Soren de Velasco Galván
Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.
Los Mochis, Sinaloa, México. 8 de enero de 2016. Tras recibir una denuncia ciudadana respecto a la presencia de hombres armados en un domicilio particular, los infantes de Marina acuden a la morada. Una vez ahí, son tiroteados y, a continuación, se desarrolla un feroz combate, que pareciera una escena tomada del videojuego Call of Duty: Black Ops. Tras someter al adversario, el personal de la Infantería de Marina se da cuenta de que un objetivo de alto valor ha escapado por el desagüe.
Horas después, el hombre más buscado del mundo: Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como El Chapo, y su jefe de seguridad, Orso Iván Gastélum Cruz, El Cholo, son capturados por fuerzas federales en un “centro de paso, pero muy lujoso”.
Tras el mensaje, en donde vía Twitter el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, anuncia la captura del capo, la procuradora general de Justicia de los Estados Unidos, Loretta Lynch, dice: “Esta es una victoria para los ciudadanos de México y los Estados Unidos, y una reivindicación del Estado de Derecho en nuestros países”.
Las escenas arribas descritas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar qué es el “tercer vínculo” entre la Unión Americana y México y cuál ha sido la participación norteamericana en el arresto de Guzmán Loera.
Durante casi 150 años, los Estados Unidos fueron el principal enemigo de México, pues en 1847 despojaron al país del 55 por ciento de lo que entonces era el territorio nacional y, aprovechando la debilidad de la patria durante la Revolución, invadieron México en 1914 y en 1916.
En la época de la Segunda Guerra Mundial, la cooperación militar entre los dos países tenía tres objetivos: coordinar el entrenamiento de militares mexicanos en la Unión Americana, facilitar material bélico a México y coordinar la defensa conjunta del Pacífico y el Golfo de México. Sin embargo, el general Lázaro Cárdenas del Río, como jefe de la zona especial de defensa del Pacífico, “expulsó a los soldados estadounidenses que ya se hallaban apostados en la costa bajacaliforniana con el pretexto de colaborar con la defensa del área”1.
Una vez terminada la contienda, México rechazó la continuación de la cooperación militar y no participó en ejercicios militares conjuntos o permitió la presencia de tropas estadounidenses en suelo patrio. Sin embargo, oficiales y soldados mexicanos recibieron entrenamiento en las instalaciones militares norteamericanas.
La dinámica entre ambos países cambió con la entrada en vigor, en 1994, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y el rescate financiero de México orquestado en 1995 por Bill Clinton. Dentro de este contexto, el entonces secretario de Defensa estadounidense, William Perry, visitó México en octubre de 1995 y propuso instaurar el “tercer vínculo” – incrementar los lazos militares para complementar las estrechas relaciones económicas y políticas entre las dos naciones.
Durante los periodos presidenciales de Ernesto Zedillo y Bill Clinton hubo tímidos intentos de forjar vínculos castrenses. Sin embargo, en respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush, el texano tóxico, estableció el Comando Norte -ubicado en la base de la Fuerza Aérea Peterson, ubicada en Colorado Springs-, cuyo objetivo es consolidar, bajo un comando unificado, a las fuerzas civiles y militares encargadas de vigilar la seguridad aérea, marítima, y terrestre de los EUA.
En 2006, la Armada de México “envío un oficial de enlace permanente al Comando Norte en 2006”2. Luego, bajo la presidencia de Felipe Calderón, se crearon las Oficinas Binacionales de Inteligencia (OBI), desde las cuales las agencias de seguridad estadounidense “coordinarían con sus contrapartes de México las operaciones para desmantelar las operaciones de los cárteles de la droga, arrestar a los capos del narcotráfico y frenar las redes de corrupción”3.
En el actual sexenio, el tercer vínculo ha continuado funcionando: el 22 de febrero de 2014 las fuerzas especiales de la Marina mexicana, ayudadas por la DEA y el Servicio de Alguaciles de los Estados Unidos, capturaron en Mazatlán, Sinaloa, a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, quien, meses después, el 11 de julio de 2015, se volvería a escapar.
Según el portal Sofrep, citado a su vez por el Washington Post, durante la operación Cisne Negro -la búsqueda de Guzmán Loera-, los Alguaciles de la Unión Americana “rastrearon al capo”. Además, miembros de una unidad de élite del ejército norteamericano “sirvieron como asesores tácticos”4. Este tipo de personal sólo participa en operaciones especiales. Es decir, aquellas que “tienen un imperativo político o militar”5.
Independientemente del grado de participación estadounidense una cosa es cierta: la recaptura de Guzmán Loera, iniciada por 17 elementos de la Infantería de Marina mexicana, es un triunfo mediático y psicológico para el Gobierno Federal, quien días antes había sido vapuleado por una serie de malas noticias: el asesinato de la alcaldesa de Temixco, Morelos, Gisela Mota; el brutal editorial del New York Times; la devaluación del peso; y la caída en los precios del petróleo.
El tercer vínculo ha sido fortalecido por el operativo Cisne Negro. Ahora sigue la batalla legal por la extradición a la Unión Americana de Guzmán Loera y el choque mediático por saber la verdad respecto a la entrevista realizada al sinaloense por Sean Penn y Kate del Castillo.
Aide-Mémoire.- La música ha perdido a su camaleón: David Bowie
1.- Martha Poblett Miranda, Lázaro Cárdenas, Planeta De Agostini, México, DF, 2002, p. 127
3.- J. Jesús Esquivel, “la invasión de los espías”, Proceso, número 1815, 14 de agosto de 2011, p. 11
4.- http://goo.gl/XOOPZM
5.- William McRaven, Case Studies in Special Operations Warfare: Theory and Practice. Presidio Press, New York, 1996, p.2