Las creencias son sólo uno de los motores de nuestras acciones. Actuamos de una forma, entre otras cosas, por aquellas cosas que creemos. No obstante, nuestras creencias tampoco determinan nuestros actos. Piensa en el incontinente, quien cree que si, por ejemplo, se zampa un pastel de chocolate y tiene diabetes podría sufrir un coma diabético; aún así lo come. Esto sucede porque nuestras creencias se combinan con otros estados mentales: expectativas, preferencias, emociones… Somos complejos psicológica y cognitivamente. No existe una respuesta fácil para dar cuenta de por qué actuamos como lo hacemos. Economistas, psicólogos, filósofos -entre otros especialistas- formulan algunos principios que guían la conducta humana: enuncian algunas leyes que, ceteris paribus, los animales humanos seguimos implícitamente cuando actuamos. Sin embargo, es complejo determinar si puede haber siquiera una ciencia de la racionalidad.
Por lo anterior, confieso que descreo de las terribles simplificaciones a las que está sujeta la explicación de la conducta de los terroristas islámicos; así como de la conducta de los musulmanes y algunos otros creyentes. He escuchado y leído los últimos días opiniones sobre el papel que la fe religiosa juega en las conductas violentas. Muchos sugieren que la religión es la única responsable de los terribles acontecimientos sucedidos en Beirut y París. Sin embargo, pienso que esta caricatura merece algunos trazos más finos.
En primer lugar, no hay nada inherente en las creencias religiosas que podamos vincular con la violencia. Es cierto que las personas hemos matado por fe, pero también es cierto que hemos matado por algunos de nuestros valores más preciados: la libertad y la igualdad, por ejemplo. Tenemos creencias de muchos tipos: religiosas, morales, filosóficas, científicas, estéticas… Pero ningún tipo especial de creencias debe ser vinculado con la violencia. Son las creencias específicas de los individuos (algunas de ellas religiosas), vinculadas con sus preferencias, expectativas y emociones las que los llevan a actuar de uno u otro modo. Las conductas violentas son complejas y sus causas son múltiples: hoy en día sabemos que la violencia no es un impulso perenne, como el sexo, el hambre o la necesidad de dormir; también sabemos que el ser humano no es en esencia ni bueno ni malo, pace Rousseau o Hobbes. Como ha defendido Steven Pinker -profesor de psicología evolutiva en el MIT- en la naturaleza humana existen impulsos que nos empujan a la violencia, como la depredación, la dominación y la venganza; pero también hay algunos que nos empujan hacia la paz, como la compasión, la equidad, el autocontrol y la razón. Ninguno de estos impulsos puede ser asociado con algún tipo específico de creencias.
En segundo lugar, deberíamos descreer de las pretendidas identidades grupales, pues cuando las personas se toman algunas de ellas en serio -afirma Amartya Sen- suelen conducir a la violencia. Las identidades grupales desfiguran la riqueza y diversidad de la identidad personal, que es ante todo plural. Pertenecemos a diversas y no a una sola colectividad. La creencia de que un solo grupo nos proporciona nuestra identidad personal puede predisponernos a la violencia: el sentimiento de que poseemos una identidad única, singular y totalizante puede exigirnos agrias lealtades.
Después de los incidentes en Beirut y París debemos reflexionar al menos sobre dos asuntos. ¿Cuál es la respuesta adecuada ante los atentados terroristas? Primero, deberíamos rechazar la violencia. Una respuesta violenta probablemente recrudecerá la situación que vive Europa. Veo con preocupación que Hollande haya ordenado el peor bombardeo que el ejército francés haya realizado en Siria hasta el día de hoy. Fortalecer las medidas de seguridad en los países amenazados también puede traer problemas ulteriores: la violación de libertades civiles en aras de la seguridad nacional. No hay una estrategia sencilla ni económica. Se deberá hacer un balance de los costos de una u otra estrategia de combate al terrorismo.
En segundo lugar, me preocupa que los atentados terroristas incrementen la ya existente islamofobia europea. Los terroristas no actúan como consecuencia necesaria de su credo religioso. Su conducta es compleja. No podemos meter a todos los musulmanes en el mismo saco. Veo con agrado que muchos franceses hayan rechazado en Lille las manifestaciones de odio a los musulmanes; y muchos musulmanes alrededor del mundo hayan reavivado la campaña #NotInMyName, que busca evitar que se les identifique con el terror sólo por su credo religioso. Debemos pensar que es posible que la religión cumpla con otro cometido: lograr cohesión social, y promueva la paz, la comunión y la fraternidad. Si lo hace, la religión puede ser una fuerza exógena que ayude a disminuir la violencia. Creyentes y no creyentes de cualquier credo debemos unirnos contra aquellos que eligen la violencia para resolver sus desavenencias.