CUENTO / Para: LA JORNADA AGUASCALIENTES / Por: Cora Romero Vega
Era una fría tarde de invierno, en donde los niños jugábamos y corríamos de un lado a otro, presionando al tiempo, para que pronto fuera de noche. Muchos de nosotros, apostábamos a que podíamos quedarnos despiertos y ver la llegada de los tres Reyes Magos.
Recuerdo que mi mamá había preparado una gran olla de chocolate espeso, tenía una charola al centro de la mesa con la rosca de reyes. Ese día fue especial, me tocó uno de los muñequitos que había en ese delicioso pan, recuerdo las palabras de mi abuela diciendo: ¡Que suerte tienes mi niña, todo el año será de abundancia para ti!
Ese año, sí que empecé con buena suerte y abundancia, los Reyes Magos me trajeron todo lo que había escrito en mi cartita: La pelota grande, la muñeca de trenzas largas, el juego de té y la mesa para mi muñeca, con cuatro sillas (en donde se sentarían mi oso favorito, mi muñeca viejita y obviamente la nueva).
Terminamos de cenar y corrí a mi cuarto a ponerme la pijama, regresé a la sala y puse tres platos llenos de agua, para el camello, el elefante y el hermoso caballo de los Reyes.
Me asomé a la ventana y descubrí que las tres estrellas que los representaban, estaban más iluminadas, más grandes. Se acercó mi madre: Mira ya están cerca, vete a dormir, recuerda que no se aparecen en las casas de los niños que no están dormidos. Anda ya duérmete, me dio un beso y me fui a la cama, perdí la apuesta, porque a los cinco minutos de poner mi cabeza en la almohada me quede profundamente dormida.
A la mañana siguiente, el árbol de navidad estaba lleno de regalos, y había tres grandes cajas con mi nombre y una mesa con un moño gigante, sí eran mi regalos. Ah! Y algo más sorprendente, los platos ya no tenían agua y había tierra cerca de ellos. Magia, increíble magia. Pensé dentro de mí, (un tanto enojada) cómo pude quedarme dormida.
Ese día, todos los niños del vecindario salíamos a la calle con nuestros juguetes nuevos, los compartíamos y nos encantaba escuchar como los habían encontrado en su casa. Unos en el árbol, otros en la cocina, otros bajo su cama, otros en el patio, en fin los Reyes Magos sabían cómo ponerle emoción a la entrega de los juguetes.
Mis hijos de siete y diez años escuchaban atentos mi relato: ¡Qué emoción mamá! ¿Tú crees que nosotros también recibiremos esta noche lo que pedimos?
Se portaron bien, así será (afirmé con seguridad)
Esa noche, aunque habían pasado veintiún años, me sentía emocionada por mis hijos. Hacía mucho frío, pero el cielo estaba lleno de estrellas y las que más destacaban eran la de los Reyes.
Mis hijos después del relato, quisieron llenar los platos con agua, querían ver la gran magia en la noche de Reyes.
En su carta mi pequeña pedía: Una muñeca de ojos cafés.
Mi hijo: Quiero un carro de bomberos con dos grandes focos.
Al otro día, había dos regalos bajo el árbol… una muñeca de grandes ojos cafés y un enorme carro de bomberos.
Mis hijos se asomaron a la calle para ver si algún niño salía a mostrar sus juguetes, pero desde hacía varios años, ya nadie acostumbraba a jugar en las calles, sobre todo por la inseguridad. Salimos a la calle y algunos niños despistados se acercaron a mis hijos y comenzaron a jugar, se divirtieron en grande.
Ya entrada la tarde, pasamos a casa, prendimos el televisor y algo increíble había sucedido, en todo el mundo, bajo los árboles de Navidad de Rusia, Japón, Nigeria. México, Francia, China, Alemania…nada, nada de regalos.
Los niños estaban decepcionados, las tabletas electrónicas, los celulares, “los Ifone”, las computadoras personales, no habían llegado a su destino.
Sólo había mensajes escritos con letra antigua en hojas que parecían tener muchos años. Fue un hecho tan extraño que investigadores, antropólogos, arqueólogos y destacados lingüistas comenzaron a estudiar e interpretar aquél extraño mensaje.
Los comentaristas de los programas, en las redes sociales peguntaban a los niños del mundo, quién sí había recibido regalos. Fueron muy pocas familias en el mundo las que tuvimos la dicha de recibir a los distinguidos visitantes del lejano oriente.
Por fin, y para aliviar la incertidumbre de muchos de nosotros, uno de los más famosos lingüistas transcribió el mensaje:
“Pensamos que en esta casa había niños, pero cuando leímos sus cartas, nos dimos cuenta que no, que son personas mayores, que viven sin ilusión, que no creen en la magia y que tienen padres que no los han enseñado a disfrutar sus juguetes con otros niños, sólo quieren aparatos que los aíslan, que los hacen cada vez más fríos. Los papás ya no parten la rosca, no hacen chocolate caliente, no se reúnen en la mesa familiar, ahora cada uno tiene uno de esos extraños aparatos que les impide comunicarse con amor.
Esperamos que el próximo año podamos encontrar más niños verdaderos, más niños de corazón. Atentamente, Melchor, Gaspar y Baltazar”
El siguiente año miles de familias en todo el mundo comprendieron el mensaje y comenzaron a educar a sus hijos para esperar regalos que los hiciera “niños de corazón” . En mi familia, cada noche de Epifania, tal y como mi abuela y mi madre me lo enseñaron, se siguen poniendo bajo el árbol de Navidad tres platos llenos de agua para aliviar el cansancio del caballo, el elefante y el camello de los TRES REYES MAGOS.