Iniciaré por referir una anécdota que explica por sí sola el drama que encierra el desarrollo humano, especialmente cuando las etapas de crecimiento no cumplen oportunamente las tareas y funciones propias que les corresponden. Ocurrió en un evento de capacitación de una institución de la banca comercial, a mediados de la década de los ochenta, dentro del programa de formación para la Excelencia dirigido a personal de banca del interior -para distinguirla de banca metropolitana-, siendo el tema específico, Historia de Vida y Carrera. Yo fungía como expositor y facilitador. Estábamos en el patio de servicio al cliente de una sucursal, era la tarde del viernes, en una ciudad capital norteña.
El grupo se notaba vivamente animado por el contenido de la exposición. Yo había dibujado en el rotafolios, un diagrama muy simple -que habré de describir en estas líneas- consistente en una línea horizontal, cuyo punto inicial representaba nuestro nacimiento y su punto final, el término de nuestra vida. Se complementaba con una línea abierta en un ángulo menor a los 45º, que pudiera encerrar un arco abierto, en forma de campana, para identificar cortes simétricos equivalentes a 14 años, en la línea horizontal del tiempo; que se van abriendo progresivamente hasta alcanzar la madurez del desarrollo, para luego comenzar su declinación hasta el punto indefinido abierto de la muerte de una curva de vida, al punto de cesación de la vida terrena. La explicación procedía a indicar las funciones y tareas de cada etapa de la vida en un continuum de sus 5 fases principales.
Al momento, llamó poderosamente mi atención la semblanza del rostro de una distinguida dama que, derramaba silenciosamente gruesas lágrimas que atajaba con un pañuelo en sus mejillas. Recordé que al inicio de la sesión, pidió respetuosamente mi autorización para escuchar la presentación, explicando que ella no se había registrado en el curso, pero que le interesaba mucho enterarse del contenido de esta charla. No pude evitar la pausa y silencio que interpuse, causando una cierta incógnita entre los participantes, que resolví mentalmente, al dirigirme con gran tacto y respecto a ella, y ofrecerle la oportunidad de expresarse si así lo deseaba. Con gran valor civil, decidió hablar, explicando a sus compañeros el motivo de su ya incontenida emoción, en palabras cercanas a lo siguiente:
Cuando yo ingresé al banco, era muy joven, deseosa de colocarme pronto en una buena posición de trabajo. Comencé, como se dice, desde abajo, haciendo méritos para que mis jefes me reconocieran. Pocos años después de que fui escalando diversas posiciones de servicio como auxiliar o en cajas.se me presentó la oportunidad de cubrir una vacante en el área de atención a usuarios de cajas de seguridad. De pronto me sentí haber descubierto una posición inmejorable de atención a clientes; y me sentía ampliamente recompensada por la importancia de mi nueva posición. Empecé a conocer a mis clientes habituales por su nombre. Me complacía su trato afable, respetuoso y poco a poco casi confidencial. Algunas veces cruzábamos información personal, sobre su estado de ánimo, su familia, sus negocios. Me sentía depositaria de historias inéditas, jamás contadas a otros funcionarios. Definitivamente era el trabajo que yo había anhelado. Hice todo lo posible por permanecer en él, no importaba que otra alternativa se presentara. Me hice de todos los argumentos para conservar mi cómodo y reconfortante puesto. No sin cierta desazón escuchaba de mis superiores alguna oferta para escalar más arriba en el escalafón, pero me negué. Aquella combinación de confort, continuidad, seguridad; sin los riesgos que acarrea aprender un nuevo puesto, o asumir responsabilidades mayores; y no se diga la confianza que mucho me halagaba de mis habituales clientes, hacían inquebrantable mi deseo de permanencia en el lugar. Pagaba gustosa el precio de permanecer inamovible. Pero, hoy, al ver pintada en ese diagrama mi vida y carrera, sé que cometí un gran error y que ya es irreversible. Preferí estacionarme a escalar opciones de riesgo. Acabo de conocer mi finiquito en esta institución y quedo con gran incertidumbre si los recursos económicos me alcanzarán para una digna vejez. Perdón, pero por eso no pude contener el llanto.
