Nos aseguran quienes elaboran la política económica que el país crecerá entre 2.6% y 3.6% durante 2016, y que la inflación será del 3%, con una tasa de interés promedio del 4% anual. Y esto sucederá, dicen, sólo si se autoriza al gobierno tener un déficit presupuestal, esto es, gastar más de lo que se ingresa, de más de medio billón de pesos y si se mantiene el precio de nuestro petróleo en 50 dólares por barril (Criterios Generales de Política Económica para 2016, SHCP. http://www.ppef.hacienda.gob.mx/).
Si, efectivamente, el PIB llegara a crecer 3%, lo estaría haciendo debido a un alto crecimiento de actividades bancarias, bursátiles, cambiarias, financieras, de fianzas, seguros y pensiones, así como por fabricación de equipo de transporte, de equipos de computación, comunicación, electrónicos, y construcción de obras de ingeniería civil u obra pesada. La aportación de estos sectores al PIB resulta numéricamente positiva, pero ya que casi en su totalidad se trata de empresas radicadas en el país pero de propiedad extranjera, las utilidades que generen irónicamente nunca se verán reflejadas en un incremento de la riqueza al interior de nuestro país. Además, el crecimiento del sector financiero resulta de la exacción de valor monetario del sector real de la economía, el de las cosas tangibles. Los intereses cobrados por la banca resultan ser una anotación contable derivada únicamente del paso del tiempo, sin provenir necesariamente de una generación de riqueza en el sector real. El 3% de crecimiento del PIB será un promedio resultante entre un alto crecimiento de estos sectores y un decremento en el valor de la producción de otros sectores, como el textil, de la confección, de la industria maderera, editorial y fabricación de muebles, entre otros. Aún más, si la inversión extranjera florece en nuestro país, a pesar del elevado costo de las telecomunicaciones y los servicios de seguridad, es porque los sueldos permanecen sistemáticamente muy bajos.
Álvaro de Regil Castilla, de La Alianza Global Jus Semper, a través de La Iniciativa Salarios Dignos Norte y Sur (Lisdynis, programa de largo plazo desarrollado para contribuir a la justicia social en el mundo, que pugna por una participación laboral justa para los trabajadores en todos los países inmersos en el sistema global de mercado), ha estimado una constante e importante reducción de los ingresos obtenidos por el factor trabajo desde hace casi tres décadas (http://www.jussemper.org/). Calculando los costos de compensación por hora que incluye paga directa total, gastos de seguridad social e impuestos de índole laboral, ha determinado que si en 1987 con el salario manufacturero diario se cubría escasamente una Canasta Básica Indispensable -CBI-, hacia 2013 dicho salario cubría apenas el 48% de ésta. O sea, el salario en México alcanza para comprar menos de la mitad de lo que se necesita para vivir.
Hoy en día la comunicación inmediata nos permite conocer en segundos lo que sucede al otro lado del planeta. Es evidente que una gran parte del mundo ha seguido, en mayor o menor medida, el mismo patrón de comportamiento económico que México.
La humanidad ha progresado científica y tecnológicamente. Pero en los últimos 35 años (la mitad de los seres humanos vivos lo experimentamos), el balance es muy claro: más gente es hoy mucho más pobre y unos pocos son hoy mucho más ricos. Hay mil millones de habitantes en este mundo que pueden satisfacer sus necesidades, pero hay seis mil millones más en proceso de exclusión y degeneración. Se trata de una guerra no declarada contra los muchos (humanos no educados, desinformados, de muchas maneras segregados de los avances que podrían mejorarles la calidad de vida). De esta manera surge la interrogante de cómo habremos llegado a esto y por qué hemos sido capaces de someternos a este grado de hipnosis colectiva e insensibilidad social.
Aunque existe en el mundo cierta conciencia sobre esta terrible realidad y ya tienen lugar muchos movimientos sociales contra regímenes y gobiernos, al final nada se ha podido hacer al respecto. Es desde la cumbre del poder económico y monetario global donde se decide nuestro futuro.
Entonces, más allá de la pregunta de por qué la humanidad ha llegado a esta situación, la cuestión clave sería ¿cómo lo resolvemos?, partiendo del hecho de que la megaestructura socioeconómica y política mundial está animada desde los centros del poder fáctico, únicamente por el afán de lucro.
Quienes controlan el dinero, controlan el sistema. A ellos parece resultarles muy útil que la humanidad se mueva sólo entre dos sentimientos combinados: avaricia (azuzada por el vértigo de poder, poseer y dominar) y miedo (sostenido por las continuas amenazas a la supervivencia como las guerras, el crimen, el cáncer provocado por lo que usamos y comemos y la supuesta precariedad geológica planetaria u otros). No hay, aparentemente, lugar para otros sentimientos como la compasión, la cooperación y la fraternidad que justifiquen el afán de resolver los conflictos más acuciantes que viven los seres humanos de este planeta.
Se trata de un proceso perverso basado en premisas conductuales en las que se privilegia el individualismo, el materialismo, la acumulación sin límite y feroz competencia entre los más fuertes y la eliminación del débil. Y en prácticamente todos los países del orbe, los gobiernos que se mantienen sin golpes de estado o guerras intestinas son los que sirven a este proceso, aunque bien cabría preguntárselos en primera persona a sus ciudadanos (conscientes).
La única solución es difundir esta verdad hasta hacer caer la máscara de la bondad del sistema para ver el terrible rostro corrupto y perverso del sistema monetario global, que es donde inicia todo. Resulta indispensable evidenciar una y mil veces que en sus discursos, presupuestos y promesas nuestros políticos, actuando en sintonía con el sistema global, prometerán mejorar las condiciones de vida de la población, mientras en los hechos promoverán negocios privados y empobrecimiento generalizado.