Muerte por cerveza / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
23/04/2025

Me gusta escuchar a los apasionados de la cerveza, cada vez más abundantes gracias a la entrada de nuevas opciones: cervezas de todo el mundo y las llamadas artesanales que se elaboran en este país. No sé cuándo empezó este boom, pero no importa, me gusta la cerveza. Es curioso, siempre he asociado la clara con el calor. La coronita es mi preferida. La oscura, hasta hace algunos años, sólo tenía un nombre, para mí: Nochebuena. Pero la primera vez que probé una Guinness, la oscuridad de esta bebida se transformó. La oscura me parece totalmente tomable aunque esté al tiempo, me sabe a alimento: más a un caldo nutritivo; la clara me gusta muy fría, la veo propiamente como bebida, para quitarme no sólo la sed sino la posibilidad de una insolación. Algunos dicen que la cerveza debe estar fría, aunque en su origen no existían refrigeradores. Claro, en ciertas latitudes, tomarla bajo una nevada ayuda: lo frío es la temperatura ambiente. Mucho de lo que comemos y bebemos depende del clima donde vivimos, es uno de tantos factores.

Me gusta tener la opción de probar cervezas alemanas, belgas y hasta rusas. Me gusta contemplar los diseños de las botellas y las etiquetas, o el jugueteo de palabras en ellas impresas. Nunca había hablado de la cerveza, pero justo el pasado 17 de octubre se cumplieron 201 años de la Gran inundación de cerveza en Londres. El bicentenario ya pasó, pero el suceso, ahora más que nunca, está registrado para siempre en la red con todo y su leyenda negra.

No es novedad que más de un humano encontró la muerte al tratar de proveerse bebida y alimento. Imagino al primer cazador ensartado por un mamut, o a la primera agricultora neófita envenenado por una semilla probada por vez primera. La industrialización de los alimentos no nos ha salvado de la desgracia. En alguna minuta les conté sobre el envenenamiento por plomo provocado por los primeros enlatados. Nadie olvida el horrible botulismo. Pero también están los accidentes registrados en la industria de los alimentos. Las explosiones son uno de ellos. Solemos relacionar los estallidos con las refinerías de petróleo, pero en algunas industrias de alimentos, las del azúcar y el aceite por ejemplo, los riesgos son altísimos, por lo que las normas de seguridad deben ser respetadas al cien por ciento.

La muerte por cerveza ocurrió en Londres debido a un estallido y la subsecuente inundación. El 17 de octubre de 1814, en la cervecería Meux’s Horse Shoe, ubicada en Tottenham Court Road, uno de los toneles de fermentación de cerveza tipo Porter, con 3,550 barriles, dio de sí. Más de un millón de pintas de cerveza fluyeron junto con la onda expansiva. Hubo muertos y heridos, además de que varias de las construcciones aledañas a la cervecería quedaron destruidas. Imagino el poder de la onda expansiva y el terrorífico tsunami oscuro.

Me molesta que el suceso sea usado como broma entre los amantes cerveceros. Hasta lo han llamado tragicómico. No me lo parece, cuando se sabe que la mayoría de los muertos fueron mujeres y niños. Tampoco me agrada el saber que la cervecería no indemnizó a las familias de las víctimas, porque el hecho fue considerado un “desafortunado accidente”. La cervecería tuvo su descalabro financiero, pero prevaleció tras la tragedia, aunque fue vendida años después. Bueno, lo sé, así es el sentido de la tragedia. Apasionarse está bien, pero en su justa medida. El fanático del lúpulo puede ser tan despreciable como otros. A saber: una pasión verdadera no se alardea, sino que se comparte, se da a beber.

No debería ser tan seria, no olvido que el humor es necesario para sobrevivir. Pero la leyenda negra registrada alrededor del accidente sí debería erradicarse y señalarse como tal. Se dice que la gente se agolpaba a beber gratis, impidiendo el paso de la ayuda. También se cuenta que las familias exhibían a sus difuntos y cobraban, como si se tratara de un parque temático lúgubre del lúpulo. Los historiadores del incidente indican que todo esto no es verdad, nada de ello quedó registrado ni en periódicos ni en ningún lugar. Fueron rumores terribles para señalar como indeseables a quienes ya lo eran: los irlandeses inmigrantes. Esos londinenses, siempre traviesos y ocurrentes. Pero ahora corren otras épocas, de mayor armonía, en esas islas distantes. Creo. O como siempre, quiero creer.

 


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