“Esta estructura es la más característica y aunque su representación difiere casa día, su rasgo es siempre el mismo. En cada línea los ciclos de idéntica longitud aparecen siempre por parejas. Observando el papel que dicha estructura jugaba, la denominé estructura característica, o simplemente la característica un día determinado”. Esa fue la sencilla explicación que Marian Rejewski dio al enorme número de permutaciones que, según la teoría de conjuntos, se podría establecer en el cifrado de la máquina Enigma en la que se codificaban todas las transmisiones de la Alemania nazi antes y durante la segunda guerra mundial.
Marian Adam Rejewski hasta hace apenas unos años no aparecía ni siquiera en los libros más completos sobre el trabajo de desciframiento de los códigos nazis durante la guerra. E, incluso, en una de las pocas ocasiones en las que aparecía, casi una nota a pie de página, llegó a ser confundido, por su primer nombre, con una tal “señorita Marian Rejewski”. Rejewski, nacido a principios de siglo, fue quien junto a otros dos matemáticos polacos Jerzy Rozycki y Henryk Zygalski descifró el código utilizado por las máquina Enigma antes, mucho antes, que el más recordado, e igualmente meritorio Turing, mucho antes, incluso, de que comenzara la guerra.
Polonia, siempre ocupada y siempre atacada, desde los años veinte temía una escalada armamentística alemana y comenzó a espiar a los germanos. Cómo llegó el servicio secreto polaco a conseguir una máquina Enigma depende de los autores que cuenten la historia. Según algunos un error llevó hasta la oficina de correos de Varsovia una máquina, todavía con uso comercial, y los polacos, intrigados por la insistencia de la embajada alemana en devolverla, decidieron hacer una copia en un par de días. Según otros, comerciantes polacos fueron encargados de que compraran tres máquinas Enigma para analizarlas. Pero el problema al que enfrentaba el servicio secreto es que tener una máquina no garantizaba tener la clave y de ello se encargaron los matemáticos.
En la ciudad de Poznan, a principios de 1929, el ejército invitó a una veintena de los mejores matemáticos a tomar un curso de cifrado y descifrado. Sólo tres aguantaron hasta el final. El curso consistió en darles mensajes cifrados, que ya estaban descifrados, y observar la rapidez con que ellos, sin ninguna pista sobre el método, lograban romper los códigos. Los tres los resolvieron en un tiempo menor que el original. Ellos habrían de ser los hombres indicados para romper el código alemán que nadie más lograba descifrar. A finales de 1932, Rejewski se centró únicamente en el problema de Enigma.
Enigma funcionaba con rotores y clavijas. Antes de la guerra sólo tenían tres, durante la guerra, para complicar más el sistema de encriptado, tenía cinco. Cada rotor tenía las veintiséis posibilidades del alfabeto para combinarse. Probar todas las combinaciones era materialmente imposible cambiando las claves, además, cada día. Pero hubo un fallo en ese sistema que los matemáticos polacos aprovecharon. La clave de colocación de las clavijas, codificada a su vez por la misma posición que anunciaban, se repetía dos veces, para evitar interferencias en la transmisión, al principio del mensaje.
A mano, al principio, con el catálogo criptológico que recopilaba en una cuadrícula enorme todas las probabilidades y analizando las coincidencias “femeninas” (se llama coincidencia femenina cuando en un mensaje encriptado la letra a ocultar es la misma que la original) comenzaron a descifrar los mensajes. Poco después lo harían con la ayuda de un modelo de la máquina Enigma alemana, evolución de la comercial que no les servía, a la que llamaron bomba, no por su característica bélica sino como homenaje al postre que estaban comiendo los matemáticos, una bombé francesa, cuando llegaron a la conclusión de cómo atacar el problema. Toda la información la presentaron a criptólogos y militares franceses e ingleses en Varsovia, unas semanas apenas antes de que comenzara la invasión a Polonia por el ejército nazi.
Con la invasión los tres matemáticos fueron llevados a Francia donde continuaron trabajando en los mensajes de Enigma. Cuando Francia fue ocupada, huyeron a través de los Pirineos a España, donde fueron encarcelados dos meses, logrando llegar, a través de Gibraltar, a la Inglaterra libre donde al enrolarse en el ejército polaco en el exilio, que no sabía quiénes eran, los puso a decodificar mensajes alemanes de bajo nivel que no usaban Enigma. Mientras, con la información y la habilidad del genial Alan Turing, en Benchley Park luchaban de nuevo contra Enigma empezando casi de cero mientras que a unos kilómetros estaban los responsables del primer desciframiento.
Al terminar la guerra Marian Rejewski regresó a Polonia donde, temiendo represalias del nuevo “ocupante” soviético, decidió no hablar de su labor durante la guerra limitándose a trabajar como contable. Sólo en 1967 se decidió a romper el silencio y entregar al Instituto de Historia Militar de Polonia una copia de todo su trabajo relacionado con el desciframiento. Cuando murió fue enterrado con todos los honores militares en el cementerio militar de Varsovia.
Tanto en los escritos académicos sobre Enigma como en sus rendiciones populares (“Enigma”, la película, tiene a un solo personaje que sea polaco y resulta ser un traidor) se ha minimizado la labor de Rejewski y los otros dos matemáticos silenciándolos o, mejor, ninguneándolos.
Y se ha hecho de un modo perfecto, como señala un estudioso polaco, a través de la omisión total (no se habla de la labor previa a Benchley Park), una omisión parcial (se les da el crédito pero de haber entregado una máquina Enigma a los ingleses), la falsificación (les dieron la máquina pero los ingleses lo resolvieron), la alusión a la suerte (fue una coincidencia afortunada la de los polacos y no la hubieran logrado sin la ayuda francesa e inglesa) o una absurda trivialización (pudieron descifrar Enigma con tres cilindros, pero cinco eran demasiados para ellos y tuvieron que ser los ingleses los que lo lograran). Así funcionan todos los ninguneos.