipo muégano: la unidad por encima de todas las cosas materiales y de todas las lisonjas profesionales.

Lo recuerdo muy apurado cuando un día de 1990 me llamó a la Ciudad de México para pedirme vehementemente que disculpara a su jefe, el gobernador Miguel Ángel Barberena, por la grosería que nos hizo a Miguel Romo Medina (delegado regional del Infonavit) y a mí, enfrente del apenado gobernador de Zacatecas, Genaro Borrego Estrada, en céntrica cafetería de la ciudad de San Luis Potosí.

 

La preocupación se acentuó doblemente -en su calidad de hermano y jefe de prensa del Gobierno del Estado-, porque yo era director de Relaciones Gubernamentales de Imevisión, donde tenía a mi cargo la vinculación del instituto con las administraciones estatales. Su intervención obligó a que el incidente no pasara a mayores de mi parte. El cristiano olvido se aplicó, no sin antes decirle algunas lindezas de su gobernador, que aguantó callado.

Duro para el elogio, guardo en mi corazón aquella flor entregada en su casa, a propósito de mi  visita dominical: “Oye, compadre, ha de ser muy difícil escribir cada semana, se necesita voluntad para disponer de tu tiempo libre, se requiere mucha constancia y disciplina para leer e investigar, confrontar información, sentarse a redactar los domingos, revisar el texto varias veces y entregar puntualmente la colaboración”. Enseguida me regaló El escritor y su oficio (Grafein editores) de Ariel Rivadeneira.

Una de las últimas decisiones trascendentales en su vida fue el ingreso a la sección de opinión de este diario. Convencido del proyecto periodístico se sumó a su construcción con dedicación y ahínco. Las muestras de cariño de directivos, compañeros y excompañeros de La Jornada Aguascalientes al momento de su muerte confirmaron la atinada determinación.

Por supuesto que extraño a Gustavo, al igual que a mis papás, y a Claudio mi hermano, pero mi deseo de reencontrarme con ellos puede esperar, no es tan grande como para pedirle a Dios en este momento un boleto de avión en la clase VIP. Bien puedo recordarlos todos los días y hospedarme algunos lustros más en este golpeado planeta para ver crecer a Valeria y Julia, mis adoradas nietas, y a mi amado Cruz Azul campeón de liga. Digo.

Porque alguien debe de escribirlo: Lozanistas y lorenistas se lo retiraron por su estrechísima cercanía con el entonces alcalde Gabriel Arellano Espinosa. Ricardo Hernández y Roberto Tavares hicieron labor de zapa hasta sacarlo de la Ccapama, no importándoles su notorio aporte a las campañas de CLT y LM. Aguantó agravios. Se autoexilió en la Ciudad de México.

Hoy, Héctor Macías Díaz resurge de su escombro político. La precandidata Lorena Martínez amarró el invaluable apoyo del secretario de Administración y Finanzas del CEN del PRI, Luis Vega Aguilar, al integrar a Macías Díaz, excolaborador del poderoso mexiquense (por adopción), como candidato a diputado por el Distrito XIV.

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