Su testimonio fue tan impactante como ejemplar para el resto del personal. A todos nos sirvió para aprender que un aparentemente simple esquema de línea de vida contenía más cosas y más profundas que una amistosa charla de capacitación, así fuera interesante y atractivamente expuesta.
Pues bien, gracias a pensadores contemporáneos como el Dr. Josef Goldbrunner, alemán especialista en antropología filosófica, conocido por su ensayo “Individuation a Study of the Depth Psychology of Carl Gustav Jung”, 1966, tenemos hoy herramientas como el diagrama de vida y carrera que nos ayuda a identificar las 5 etapas cruciales de nuestra vida, para identificar las funciones y tareas que debiéramos ir cubriendo a lo largo de nuestro desarrollo humano, y poder así potenciar el alcance, grado y calidad de crecimiento genuino al que estamos llamados.
Sin duda que la división de etapas es una mera convención generalizadora, pero tiene el valor de aclararnos los estadios de desarrollo por los que vamos pasando y la función causal que pueden tener para ulteriores etapas. Las 5 etapas mencionadas son éstas: Se van segmentando en término de 14 años, de los cuales cada 7 años representa un punto culminante del periodo siguiente. Veamos: Primera etapa, 1-14, Infancia o Pueritia (en Latín). Segunda etapa, 14-28 Adolescencia/ Juventud temprana (Adolescentia). Tercera etapa, 28-42, Juventud (Juventus) del hombre y de la mujer. Cuarta etapa, 42-56, Madurez del hombre y de la mujer (Virilitas). Quinta etapa, 56- Vejez (Senectus).
Se nos hace saber que cada transición a una etapa distinta lleva consigo cinco características: a) una inevitable inquietud interior; b) una cierta inactividad o perplejidad consigo mismo y con el mundo; se hace difícil el proceso de toma de decisiones. C) A manera de una crisálida, nuestras energías están interiormente activas, pero quedan latentes en el inconsciente, están esperando como en una “matrix” para salir y manifestarse, así se prepara lo nuevo. D) Casi repentinamente esas nuevas energías se manifiestan, quedan libres y se ponen a disposición de la conciencia. E) Se descubre un nuevo sentimiento de vida, se adquiere un ritmo nuevo, lo que se presta para acometer nuevas tareas, y por consiguiente responsabilidades.
La caracterización de cada una de estas etapas se facilita gracias a su representación simbólica en los mitos ancestrales de las grandes mitologías heredadas por nuestra civilización occidental-cristiana. A la primera corresponde el símbolo de Mercurio, es el mensajero, viajero, descubridor del mundo, le corresponde pensar y lo propio de su edad es el sueño. A la segunda, la Adolescencia, le representa Venus-Eros, su principal función es la experiencia del sentimiento, su símbolo es la canción, el encanto del baile la melodía. A la tercera etapa, Juventud, le corresponde el símbolo de Marte, la lucha, y su función es descubrir el servicio a los demás, sea a nivel público, privado o íntimo familiar, es la edad de la profundización ya sea de la masculinidad o femineidad (Apolo y Atenea). La cuarta etapa, Virilitas, es simbolizada por Saturno, su regente es Júpiter según se asuma la función reproductiva y erótica en su más amplio y profundo sentido. Y, finalmente, la quinta etapa o Senectus, es representada por Saturno, simboliza sitios de paz, Urano, y el Sol como dador de vida; su principal búsqueda es la fe y la apertura a lo incondicional. Esta guía puede ayudarnos a valorar cada fase de nuestra vida y carrera, para darles pleno sentido, el peso que les corresponde y el valor ontológico y ético que portan consigo. Ensaya tu revisión de vida.
Magnífico artículo.
El libre albedrío de tomar desiciones, es fundamental, pero debemos escuchar la experiencia de los adultos para así no cometer tantos errores.