La sociedad mexicana se gastó las pasadas décadas en una larga y regresiva transición que no termina y en una alternancia que no necesariamente han significado más ni mejor democracia, según concluyen diferentes especialistas en la materia. Sin embargo, se habla con creciente interés público y no sin razón de la actuación y el desempeño de una institución fundamental para el Estado mexicano y de su papel en la construcción de un endeble Estado de Derecho que nos urge a casi todos: La SCJN, coloquialmente La Corte, ha jugado un papel de primer orden en las decisiones trascendentes que todos los días toma y que afectan a un creciente número de ciudadanas y ciudadanos. Y eso a pesar de que poco y nada hemos escuchado durante los pasados años sobre la principal reforma estructural que precisa el Estado mexicano: la necesidad de un estado constitucional, social y de derecho.
Pese a todo, poco a poco el máximo tribunal del país se ha convertido en objeto de un creciente interés, escrutinio y debate público, lo mismo que en una verdadera instancia de limitación y control al poder autoritario que distingue a nuestros inefables políticos de todos colores; así como de arbitraje entre los diferentes órganos del estado; hasta cobrar la relevancia actual que en cualquier país que se pretenda demócrata, debe guardar su alto tribunal constitucional.
Sabemos entonces que la función de la Corte es vital para la nación porque interpretando las normas constitucionales y aplicándolas a los casos concretos salva la distancia entre el país real y el país formal de la Constitución, pues se parte de la idea fundamental de que en un estado constitucional y de derecho todos los poderes y todos los individuos estamos sujetos por igual al imperio de la ley, dirían los reputados maestros Sartori o Ferrajoli.
La Corte ha demostrado así su relevante función en sentencias históricas que han ampliado la esfera de derechos y libertades de los mexicanos en consonancia con la reforma constitucional en derechos fundamentales de 2011, como las referidas al aborto, la anulación de juicios penales que condenaron a inocentes sin guardar el debido proceso en sus juicios, la unión de parejas del mismo sexo o la reciente decisión sobre la mariguana y su consumo. Tal parece entonces que a pesar de todos sus problemas y contradicciones, la Corte es una de las pocas instituciones del estado que acompaña y defienden a la sociedad mexicana en sus problemas más controvertidos.
Sabemos también que la separación de poderes, el establecimiento de contrapesos y balances, la rendición de cuentas, la transparencia y la erradicación de la corrupción pública y privada son elementos esenciales de una democracia mínimamente funcional, lo mismo que la participación de la opinión pública en las decisiones políticas del estado. Desafortunadamente en pleno 2015 esto todavía está por suceder en muchas instituciones vitales para el país. Y tal es el caso de la integración del pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Este déficit democrático se pudo ver claramente con la reciente designación del polifacético exembajador y exprocurador Medina Mora, ahora instalado cómodamente como ministro de La Corte a pesar de su bajísimo perfil como jurista y del escándalo y la fuerte oposición unánime que entre el foro, la academia y las ONG suscitó su propuesta por el Ejecutivo dada su evidente cercanía con los círculos del poder político. Luego vino su opaca ratificación casi unánime por el Senado a pesar de las 51 mil firmas recabadas en la plataforma Change.org donde se pedía a los legisladores que no lo ratificasen y se argumentaban ampliamente las razones de tal petición. Qué bueno hubiese sido que los senadores, en especial los tres de Aguascalientes (dos de Acción Nacional de mayoría y uno de representación proporcional del PRI), hubieran encontrado el tiempo para explicar detalladamente a sus representados las razones para votar en bloque a favor de la designación de dicha persona como ministro.
Entonces, ahora que se requiere designar a dos nuevos ministros, es más que deseable que el Senado y los partidos representados en él dejen el cambalachismo político que ha sido su modus vivendi y en el mejor interés nacional hagan una auscultación seria, rigurosa y a conciencia; pero sobre todo pública y transparente de las dos ternas que recién envió el titular del Ejecutivo para designar de entre ellas a los dos ministros que habrán de ocupar las vacantes dejadas, pues de ello depende literalmente el futuro de la Corte y de las decisiones que su pleno habrá de tomar, que de una u otra manera afectarán la vida pública nacional.
Para auscultar con la objetividad y el rigor necesario a los candidatos a ministros propuestos no es preciso inventar nada. Existen ya diversos protocolos internacionales a disposición del Senado que explican detalladamente cómo se debe elegir a los jueces para garantizar su probidad, así como cuáles factores impiden su idoneidad. Y no sobraría que todas las entidades federativas conozcan y apliquen también estos protocolos internacionales en la selección y designación de jueces y magistrados.
Para ser un verdadero país de leyes este país necesita con urgencia transitar del cuatismo y el cambalachismo político a la construcción de instituciones y poderes públicos republicanos, transparentes, autónomos e independientes. La mera presencia de perfiles poco o nada idóneos en el pleno de la Corte la debilita, y con ello al Estado mexicano en su conjunto.
Post scriptum. Más allá del estupendo puente revolucionario que sirvió de pretexto para acomodar un “buen fin” donde se incita a la población a gastar lo que no tiene comprando lo que no necesita, vale recordar que un día como estos de hace 105 años daba inicio la Revolución Mexicana, que en esencia fue una rebelión armada y popular contra una dictadura larga, sangrienta y corrupta. Pero no existe consenso sobre su finalización. Algunos dicen que fue en 1917 con la promulgación de la nueva Constitución, otros la extienden hasta los gobiernos de Calles o Cárdenas con la fundación del partido que antecedió al actual de tres colores. Probablemente hubo muchas revoluciones superpuestas y no una sola, pero lo cierto es que no es posible entender lo que somos ni vislumbrar lo que seremos sin recordar lo que fuimos y lo que conseguimos o no como sociedad.
@efpasillas