Ciudad de México. Verano de 1824. Sin descuidar las prioridades de la diplomacia mexicana -el establecimiento de relaciones con los Estados Unidos e Inglaterra y el reconocimiento de la Independencia nacional por parte de España-, el ministro de Relaciones Exteriores e Interiores, Lucas Alamán, traza su visión geopolítica: “Cuba es para México, condición sine qua non de su grandeza o el grillete más apretado de su esclavitud. Cuba sin México está destinada al yugo imperialista. México sin Cuba es un prisionero dentro del Golfo de México”.
La escena arriba descrita sirve como introducción al presente artículo, el cual pretende explicar el dictum de Lucas Alamán con motivo de la visita de Estado que realizará el presidente de Cuba, Raúl Castro, a nuestro país.
Lucas Alamán -“la más clara inteligencia del partido conservador” y furibundo crítico del padre de la patria, Miguel Hidalgo- creía firmemente en que una Cuba libre del dominio español era una prioridad para México. En su comunicación al ministro plenipotenciario en Londres, Mariano Michelena, Alamán redacta lo siguiente: “La política exige del gobierno de México, que se dedique a hacerse de aquella isla, si fuere posible, o por lo menos hacer que quede independiente, y que no se engrandezca con tan rica posesión ninguno de sus vecinos”. (Valadés, Alamán. Estadista e Historiador, UNAM, 1977, pp. 197).
Ya durante la Guerra de Reforma (1858-1861), el general conservador Miguel Miramón, “el joven Macabeo”, compró dos barcos en Cuba con el beneplácito del gobierno español en la ínsula. Su objetivo era lanzar un ataque para capturar o eliminar al presidente Benito Juárez, quien se encontraba atrincherado en San Juan de Ulúa. No obstante, el plan fracasó pues el buque USS Saratoga, “actuando por cuenta propia”, interceptó a los navíos fletados por Miramón, ya que en esos momentos se estaba discutiendo en el Senado estadounidense la aprobación del tratado McLane-Ocampo.
El siguiente capítulo se escribió durante la Intervención Francesa. Cuba fue el punto de reunión de la fuerza expedicionaria española comandada por el héroe de la guerra de Marruecos: el conde de Reus, don Juan Prim. Los ibéricos estaban molestos por la suspensión del pago de la deuda externa decretada por Benito Juárez. Sin embargo, la diplomacia juarista, aprovechando las simpatías liberales de Prim, convenció a éste y a los ingleses de retirarse de México y dejar sola a Francia.
Tras el fracaso de Napoleón III de imponer a Maximiliano de Habsburgo en el trono de México y el derrocamiento de la monarquía en España, don Juan Prim entabló conversaciones con Benito Juárez, pues deseaba restablecer relaciones diplomáticas. Asimismo, el catalán tenía un motivo velado: preservar el dominio ibérico sobre Cuba.
Fallecido don Benito Juárez en julio de 1872, el gobierno de la República fue encabezado por Sebastián Lerdo de Tejada, quien rehusó una tentativa del gobierno colombiano de liberar a Cuba. Lerdo de Tejada pensaba que a “México le convenía más la amistad de España que una Cuba libre y fácil presa de las ambiciones de Estados Unidos”. (Lajous, Las relaciones exteriores de México (1821-2000), El Colegio de México, 2013, pp. 113).
Una vez instaurado el Porfiriato, México poco pudo hacer durante la Guerra Hispano-Americana de 1898. En esta contienda, Cuba -como había previsto Lerdo de Tejada- se convirtió en una nación libre pero en la realidad era un protectorado yanqui. Este hecho estaba plasmado en la Enmienda Platt, la cual otorgaba a perpetuidad la base naval de Guantánamo a los Estados Unidos para “garantizar la independencia y ayudar a proteger las vidas, la propiedad y las libertades individuales”.
La tiranía de Fulgencio Batista y de la United Fruit motivó a un estudiante de los jesuitas, Fidel Castro Ruz, a lanzar el 26 de julio de 1953 el asalto al cuartel Moncada. El intento fracasó, Fidel y su hermano Raúl fueron juzgados pero luego indultados. Los dos hermanos se trasladaron a México en donde fundaron el Movimiento 26 de julio y conocieron a un médico argentino, Ernesto Che Guevara, quien se integró a su equipo. Por último, el 25 de noviembre de 1956, los castristas zarparon del puerto de Tuxpan en el vetusto navío llamado Granma.
Al triunfo de la Revolución cubana, en enero de 1959, Fidel adoptó un discurso antiimperialista y prosoviético, lo cual enardeció a los Estados Unidos, quien decidió organizar y apoyar el desembarco anticastrista en Bahía de Cochinos. Sin embargo, los cubanos vencieron a los mercenarios.
En ese momento de dificultad, el expresidente de México, Lázaro Cárdenas del Río, intentó viajar a Cuba para mostrar su solidaridad, pero el avión en que viajaría no despegó por órdenes expresas del mandatario en turno, Adolfo López Mateos.
López Mateos pensaba que estaba en el interés de México no romper lazos con la Cuba castrista y logró lo imposible: “mantener una política independiente con respecto a Cuba, sin por ello generar represalias de Estados Unidos”.
Esta política de acercamiento a Cuba le redituó bonos diplomáticos a México durante varios sexenios. Sin embargo, Vicente Fox y su canciller, Jorge Castañeda, estropearon la relación con la isla con aquel infame “comes y te vas”.
La situación mejoró con Calderón y está en vías de consolidarse en el presente sexenio con la visita de Estado que hará Raúl Castro Ruz a Mérida, Yucatán, del 5 al 7 de noviembre. Sin embargo, México jamás, jamás debe olvidar que una Cuba libre del yugo imperial es “condición sine qua non” para un México con presencia global, tal y como lo vislumbrara hace casi doscientos años Lucas Alamán.
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