La buenaventura de la Navidad se ve expresada en sus múltiples lucecitas alumbrando las casas, la música de villancicos invadiendo los centros comerciales, los restaurantes y merenderos llenos de gente que se da abrazos y regalos, la familia volviéndose a reencontrar, cines rebosantes de películas fofas con mensajes de amor y paz, las televisiones transmitiendo sin ton ni son la saga de películas de Mi pobre angelito, sin importarles que Macaulay Carson Culkin, intérprete de dichas cintas, se haya transformado de precoz y hermoso querubín a diablo consumido por las drogas y el alcohol, antivalores de la fiesta navideña.
Tal vez tanta dicha empuja a los amargados a odiar la Navidad, a generar estos antivalores, no sé si sea que en realidad hay una especie de horror a esa extraña mezcla de materialismo excesivo donde los reyes magos vienen a ofrecer en lugar de oro, incienso y mirra, descuentos, meses sin intereses y bonificaciones. Y en este contexto, entre lo superfluo y lo espiritual, nacen los grinchs, los scrooges, etc. Algunos tal vez no llegamos a tanto, pero nos causa cierto malestar eso de estar dando tantos abrazos y regalos, por ello frente a la necesidad de conservar el convencionalismo social, de afrontar de buena cara el intercambio e incluso tener que pegarle a la piñata, nos refugiamos en una copa que nos obnubila el pensamiento y nos permite acceder a las dichas navideñas, ese bendito lubricante social, o como decía Groucho Marx: “Bebo para hacer interesantes a las personas”.
Parecido a ello, vemos la idea del Santa Claus alcohólico, un contumaz ladrón y adicto sexual que odia a los niños y que sólo utiliza su trabajo en un centro comercial como coartada para, apoyado de un enano disfrazado de elfo, robar la caja fuerte del centro comercial y pasar el resto del año sumergido en bares. La película Bad Santa (2003) es una deliciosa comedia negra no apta definitivamente para toda la familia, una cinta inteligente, no podíamos esperar menos de una obra producida por los hermanos Cohen, decenas de acertadas referencias culturales que van desde Leonardo Da Vinci, hasta Freud o Bizet. Y es que durante toda la cinta podemos ver ingeniosos diálogos, como aquel donde el niño le pregunta a nuestro Papá Noel adicto cómo es el Polo Norte, la respuesta es una delicia: como un barrio periférico. Los gags sobre el alcoholismo son una delicia, desde las pachitas escondidas, las latas de cerveza en el auto, el vodka con jugo para aliviar la cruda, nos llevan a pensar qué hace realmente Santa el resto del año después de repartir regalos ¿no tendrá acaso algún vicio para sobrellevar la monotonía de hacer juguetes? ¿Cómo sobrevivir sin alguna droga cuando se sabe condenado a la misma rutina ya no todos los años de su vida sino de la existencia del mundo?
Navidad como símbolo de lo bueno contra lo malo, una metáfora que, desde mi perspectiva, también representa el derecho, por ello no es raro que todas las películas aún las antinavideñas, tengan finales felices o enfocados a recomponer las situaciones anómalas, en Bad Santa nuestro antihéroe se regenera cuando enseña a un gordo niño afligido por el bullying a defenderse, tal vez no de la forma más ortodoxa, pues lejos de dar una lección de civilidad o de decirle que acuda con sus profesores, imparte peculiares clases de box que permitirán al pequeño que golpee a los que lo golpeaban, es decir pasa de víctima a victimario, el bullying no se crea ni se destruye, sólo cambia de niño. En pocas palabras un bad santa que cae en esa parte materialista de la Navidad pues sus robos buscan dar entrada a esos placeres mundanos, pero que al final de cuentas también cae en lo sentimental, en su último gran atraco se detiene en medio de las balas para rescatar el pequeño elefante rosa que le habría pedido como obsequio el bulleado. Aún por encima de lo negativo, de la mercantilización y el excesivo abuso de alimentos y bebidas, en el fondo la Navidad implica universalmente una idea de paz, aún para el amargado y alcohólico Santa.