A últimas fechas, una buena cantidad de libros y películas incluyen la mención de que la historias que vamos a leer o a ver está “basada en hechos reales”, como si eso fuera motivo suficiente para que la historia en cuestión fuera más interesante, apasionante o digna de tomarse en cuenta que el resto. El colmo, para mí, fue una película que se titula en español En el corazón del mar, que supuestamente se basa en los hechos reales que inspiraron a Herman Melville para escribir Moby Dick. Hasta donde entiendo, porque no he visto aún la película, la historia filmada cuenta lo que vivió una tripulación de un barco después del desastroso encuentro con una ballena, y, dado que la cosa habría ocurrido en 1820, tampoco es como que tenga muchas fuentes de primera mano para narrar la historia. Pero la publicidad está ahí, con un subtexto que podríamos leer como “esta película es mejor que la novela Moby Dick porque, aunque se basa en la misma anécdota, es una historia más real”. O algo así. Que, a decir verdad, es como discutir si mi mamá es más alta que la tuya: un juego que no lleva a ningún lado. Ah, pero apenas ponen el “basado en hechos reales”, la gente mira de otro modo la historia. Como con más respeto. Se le da espacio en los noticieros y en las columnas de crítica literaria. “Es que esto es de verdad”, dicen… como si la ficción no fuera “de verdad”. Horror y náusea.
Creo que eso ya lo hemos comentado por acá: decir que “la realidad supera a la ficción” es como decir “las calabacitas son más saludables que las verduras” o “los minutos pasan más rápido que el tiempo”. Oh, sí: las calabacitas SON verduras; los minutos SON tiempo y la ficción ES parte de la realidad. Y una parte bien importante y necesaria. Porque la ficción es esa parte de la realidad sobre la que sí tenemos control, que podemos moldear, cambiar y adaptar. No cambiará lo que hay fuera de ella, pero sí puede cambiar la forma en que nos sentimos al respecto. Y eso no es poca cosa.
Por si fuera poco, hasta la ficción más delirante está, de alguna manera, “basada en hechos reales”. Porque los autores se inspiran en cosas que vieron o sintieron, porque sus personajes hablan o reaccionan como las personas en que los autores se basaron, así sea mínimamente.
Pongamos un caso: ¿se acuerdan de El flautista de Hamelin? Es una historia que ahora catalogamos como cuento de hadas, que narra que hace mucho tiempo, en un reino muy lejano, había un pueblo llamado Hamelin. Y que este pueblo tuvo una incontrolable plaga de ratas. Tanto, que el alcalde prometió una recompensa a quien se librara de los roedores. Entonces llegó un hombre que prometió deshacerse de las ratas. Sacó una flauta, tocó, hipnotizó a los animalitos, que lo siguieron al río, brincaron y se ahogaron. Pero que como el alcalde no quiso cumplir con su parte, el cazador de ratas volvió a sacar la flauta, tocó y dejó a Hamelin sin sus niños para siempre. En esta historia no vivieron todos muy felices, pero no todos los cuentos terminan bien, qué caray.
Bueno, aquí van las noticias. Para empezar, Hamelin sí existe. En estos tiempos del Google Maps no nos parecerá un reino muy lejano (ya ni reino es): está en Alemania (y si tratamos de ir a pie, veremos que no está tan cerca). Y la noticia es que existen datos desde alrededor de 1300, época en que, en la propia iglesia de Hamelin, se instaló un vitral contando la historia. El vitral fue destruido pero se conservan descripciones y copias que datan desde el siglo XIV (1300 y tantos). Las versiones más antiguas sólo dicen que en 1284 fueron raptados 130 niños. ¿El culpable? Sí, un flautista. Las ratas aparecen por primera vez en 1565 en el libro Crónicas familiares del Conde Froben Christof de Swabia. Si pensamos en cómo sufrió Europa por la peste (contagiada por las ratas) en la Edad Media, se entiende el añadido; por si fuera poco, en esa época sí existía el oficio de atrapadores de ratas. A la fecha, los historiadores no se han puesto de acuerdo: ¿acabó con los niños una plaga? ¿se los llevó un reclutador a las cruzadas? ¿Pasó un cazador de ratas en tiempos cercanos a una plaga y la memoria colectiva juntó todo?
Para nuestra buena suerte, es probable que nunca lo sepamos. Y digo que es buena suerte porque mientras menos nos basemos en hechos reales y comprobadísimos, más campo de acción tendrá la rica, pródiga y maravillosa imaginación. Porque, aunque nos digan lo contrario, a la hora de contar historias, la imaginación es más valiosa que la etiquetita de “basado en hechos reales”.