Hay una correlación evidente entre la desigualdad y la marginación, con la disfuncionalidad de la democracia representativa. Como nunca, globalmente ha crecido la magnitud de la riqueza pero, a la vez, el número de pobres y la intensidad de la pobreza. Esta es la gran paradoja y la aparentemente insoluble contradicción. Sin acceso a los satisfactores necesarios para la vida digna, ¿cómo pueden entenderse y ejercerse libertades humanas, derechos ciudadanos y derechos políticos?
El desafío central de las democracias es que la decisión de la mayoría determine el rumbo a seguir. Sin embargo, en el complejo entramado de una economía globalizada, además del gran peso de la banca privada, las calificadoras y las corporaciones financieras, las agencias económicas multilaterales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo, tienen mayor injerencia en las decisiones de las instituciones del Estado que los representantes públicos electos democráticamente. Los Estados nacionales permanecen al margen de muchas de las más importantes medidas económicas, las cuales afectan directamente a los ciudadanos.
Ya no es el trabajo el eje articulador de la vida económica sino la acumulación y concentración de la riqueza. El lugar central lo ocupa una abstracción que se llama mercado y en el individuo consumidor reproduce la ilusión del ciudadano independiente. Así como tampoco, por ello, son el régimen jurídico del Estado, la identidad nacional y la vinculación comunitaria el núcleo de lo político. Este espacio es avasallado por los grupos de presión, la ideología bursátil-monetarista y sus voceros mediáticos. Por encima de la democracia formal prevalece la dictadura económica.
Lo cual, genera desarticulación política -espacios de diálogo, concertación y acuerdo- que impide la resolución de los conflictos. El Estado mismo es incapaz de zanjar las divisiones y los reclamos sociales. Por ello, el ciudadano no cree en la política ni en los partidos. Éstos, a los ojos de los ciudadanos desclasados, no representan soluciones.
Un ejemplo concreto de lo anterior, es el referéndum griego de 2015, el cual rechazó contundentemente las medidas restrictivas que impusieron la Unión Europea y la Troika para financiar su rescate económico. El gobierno de Grecia, respaldado por la legitimidad de un referéndum, tuvo que consentir la reestructura, la otra opción era el precipicio.
Hace poco menos de medio siglo Reyes Heroles advirtió sobre el perverso riesgo de aglutinar poder económico y poder político, o que éste estuviese sujeto a aquél cuando, por definición, está al servicio del superior interés público. Constituye la forma de gobierno definida por Bovero como kakistocracia -el gobierno de los peores-, donde la vileza, la incapacidad y las distintas formas de corrupción se unen para pervertir el sistema democrático. Su ideología es la ética del mercado, cuyos valores extrapolan vilmente a los de la democracia libre. Es el comercio no sólo de productos y de servicios sino del trabajo y del sufragio. Democracia pecuniaria en la cual domina el dinero por encima de las ideas y del compromiso social. El tema de fondo es que el mercado no construye sociedad, mucho menos democracia.
Ante las contradicciones de esta perfidia, la dialéctica de la historia genera de un modo o de otro su contrario, su opuesto: el de una izquierda infantil que se disfraza de pueblo, rigurosamente anacrónica, demagogia que simula democracia. Aristóteles le denominó el gobierno de la muchedumbre (oclocracia) que se mueve bajo los impulsos irracionales que carecen de proyecto y destino. Objetivamente sólo sirve para crear justificaciones y pretextos al capitalismo salvaje. Dicho de otra manera, “hacen el juego a la extrema derecha”.
Los extremos se juntan. Afinidad de dos polos monocromáticos que convergen en la intolerancia y la irrealidad. Un rostro joven para viejas consejas tiránicas.
El Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México (IFE, 2014) nos da una serie de elementos a considerar. Sólo el 53 por ciento de los mexicanos encuestados señaló que todos deben respetar las leyes. Participamos menos en la construcción de un cambio organizado y más en la protesta: 12 por ciento manifestó ser parte de alguna actividad política diferente del voto, y únicamente 2 por ciento concurrió a una huelga; en cambio, en algunas zonas del país hasta un 68 por ciento participó en manifestaciones o protestas públicas. Los ciudadanos tienen poca confianza en los actores y las instituciones de la democracia y del Estado. Desconfiamos y toleramos poco: tres de cada diez mexicanos no confía nada en las demás personas; el 40 por ciento expresó su desacuerdo con puntos de vista diferentes del suyo.
El gran reto es transformar el estado actual de las cosas dentro del orden democrático. La solución a todos los problemas de la democracia es más democracia. Perfeccionar y fortalecer nuestra democracia, necesariamente nos llama a elevar la calidad de la ciudadanía que la construye. Sólo recuperando la tarea pedagógica de la democracia, aprendiendo a convivir y a construir juntos el futuro nuestro, ejerciendo de forma activa y responsable la crítica pública y la participación ciudadana, podremos llevar a cabo la tarea de regenerar nuestra democracia.
Con mejor ciudadanía, tendremos mayor capacidad para vigilar y acotar a las élites, precavernos de los extremos y los saltos al vacío; hacer de los derechos humanos fundamento y objetivo de la sociedad y de la democracia. En suma, hacer más flexible y compatible el entorno público con tanta libertad y justicia como son necesarias, y tanta equidad como sea posible.