En el ciclismo, como en la mayoría de los deportes individuales (aunque se corra en equipos), los destinados a pasar a la gloria son los tres primeros clasificados, aunque realmente y a la larga sólo lo sea el primero. Del cuarto hasta el final es una nómina de nombres que irán poco a poco desapareciendo de la memoria, incluso de la de los muy aficionados. Con la notable excepción del último clasificado en el Tour de Francia que tiene incluso un nombre para designarlo, el farolillo rojo, una denominación que se ha extendido al resto de los deportes para denominar genéricamente al último puesto de cualquier clasificación. La expresión viene de la linterna roja que los antiguos trenes de mercancías llevaban en el último vagón para descubrir con un simple golpe de vista si se habían desenganchado.
Y, debido a los extraños mecanismos de la memoria y el olvido, son más recordados algunos de los últimos corredores que los cientos y cientos que acabaron el Tour, o cualquier otra competencia, entre los puestos cuarto y penúltimo. Un puesto que a mitad de siglo, antes de la excesiva profesionalización, era anhelado por ciclistas sin oportunidades que veían en el farolillo rojo su oportunidad de pasar a la fama y ser contratados para las carreras cortas que les proporcionaban sustento durante el año. “No añade nada”, declaró alguna vez el mítico director de la carrera, Jean Marie Leblanc. “Hoy es parte del folclore del Tour de Francia pero ya no existe ni oficial ni extraoficialmente”.
Arsène Millocheau corrió el primer Tour, el de 1903. Lo corrió y lo terminó en última posición a sesenta y cuatro horas, cincuenta y siete minutos y ocho segundos del maillot amarillo Maurice Garin que había completado la carrera por etapas en casi setenta y cinco horas. Es decir, del primero, el siempre recordado Maurice Garin, al último hubo casi un Tour de diferencia. A él le corresponde el honor (o el deshonor, depende desde dónde y quién lo mire) de haber sido el primer farolillo rojo de la historia del Tour.
El Giro de Italia, competición hija de la francesa, no quiso ser menos y otorgaba al último clasificado de la general la maglia nera, el maillot negro como símbolo de su posición. Y, además, un premio en metálico, no por sus méritos ciclistas sino como reconocimiento al seguir compitiendo aún alejado de cualquier puesto de la gloria. Era ese premio en metálico el que daba lugar a situaciones en la carrera italiana como el día que un granjero encontró a alguien, vestido deportivamente en su aljibe, y que respondió a la pregunta lógica del campesino (“¿Qué está usted haciendo ahí?”) con la también lógica, aunque increíble, “Estoy corriendo el Giro de Italia”. Aunque en realidad lo que estaba haciendo el impertérrito Malabrocca era esperar a que pasaran todos los ciclistas para llegar el último y asegurarse el premio. Y el maillot negro lo sacó del olvido cuando en 2009 se estrenó una obra de teatro basada en él.
Toda esa picaresca por adjudicarse el último lugar llevó a una contrarreloj histórica (no por el ganador, Bernard Hinault, que hizo un tiempo fantástico) sino por los dos últimos clasificados. En la vigésimo primera etapa del Tour de 1979 salieron en primer y segundo lugar, como corresponde al orden inverso en una cronometrada, Gerhard Schönbacher and Philippe Tesnière. Schönbacher había terminado el último el Tour del año anterior y su director de equipo, conociendo la publicidad asociada al farolillo rojo le prometió una prima especial si lograba repetir la hazaña. En aquella contrarreloj tuvo que competir Tesnière por conservar su plaza. Los dos ciclistas pedaleaban lento y lento dejando que los adelantaran corredores que habían salido mucho más tarde que ellos. Schönbacher lo logró y terminó la carrera en último lugar pero su jefe de equipo se negó a darle la recompensa y lo despidió.
Fue a partir de entonces, y para evitar que los corredores quedaran a propósito colocados como farolillos rojos, que la organización de la carrera ciclista francés añadió una nueva regla. De la décimo cuarta etapa a la vigésima, el último clasificado quedaba automáticamente descalificado para así evitar que alguien pudiera competir a propósito por el último lugar. Y, a pesar de todo, Schönbacher logró terminar ese Tour, logrando dos consecutivos, en el puesto de farolillo rojo.
El honor del último puesto le tocó en 2014 al primer ciclista chino en terminar la dura prueba francés, hazaña que logró en último puesto. Cheng Ji, miembro del equipo alemán Giant-Alpecin, ya había logrado un galardón semejante al terminar la Vuelta a España de 2012 en último lugar. A él, como a los de aquellas primeras carreras, se le recordará sobre todo por tener el pundonor de mantenerse hasta terminar pese a quien pese y sea en la posición que sea. Y en 2015, el último farolillo rojo por ahora, el puesto centésimo septuagésimo fue para Sébastien Chavanel, al que su propio hermano le sacó 104 puestos en la clasificación general.
Y por tres veces consecutivas el farolillo rojo, el récord de esa competición lo tiene el ciclista belga Wim Vansevenant que, al contrario que los busca publicidad de las primeras carreras o los busca dinero de las etapas de mediados del siglo XX, logró ese honor por ser el mejor de los gregarios, uno de esos ayudantes que todo líder de un equipo soñaría con tener. A pesar de la insistencia de sus compañeros de equipo e incluso de su líder, Evans, de que abandonara la carrera se empeñaba en terminar todas las etapas. Vansevenant es uno de esos ciclistas condenados al olvido que gasta sus energías no en la victoria sino en cortar el aire para su líder, en llevar y traer bidones para que el equipo se refresque sin necesidad de desgastarse y que tira del pelotón para alcanzar a alguien o de su líder para llevarlo a su rueda. Un último lugar ganado no en la picaresca o la avaricia, sino en un espíritu de equipo y sacrificio para la gloria de otros.