Soren de Velasco Galván
Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.
Berlín, Alemania. 6 de diciembre de 2015. El mofletudo vicecanciller germano, Sigmar Gabriel, parece echar chispas por los ojos cuando afirma: “Debemos decir a los sauditas que el tiempo de voltear hacia otro lado ha terminado”. El político teutón agrega: “las mezquitas wahabitas en todo el mundo están financiadas por Arabia Saudita”.
Solidarizándose con los dichos de su correligionario, el presidente del Partido Socialdemócrata, Thomas Oppermann, comenta: “Prevendremos la ayuda saudita en la construcción o financiamiento de los mezquitas en Alemania, donde las ideas wahabitas serán diseminadas”.
La escena arriba descrita sirve como preámbulo al presente artículo, el cual pretende explicar por qué Arabia Saudita se ha convertido en una fuerza desestabilizadora en el Medio Oriente.
En 1740, en la árida y desolada planicie del Najd, ubicada en el istmo arábigo, un austero predicador llamado Muhammad Abd al-Wahhab comenzó su homilía contra la corrupción religiosa -mezcla de la religión musulmana con prácticas animistas- entre los beduinos y la veneración de los santos. Para al-Wahhab, este desviacionismo era bida -“prohibido por Alá”-.
Es decir, los idólatras vivían fuera de la comunidad de Alá. “Ellos eran los enemigos de Alá y debían ser convertidos o destruidos”1. En 1744, el cacique Muhammad Ibn Saud forjó una alianza con al-Wahhab.
En 1902, Abd al-Aziz Ibn Saud comenzó a reconstruir el poderío saudita-wahabita en el Najd. Para lograr su cometido, Ibn Saud formó a los Ikhwan -“hermanos” en árabe-, un grupo de beduinos que llevaban una vida de ascetismo, basada en su fe militante y la aplicación literal de la ley musulmana: la Sharia.
En 1932 se fundó el reino de Arabia Saudita, el cual fue impregnado por la sobria moral del wahabismo: “El Corán sirve como la constitución del reino, y el Islam es la ley. La vida pública se detiene cinco veces al día para la plegaria”2. Asimismo, el wahabismo está fieramente dedicado a mantener aisladas a las mujeres de los hombres no casados y escondidas en público detrás de sus velos.
En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos -ávidos de recursos energéticos- forjaron una alianza con el reino, medieval y retrógrada, de Arabia Saudita. Este pacto se sostuvo a pesar de diferendos en cuanto a compras de armamento y el problema entre Israel y Palestina.
A mediados de la década de 1970, el entonces mandatario estadounidense, Richard Nixon, a través de su secretario de Estado, Henry Kissinger, ofreció proteger la integridad territorial saudita y mantener en el poder a la familia Saud. A cambio, “los saudíes harían dos cosas: venderían su petróleo en dólares estadounidenses exclusivamente e invertirían sus ganancias comprando bonos del Tesoro estadounidense” (Marin Katusa dixit).
El compromiso entre una ciega águila estadounidense y un sordo camello saudita alcanzó el éxtasis en 1980 cuando, tras la invasión soviética de Afganistán, la Unión Americana convenció a los sauditas de financiar a los miles de guerrilleros islámicos que, atraídos como moscas a la miel, convergían para combatir al “comunismo, ateo y cruel”. Entre ellos destacaba un joven y piadoso empresario saudita llamado Osama bin Laden.
La guerra en Afganistán, la invasión de Kuwait, en agosto de 1990, por parte de Saddam Hussein y la presencia de miles de soldados cristianos en Arabia Saudita hicieron que la sociedad saudita se hiciera más “militante y el anti-americanismo más rampante”. Por último, Osama bin Laden criticó a la Casa Saud y se volvió fieramente antiyanqui.
Los ataques del 11 de septiembre de 2001 y la guerra en Afganistán mostraron que la mayoría de los adversarios de los norteamericanos eran ciudadanos sauditas. Asimismo, la invasión angloamericana de Irak en 2003 y la guerra civil en Siria, a partir de 2011, radicalizaron a una nueva generación de jóvenes sauditas.
El fallecimiento del rey Abdalá en enero de 2015 y su sucesión por el monarca Salmán ha desatado una lucha intestina por el poder, la cual se mezcla con la rivalidad regional con Irán, a quienes los Saud consideran el hogar de la apostasía. Esto motivó a los analistas del Royal Bank of Canada a decir que el ambiente político saudita era un verdadero “juego de tronos”3.
La situación en Arabia Saudita indujo a los analistas del servicio de inteligencia alemán, el BND, a distribuir, el pasado día 2 de diciembre, a la prensa un memorándum. En dicho documento, los germanos afirman que “la previa y cauta posición diplomática de los miembros más viejos de la familia real está siendo reemplazada por una impulsiva política de intervención”4.
La postura intervencionista de Arabia Saudita es propalada por el príncipe Mohammad bin Salmán, ministro de Defensa y segundo en la línea sucesoria, quien favorece un “fuerte componente militar y nuevas alianzas regionales”.
Una política exterior intervencionista, aupada por el financiamiento al wahabismo, hace que Arabia Saudita sea seducida por el canto del Tony Soprano de la política global: el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, quien busca, afanosamente, provocar a la única nación que lidera el combate al extremismo islámico: la Rusia de Vladimir Putin.
Aide-Mémoire.- El chavismo fue vapuleado por una oposición que, nutrida por la torpeza de Nicolás Maduro y financiada por los Estados Unidos, supo capitalizar el descontento de los venezolanos.
1.- Steve Coll. Ghost Wars. Penguin Books, New York, 2004, pp. 75
2.- David B. Ottaway. The King´s Messenger. Walker & Company, New York. 2008, pp. 177
3.- http://goo.gl/6Y3Nfk
4.- http://goo.gl/vAL88R